Crítica de libros

Una roma de los Picapiedra

Una roma de los Picapiedra
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La novela policiaca cumple 175 años desde aquel relato inaugural de Edgar Allan Poe titulado «Los crímenes de la calle Morgue», la primera narración de detectives que Poe calificó de «cuento de raciocinio». Apenas cuarenta años después, Conan Doyle daba forma a Sherlock Holmes a partir del curioso detective Dupin, de Poe, dotado de una prodigiosa mente deductiva y una personalidad conflictiva y troquel de los futuros investigadores posmodernos.

La popularidad del género surgido de la novela gótica se ha extendido hasta los confines del mundo, llegando a las mismas estepas mongolas con el temperamental y trágico comisario Yeruldelgger, protagonista de «Muertos en la estepa», de Ian Manook. Ya sea policía o diletante, cualquier nación quiere tener su particular detective privado y convertir su capital o pueblo natal en el escenario de una novela negra, signo inequívoco del acceso a la democracia y la modernidad, aunque ahora se haya extendido a las dictaduras comunistas, donde se inculca el imperio de la Ley y la Justicia.

Cuando Agatha Christie escribió «La venganza de Nofret», en 1944, cuya acción transcurre en el Antiguo Egipto, la popularidad de la novela policiaca y los detectives privados, ya fueran genios como Hercules Poirot o herederos de la agencia privada Pinkerton, se había consolidado en el imaginario popular de las democracias liberales. La originalidad de la escritora inglesa fue trasladar la acción, como si tal cosa, de la campiña inglesa al Antiguo Egipto, exótico decorado histórico de una de sus típicas intrigas criminales. Ignoraba Christie que su excentricidad arqueológica acabaría por crear tendencia: la novela policiaca con fondo histórico; ya sea en la Grecia de Pitágoras, el Antiguo Egipto, el medioevo o la Alemania nazi.

Incredulidad

A género tan proteico nada le es ajeno. Como un chicle, el fantasma cultural requiere de nuevos escenarios, por inverosímiles que parezcan, para proseguir su carrera posmoderna hasta la extenuación. Inglesa como Agatha Christie, Lindsey Davis lleva décadas inmersa en sus novela de intriga histórica situada en la Roma del año I, durante el periodo en que gobernó el emperador Vespasiano. Un tanto saturada de las aventuras de Marco Didio Falco, la autora ha decidido proseguir con las pesquisas romanas de su hija adoptiva Flavia Alba con un nuevo y original punto de vista: el feminista. ¿Inverosímil? Si suspendemos el juicio crítico con los cientos de asesinos en serie que pueblan el imaginario del «thriller» criminal en la actualidad, ¿por qué no vamos a suspenderlo con una investigadora romana del 89 después de Cristo, intrépida como la Lisbeth Salander del Foro Romano?

Las reconstrucciones históricas que plantea Lindsey Davis en esta obra tienen el punto delirante del viaje en el tiempo de los Picapiedra. Se aplica la mentalidad emancipada y científica que existen hoy a épocas en las que nada de esto era real ni podían serlo, pero el buen narrador sabe burlar esta barrera y la incredulidad del lector y meterlo de lleno en una investigación policiaca original y hacerle gozar con una recreación histórica adecuada a la aventura exótica que le propone la novelista. En el caso de «Mater Familias», la trama, narrada a trompicones, pasea al lector por la Roma Imperial y sus enfangadas callejuelas, habitada por una galería de curiosos personajes que se manifiestan y evolucionan con tal desparpajo que parecerían nuestros contemporáneos.