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El curioso artista que empezó a pintarlo todo del revés

Rachel Cusk, una de autoras actuales más relevantes, vuelve a asombrar con «Desfile», un crudo relato sobre la representación humana

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Lo bueno de Rachel Cusk es que siempre sorprende. Y no tanto porque en sus novelas se plantee siempre un argumento diferente, distinto, sino porque en cada una de ellas vuelve a mostrar que su manera de ver la vida se conjuga plácidamente con una forma, la suya, de entender la escritura y la literatura, así se trate de internarse en las vicisitudes de la maternidad o en el descalabro de su propio matrimonio. La canadiense ofrece una obra que se mueve entre la introspección, por un lado, y el despliegue, por otro, de esos detalles que dan forma e iluminan la vida. En «Desfile», la autora de «A contraluz» plasma una historia cruda, inquietante, y en la que se mezclan, casi de manera instintiva e inconsciente, la ficción con la autobiografía. Y toda ella, sostenida por una fluidez en el lenguaje que no se sabe muy bien si se trata de una novela, de un experimento o de la vida. Eso sí: relacionada con el arte.

Rara fealdad

Es que el libro, lejos de ser confuso, más allá de que cambie las personas del verbo, persigue la estela de un artista llamado G, un personaje curioso que empieza a pintarlo todo al revés, incluso a su mujer, que no sólo aparece cabeza abajo, sino en un estado de rara fealdad. Al tiempo, en París, sigue los pasos de una mujer que ataca a otra en plena calle y, después de agredirla, se da la vuelta para contemplar a su víctima, mientras que otra pintora, llamada G, comienza una nueva vida en otro país, lejos del punto de partida. ¿Qué une a un personaje con el otro y, a su vez, con el otro, en esta novela que atrae y seduce porque no se sabe muy bien qué es lo que está contándose? Cusk, aunque no lo diga de manera directa, lo plantea claramente: que más allá de los juegos del arte y de la representación, lo que está presente son las tensas relaciones, que incluyen alianzas y acuerdos, entre hombres y mujeres. Una suerte de performance donde el riesgo siempre está expuesto, aunque el lugar del artista, no. Es, como Cusk, quien permanece invisible, inventando formas de contar la vida.