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Mikel Santiago hace diana

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Mikel Santiago hace dianalarazon

Debutar con una novela de éxito acarrea al autor el problema de no cumplir las expectativas creadas en su segunda novela. Ahí es nada enfrentarse a la crítica tras el éxito de «La última noche en Tremore Beach», de Mikel Santiago, con su segundo libro: «El mal camino». Y más sabiendo que Alejandro Amenábar ha comprado los derechos para el cine de la primera, adecuada para que vuelva al cine de sus primeras y mejores películas de intriga psicológica. Hay que reconocer que «El mal camino» es una buena segunda novela, quizá no tan redonda como su antecesora. Está menos pulida literariamente, con una jerga «hipster» chirriante y un exceso de apostillas. Pero esto no afecta a lo esencial: la intriga y su capacidad para lograr momentos de suspense brillantes y una atmósfera inquietante. Una intriga psicológica requiere una buena historia y temple para llevarla a cabo mediante la creación de un entorno cotidiano bien definido. El escritor recrea con virtuosismo el ambiente de un pueblecito de la Provenza francesa y sus moradores internacionales, lugar idílico para desencadenar una intriga que crece a medida que el lector se implica en la vida cotidiana de la familia del protagonista y sus amigos ocasionales hasta tejer una red de intrigas que remiten a Ira Levin: «El bebé de Rosemary» (1967) y «Los niños del Brasil» (1976), y no a Stephen King. Que Ira Levin sobrevuela con su influjo «El mal camino» es un elogio para Santiago. Él ha adaptado con estilo propio las enseñanzas del autor norteamericano para utilizar con naturalidad los mimbres con los que tejer una angustiosa intriga paranoica de conspiración. Para lograr el final creíble y nada discursivo, el autor ha distribuido los datos a lo largo del relato con naturalidad, evitándose la farragosa explicación final. Un mero artificio del novelista que conoce las leyes del suspense y sabe que la angustia, lo que produce espanto y genera el desasosiego del suspense, nace de lo familiar vuelto extraño, lo «siniestro» de Freud, infiltrado en la acción como amenaza desde el mismo inicio del relato. Estamos ante un genial «thriller» psicológico, cercano a los mejores relatos clásicos de suspense, con toques de terror ligero. El autor vuelve a dar en el centro de la diana.