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Peligro de amateurismo

La Razón
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La cultura española comienza 2014 con diversos retos históricos e inaplazables que, en uno u otro sentido, comprometen seriamente su futuro. Es el momento de hacer o de dejar morir. Desgraciadamente ya no valen las medias tintas ni la contemporización. A este respecto, uno de los peligros más acechantes que urge ahuyentar con determinación es el de la amateurización de todo el tejido profesional de la cultura. Durante los últimos meses se ha evidenciado el esfuerzo denodado de los agentes culturales por mantener la actividad a toda costa, incluso en detrimento de una estructura económica competitiva que permitiera unos rendimientos salariales dignos.

El caso de las artes escénicas –con la atomización del sector en microproyectos que aterrizan como motas de cenizas en locales de cualquier especie– resulta especialmente paradigmático. Pero no es el único: el cine suma a su falta de financiación una pérdida de cuota de pantalla que, en el caso de este último año, presenta cifras alarmantes; la música popular no se queda a la zaga, y los autores y grupos consolidados y emergentes comienzan a cambiar los grandes recintos por pequeños espacios que apenas dan para cubrir gastos; y, por supuesto, no podía faltar en este breve recorrido por el mapa de daños el caso de las artes visuales: la reducción vertiginosa de los presupuestos destinados por las instituciones artísticas a la producción de proyectos expositivos adquiere si cabe una mayor incidencia por la disminución «ad minimum» de la labor difusora de las galerías, cuyo oxígeno no da para mucho más que una escueta función de marchantes.

El paisaje que esta enumeración de tipos deja va más allá de una pérdida de cantidad y de tamaño. Lo que, en un principio, pudiera haber parecido una adecuación de la nueva situación económica a una escala más modesta, aunque creativamente más sorprendente y con mayor número de posibilidades, se ha tornado en una situación voraz en la que los creadores han perdido cualquier margen de beneficios. La creatividad desinteresada puede resultar una buena estrategia cuando se halla muy limitada en el tiempo, pero, proyectada en periodos más extensos, se constata como un ejercicio de resistencia insostenible que puede llevar al desaliento del conjunto de profesionales. No hay cultura real sin cristalización económica. O comprendemos esto o estamos perdidos.