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«Sinatra: Nunca volveré a este maldito país»

Adelantamos un capítulo del nuevo libro de Francisco Reyero, que recoge los viajes del cantante a España. Separado ya de Ava Gardner, el artista insiste en volar a Madrid para verla. Ella trasnocha entre matadores y flamencos y se deja querer por Luis Miguel Dominguín

Frank Sinatra y a Ava Gardner
Frank Sinatra y a Ava Gardnerlarazon

Adelantamos un capítulo del nuevo libro de Francisco Reyero, que recoge los viajes del cantante a España

Separado ya de Ava Gardner, el artista insiste en volar a Madrid para verla. Ella trasnocha entre matadores y flamencos y se deja querer por Luis Miguel Dominguín

Nota 76. Antes de finalizar el año, Ava vuelve a España para seguir cumpliendo su palabra: «Cada vez que tenga unas horas libres, vendré». En la Navidad de 1953, después de que su representante haya anunciado la separación de su matrimonio, pasa las fiestas en Madrid. Llega el 23 de diciembre a la una y media de la mañana. Una vez más, atendida por el matrimonio Grant, al calor de la representación de la Metro. Viene a celebrarlo todo, su cumpleaños, la Nochebuena, y un jolgorio imprevisto, a tumba abierta hasta la madrugada. Está sola y con todos los cartuchos.

Nota 77. Sinatra aparece un día después. Llega desde Londres, ha comprado un asiento de avión por 5.000 dólares o lo ha alquilado, el avión, para él solo, depende de la versión. El cantante sí reconoce que ha volado con urgencia para encontrarse con Ava, y despacha a los periodistas a su manera: «Ava está en el campo aprovechando este magnífico tiempo. Espero que llegue cuando anochezca. Hoy es Nochebuena, noche de paz... Espero pasar una noche tranquilo y muy contento y espero que usted también pase una noche muy tranquilo y muy contento. Llámeme mañana».

Nota 78. Frank se presenta la tarde de Nochebuena, pero Ava no está en la casa donde se hospeda. «Cuando Sinatra llegó a la residencia de su esposa no la encontró allí. (Ella) Estaba de excursión. Madrid tiene amplios y bonitos alrededores que en Cadillac son apenas un paseo», escribe con candor promocional la revista «Primer Plano» de primeros de enero de 1954. Ava está borracha, disfrutona en Villa Paz, la finca conquense de Luis Miguel Dominguín. El torero y sus menestrales improvisan un plan para llevarla a Madrid y recuperarla. Dominguín recuerda en sus memorias: «El capricho de una noche se unió a los comienzos de nuestra amistad en mi finca de Cuenca. Allí vivimos una temporada al comienzo de nuestra relación. Nos avisaron porque Frank Sinatra acababa de llegar a Madrid y la buscaba. Se le comunicó, para despistarlo, que ella estaba en Toledo, en casa de un amigo común, Pedro Gandarias y que volvería en seguida. Salimos urgentemente hacia Madrid. Disponíamos de muy poco tiempo para evitar el escándalo. Llegamos, metimos las maletas por el balcón de su casa y yo me fui a dormir».

Nota 79. Los días que pasaron juntos en esa Navidad de 1953, Sinatra soportó a Ava dedicando su atención y su sexo a Dominguín. Luis Miguel, por esta afición a la caza mayor, se hinchaba al ver sometida a Ava, quien no pertenecía a nadie, más bien vagaba como un asteroide, chocando inesperadamente contra unos y otros. Entre Ava y Luis Miguel había un chuleo mutuo y al fondo, Frank Sinatra. Dominguín se jactaba entonces de doblegar a un hombre ante el cual, como le dijo Bogart a la propia Ava, «la mayoría de las mujeres estarían dispuestas a arrastrarse y tú, sin embargo, andas por ahí con un tipo que se disfraza con un capote y unas bailarinas». Aquellos días, por la obsesión de Sinatra y las licencias de Ava, coincidieron los tres en un juego de disimulos y sospechas, coartadas y proyectos comunes. Ella, por hablar, llenó la cabeza del torero con pajaritos sobre Hollywood, ofreciéndole la posibilidad de hacer una película americana juntos. Luis Miguel ni ha actuado nunca ni habla inglés, pero avaricioso e inquieto ya ha comentado con Saénz de Heredia el proyecto para hacer un guión a su medida. –¿Hará usted esa película con Luis Miguel? –le preguntan a Ava en «Primer Plano». –Si la Metro que me tiene contratada lo permite, yo encantada. Ava cumplía el día de Nochebuena 31 años. «Lo confesó ella porque cuando una mujer es tan guapa puede permitirse ese lujo que es la sinceridad», dicen en las revistas.

Nota 80. Durante aquellas juergas en las que Sinatra intenta patéticamente reestablecer una relación formal con su mujer, vuelve a competir con un matador. Primero fue Mario Cabré, ahora Luis Miguel. El 25 de diciembre, en casa de los Grant, se organiza una velada íntima, alcohólica, flamenca. Hay una competencia a flor de piel entre el torero y el cantante, mientras Ava, recibe y da. Por ahí, en el salón o en una habitación de los Grant, andan Virgilio Teixeira, Conchita Montes o Pepe Dominguín y su esposa. Todos conocen a Ava, muy pocos a Sinatra, un hombre avejentado, exhausto. A medianoche se presenta el flamenco, Malena Loreto baila unas alegrías con bata de cola y aguardan el turno o jalean el Yoni, los Heredia, El Beni de Cádiz o El Niño Pérez. Ava fuma pitillos Parliament hasta la llegada del amanecer. Sinatra hace tiempo que se ha ido a dormir, le duelen, dice, los oídos. Está enfermo, pero de ira.

Nota 81. Para intentar hacer una entrevista, Víctor Andresco y el fotógrafo Cortina, de «Fotogramas», se acercan hasta la casa donde Ava y Frank se hospedan. Cortina aporrea la puerta con una piedra y finalmente sale Sinatra. A continuación una ristra de preguntas absurdas para el cantante y sus correspondientes respuestas: –¿Qué le parece que Alan Ladd salga ahora cantando en las películas, señor Sinatra? –Me parece tan bien como que usted salga por la puerta en cuanto termine. Es la mañana del 26 de diciembre de 1953, día que también es fiesta para la advocación de Ava. Hay cama hasta el mediodía y después, a eso de la una, ambos, Frank y Gardner, están vestidos para el aperitivo en Chicote. Ava Gardner viaja en un cuatrimotor con un monito de juguete que toca los platillos. –La mejor cualidad de Ava es su belleza –dice Frank a Sofía Morales. –Frank es un excelente muchacho –comenta Ava, en frases acordes con la impostura revistera de la época. Al llegar a Chicote, en la Gran Vía, Perico les regala su herradura de la suerte y copean. La noche acaba de empezar en el almuerzo. Después se van enredando entre unos y otros, hay caras alegres, golfas, aprovechados, arribistas. Entre botellines de licor, llega la cena en Jockey y el primer nocturno en Pasapoga, en la esquina de Callao. Allí está Lola Flores, otra vez Luis Miguel, Cesáreo González, Edgar Neville, Alfonso Sánchez, Félix Fernández, Miguel Utrillo. No falta ni el whisky ni el champán ni las ganas de jaleo. Frank se atreve a bailar con Lola. La de Jerez y la de Carolina del Norte hablan en un idioma inventado. «No trates de ahogar las penas en alcohol porque saben nadar», es una advertencia de la folclórica a la estrella, ¿quizá por señas?

La noche sigue, después de Pasapoga, los taxis, los chóferes, las lumiasconas, los palmeros, los actores, con una excursión nocturna a Villa Rosa. No al Villa Rosa de la plaza de Santa Ana, con sus habitaciones y los nombres de las estaciones de metro en cada uno de los reservaditos, con sus respetuosas, con sus cantaores, sino al Villa Rosa de Ciudad Lineal, donde están Alfonso Camorra, el dueño del Riscal, Francisco Rabal o Fernando Fernán Gómez. Allí, entre bulerías y alcohol, Sinatra canta con un guitarrista flamenco. «Stormy weather», tiempo tormentoso, claro («No sé por qué, no alumbra el sol en el cielo. Tiempo tormentoso. Desde que mi chica y yo no estamos juntos, llueve todo el tiempo»), y «Mistake», error, claro también. Lola Flores, pura fibra jerezana, compite para arrebatar la atención de todos. Ella canta y baila hasta echar humo. Ava ha dicho: «La semana que viene comienzo el rodaje de una película en Roma, «La condesa descalza». Hago un papel de gitana. Nos hace falta un bailaor, ¿quién cree que nos puede servir de ustedes?» A eso de las 6 de la mañana, Sinatra se va, esquinado, jodido. Ava sigue inacabable en su ambiente, como tantas otras de sus noches españolas.

Nota 82. En Villa Rosa, Paco Román, camarero entonces, recuerda que Sinatra le pegó una guantá a Ava Gardner. «Allí había ido Ava y Sinatra y éste, caliente de los roneos de “la Señora”, con unos y con otros, le arreó una torta. Todos siguieron como si nada. Entendían que era normal entre ellos, porque siempre tenían broncas y problemas que se acentuaban con la mala bebida». De aquella guantá, según el evangelio de Paco Román, salió despedido un pendiente y todos se pusieron a buscarlo. Nadie, oficialmente, lo encontró. Era uno de los regalos-cimbel de Sinatra para Ava. En algunos de sus brumosos y nocturnos recuerdos, Lola Flores también cuenta la guantá de Villa Rosa, pero por la mano de Luis Miguel: «En cuanto se fue Sinatra de Villa Rosa, Ava Gardner se puso a despotricar contra él, mezclando insultos en inglés y en español. No había forma de hacerla callar, hasta que Luis Miguel se levantó y le arreó un par de bofetadas. Uno de los pendientes de brillantes que llevaba salió despedido y fue imposible encontrarlo. Eran las seis de la mañana».

Nota 83. Unos días más tarde, cuando la pareja se marchaba destino a Roma, rotos sus lazos matrimoniales pero no su dependencia emocional o económica, la prensa difundió este suceso: «Y ahora para cerrar esta información, una noticia sensacional. Durante su estancia en Madrid, Ava Gardner ha perdido una pulsera de oro y brillantes. Esta última es una joya valiosísima: un globo rodeado de brillantes. Su valor es medio millón de pesetas. Ava no quiso que la noticia se hiciera pública durante su estancia por temor a que pareciera publicidad. Ahora ya puede decirse».

Nota 84. Las guantás cambiaron de mano y los pendientes se convirtieron en una pulsera de oro y brillantes.

«La voz» en tiempos de franco

En «Sinatra: Nunca volveré a este maldito país» (Fundación José Manuel Lara), el periodista Francisco Reyero rescata las peripecias del cantante estadounidense y las tensas relaciones que mantuvo con el régimen franquista desde 1950, cuando llega a Tossa de Mar, persiguiendo a Ava Gardner, hasta su expulsión de Málaga en 1964 por desacato a la autoridad. Reyero lo hace mediante un tenaz trabajo de investigación que le ha llevado a un periplo de archivos, entrevistas, lecturas y viajes por nuestro país y Estados Unidos. Si Sinatra pudo andar con cierta libertad por la España controlada por la Brigada Político Social, este nuevo trabajo dejaría lívido a «La Voz» si resucitara, ya que se cuentan detalles minuciosos logrados por la determinación de un minero de la escritura que no descansa hasta lograr su objetivo. Sin embargo, no se trata de un tedioso volumen en el que se narran uno tras otro los episodios de aquella obsesión, todo está contado con un generoso ritmo sobre el que se montan las historias paralelas que se vinculan a la trama central, que nutren las vivencias del apostolado de la industria cinematográfica del momento. Esta doble visión llega a las librerías en el centenario del nacimiento del artista y está compuesta por testimonios directos, datos históricos, recuerdos y anécdotas que se complementan con una extensa bibliografía. El libro incluye un álbum fotográfico que ilustra algunas de las aventuras de Sinatra y Gardner en los rodajes, en las plazas de toros o en los cócteles de la época. En uno de ellos, Sinatra trató de seducir a una joven y virginal Carmen Sevilla, que al recordar esta historia décadas después se arrepiente de no haber llegado a más. Celos, enfados con compañeros de rodaje, broncas etílicas, persecuciones, falsos suicidios... En aquella España puesta en bandeja a los extranjeros con dinero todo era posible, hasta conseguir cocaína en los reservados de Madrid. Entre 1950 y 1964, años en los que transcurre el libro, Sinatra ya no es aquel chico delgado, mofletudo y de orejas de soplillo que conquistó al público femenino de EE UU inaugurando el fenómeno fan. En el libro, el cantante está retratado mientras España, doliente en la posguerra y la autarquía, va abriéndose al turismo y a los intereses norteamericanos. La apertura del Castellana Hilton, el establecimiento de las relaciones diplomáticas para posibilitar los grandes rodajes de Hollywood, la censura, las grandes juergas, la carestía, la carne y la picaresca desfilan por estas páginas. Es la crónica documentada de un mito, pero también de una época española.