Crítica de libros

Lo que cuesta subir 39 escalones

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Las buenas ideas siempre funcionan. Esposar a una policía parisina con un músico de jazz que toca en Dublín y dejarlos aturdidos en medio de Central Park sin saber cómo han llegado hasta allí desde sus respectivo países es el comienzo perfecto para una novela de intriga y suspense. El mismo punto de partida de «Central Park», la última obra de Guillaume Musso, ya lo había utilizado el novelista escocés John Buchan en «39 escalones» (1935), llevada al cine por Alfred Hitchcock. Una idea que el mago del suspense repitió a lo largo de su carrera con numerosas variantes de parejas que huyen.

Saber por qué esas dos personas han amanecido esposadas, sin conocerse, es la intriga que pone en marcha la acción. En este sentido, Hitchcock solía darle un tono de comedia que le permitía relanzarla continuamente, porque sabía que era imposible mantenerla a lo largo del relato sin que el filme descarrilara. Algo que sucede en «Central Park» cuando su autor lleva hasta sus últimas consecuencias un truco que es esencial para atrapar al lector pero insuficiente para conducir la intriga durante trescientas páginas. Son demasiadas.

No obstante, el autor francés, conocido por sus ventas millonarias de comedias románticas, ha triunfado en Francia con «Central Park», su primera novela de suspense, de la que se han editado 900.000 ejemplares. Guillaume Musso maneja con donaire los mecanismo básicos de la intriga psicológica y sabe mantener expectante al lector con analepsis del pasado de la mujer policía y su obsesiva persecución de un asesino en serie, un relato paralelo imprescindible para dilatar al máximo la intriga del presente con el melodrama con connotaciones trágicas del pasado.

«Pizza literaria»

Como autor de superventas, Musso combina con habilidad lo que podría llamarse la «pizza literaria»: un relato de intriga básica aderezado con numerosas referencias clásicas y actuales muy evidentes y resultonas para un público que las desconoce. Para Musso, el mundo hitchcockiano es como una obsesión. La relación entre una persona que ha perdido la memoria y el psiquiatra que le ayuda en su huida hasta recuperarla está desarrollada en «Recuerda» (1945). Pero como todo relato posmoderno, Musso lo mezcla con retazos de «Memento» (2001), de Christopher Nolan, y aspectos delirantes de «Shutter Island» (2010), película de Martin Scorsese basada en la novela de Dennis Lehane.

El rasgo esencial de Guillaume Musso es la sencillez con la que traza el arco de la intriga, simple como un engranaje dentado. Las piezas encajan con precisión. El relato, muy visual, se acelera para mantener al lector ocupado con la peripecia y no preguntarse por la verosimilitud, dilatando el momento irremediable de la lógica y las explicaciones, que Hitchcock siempre ignoraba olímpicamente. Él sabía que no podía mantener los equívocos durante mucho tiempo y que era preferible descubrirlos antes de que las expectativas fueran tan grandes que las explicaciones decepcionaran al espectador. Entre la copia y el homenaje, Musso consigue una entretenida novela de suspense. Ése es el mejor piropo a un autor que tiene el don de entusiasmar a sus lectores.