Crítica de libros

Lolita enamorada

Lolita enamorada
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En esta primera novela del catedrático de Literatura Norteamericana y crítico literario José Antonio Gurpegui el lector observará el entrecruzamiento no solo de varias líneas narrativas, sino también de diversos mecanismos para construir un crucigrama psicológico y textual de sutil perfección, casi redondo. Convertido el lector en detective y confesor de los monólogos, las descripciones en tercera persona y los emails de un profesor de cincuenta y cinco años, Joaquín, que vive una vida pacífica aunque con pequeñas aventuras extra conyugales, y su encuentro con una atractiva mujer, Isabel, veinte años menor, a la que va a dirigir la tesis del doctorado. Una de estas líneas de la obra es la propia universidad como modelo egocéntrico de guarida de pasiones: la sombra alargada de un profesor de Nabokov con una Lolita a la que podemos pensar manipuladora pero también enamorada, y además con este profesor que puede parecerse más al verdadero Nabokov con sus alumnas norteamericanas (es decir, sin ganas de compromiso) que al profesor de su novela.

Gurpegui se sirve de mecanismos narrativos que avanzan y retroceden en el tiempo (así como la narración de la indigestión de una comida) que van recorriendo el libro como aquello que decía Eliot en dos de sus versos más conocidos: «El tiempo presente y el tiempo pasado/ están tal vez ambos presentes en el tiempo futuro». Nada en esta novela se ha dejado al azar, y el lector tendrá que considerarlo así: desde el uso de una cita de Jaspers sobre las «situaciones límite» (la tesis de Isabel gira en torno a Hemingway y el existencialismo), a usar para el título del volumen un verso de un escritor chicano de Texas, Tino Villanueva, o la sensación que tuvo el profesor cuando cumplió los cincuenta: «Que su vida se había quemado como la de un tronco ardiendo en medio de la nada sin que nadie aprovechara su calor».

Un hermano enfermo

A Gurpegui le gusta sorprender al lector, y lo hace con acierto, pues éste al entrar (mediante el diario de Isabel) en su intimidad no siempre encaja sus contradicciones, como suele suceder en la vida de las personas, más que en la existencia de los personajes. Su vida libertina, su primer matrimonio con un norteamericano de fortuna, su divorcio, el regreso a España para cuidar a un hermano enfermo, la convivencia con un hombre bondadoso, la decisión de volver a la universidad, su primera indiferencia hacia Joaquín, su posterior enamoramiento, van construyendo ante el lector con gran solidez una intrigante personalidad, de la que vamos sabiendo datos que se mueven entre el pasado y el presente, como si se trata de una brújula que modificara su norte e inquietara siempre al piloto de la nave.

Gurpegui no duda en hacer asomar al lector a los periodos más oscuros de Isabel a la vuelta a Madrid: «Cuando le gustaba algún hombre se acercaba y se lo decía, sin más; nunca repetía más de dos o tres veces con el mismo». De alguna manera, el escritor va estableciendo un paralelismo entre Joaquín e Isabel, que pese a su diferencia de edad tienen un punto en común: no les llenan ni satisfacen sus parejas, como Alicia que duda ante el agujero que le puede conducir irremediablemente al País de las Maravillas, pero también a hacer dinamitar sus vidas que están establecidas en la comodidad y la rutina.