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El libro que le dice por qué nos quedamos embobados frente a una hoguera

Álvaro Martín firma un título en el que, entre la historia y la mitología, aborda el "poder mágico" que las llamas han ejercido en las diferentes civilizaciones
Procesión de la Virgen de Peñahora, en Humanes de Mohernando (Guadalajara)
Procesión de la Virgen de Peñahora, en Humanes de Mohernando (Guadalajara)Gonzalo Pérez Mata
La Razón
  • Sofía Campos

    Sofía Campos

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Quién no se ha quedado mirando a una hoguera o una chimenea como si estuviera en trance. El magnetismo que producen las llamas en esos momentos es difícil de explicar. Una mezcla de paz y candor que para muchos elevará el alma casi a otra dimensión.
A los desconfiados hay que avisar que nada tiene que ver con tics pirómanos, sino con la absoluta tranquilidad de estar, normalmente, en casa o, como poco, en un lugar seguro. 
Pero no siempre es así. No todos los casos deben ser calmados. Lo cuenta Pablo Villarubia en el prólogo de 'El libro del fuego' (Ediciones Luciérnaga), de Álvaro Martín: "Al atardecer, después de que los oficiantes del ritual del djambi hubieran 'calentado motores' golpeando de forma frenética sus tambores, los tres brujos entraron en trance casi al mismo tiempo. Dos hombres jóvenes y una mujer retorcían sus cuerpos de tal modo que parecían estar a punto de partirse por la mitad, mientras sorbían cantidades ingentes de vino de palma. Sus ojos estaban en blanco y sus cabezas giraban sobre sus hombros como las de las muñecas rotas. La hoguera chisporroteaba fuerte y los brujos se lanzaban sobre ella, con sus pies descalzos, como si de una fuente de agua fresca se tratara para calmar el calor del ambiente...".
Cuenta el prologuista como miraba, junto a su amigo y doctor Jesús Egido, estupefacto, "como espectadores en la periferia cercana al círculo de los oficiantes", todo aquel espectáculo: los brujos de la isla de Santo Tomé, en el golfo de Guinea, no temían a las llamas ni a sus brasas ardientes. Sus pies, oscurecidos por las ascuas, no parecían transmitir a sus cerebros la sensación de dolor. Por si fuera poco, acercaban palos incandescentes recogidos de la hoguera y se los restregaban por la lengua, a la vista de todos los presentes de la aldea de Guadalupe. Era el fuego que debería purificar el alma del malogrado brujo Joel, un joven que había perdido la vida en pleno ritual para expulsar a los espíritus que atormentaban a los alumnos de la escuela del pueblo".
Ese fuego primigenio y purificador en uno de los elementos sobre los que se mueve el libro de Martín, donde las llamas se presentan como cara y cruz: capaces de lo mejor y de lo peor. El abanico que presenta este licenciado en Comunicación Audiovisual va de la teoría novedosa de que la combustión espontánea humana pudiera estar causada por la acetona a el perfil tipo del pirómano, "incluso con un caso de un bombero pirómano", puntualiza; pero también la presencia del elemento fuego en la magia o la alquimia; la curiosa historia del tren fantasma de Abraham Lincoln; el caso de la Boleskine House a orillas del lago Ness donde vivió el mago Aleister Crowley; el incendio del Teatro Iroquois; o las personas que resisten el fuego, las llamadas "salamandras humanas".
Álvaro Martín afirma que "el fuego ha cambiado la historia de las ciudades, obligando a arquitectos y a urbanistas a rehacerlas teniendo en consideración el efecto de las llamas". En un repaso a su historia, el autor señala el "dolor, tormento y destrucción" que ha dejado tras de sí: así sucedió en Londres del 2 al 6 de septiembre de 1666, comenzando en una pequeña panadería; en Lisboa, el 1 de noviembre de 1755, tras un terremoto y un tsunami; o en Chicago, el 8 de octubre de 1871, iniciado en un granero, propiciado por una gran sequía y avivado por los famosos vientos que azotan regularmente la ciudad. Todos estos lugares tuvieron que empezar prácticamente de cero.
Pero no hay incendio más icónico que el de Roma en el año 64, en el cual "cuatro de los catorce distritos de la urbe quedaron asolados, y otros presentaron grandes daños", señala Martín. El emperador Nerón culpó a los cristianos, y muchos fueron perseguidos y ejecutados por ello. Con todo, no es menos cierto que, tras la catástrofe, el dirigente mandó construir la Domus Aurea: un palacio colosal sobre las cenizas de parte de la ciudad. De esta manera, "Nerón ha quedado para los anales como el gran pirómano, lo propiciase él o no, pues tampoco está claro. Cuesta creer que la mano del ser humano esté detrás de algunos de estos incendios, y no precisamente debido a un accidente. Cuesta creerlo, pero sucede".
También hay espacio en 'El libro del fuego' para las leyendas. "Han ido surgiendo bonitos cuentos que esconden valiosas enseñanzas". Por ejemplo, "una idea muy arraigada en puntos distantes del planeta es que el fuego fue robado a un ente superior, representante del cielo o de las estrellas. Y, con bastante frecuencia, el ladrón es un animal. Comenzábamos este capítulo con el relato de la golondrina, fantástico animal que siempre va migrando en busca del calor, anunciadora de la primavera, del renacer, del júbilo por las buenas cosechas. Su sentido de la orientación es privilegiado y recuerda, de un año para otro, dónde había establecido su nido para regresar a él; dicen, además, que es un ejemplo de la fidelidad en la pareja. De este modo entendemos su consideración como animal mágico, vinculado al cielo y, por tanto, al más allá como psicopompo o guía, guardián de las almas".