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Selvático Animal

Mastodonte: «Da mucha rabia el lugar de fascismo emocional al que hemos llegado»

El también actor Asier Etxeandia y Enrico Barbaro tienen ya listo su segundo disco, «Belleza y perdón». En abril saldrá el primer single y arrancará la gira

Asier Etxeandia y a Enrico Bárbaro, miembros del grupo “Mastodonte”.
Asier Etxeandia y a Enrico Bárbaro, miembros del grupo “Mastodonte”.David JarLa Razón

Henos aquí ante un actor y vocalista bilbaíno y un músico napolitano que se conocieron en el espectáculo autobiográfico del primero, «El intérprete», con el que estuvieron seis años en la carretera. A partir de ahí decidieron armar Mastodonte, una formación que bebe de diversos géneros y que, por ello, resulta imposible etiquetar. Más allá de lo obvio –la música electrónica, de baile–, el arriba firmante detecta en sus canciones, elegantes y profundas, vetas de algunos tramos del Miguel Bosé más experimental y de Vetusta Morla, por ceñirme al territorio nacional, aunque eso no son más que impresiones subjetivas. Pero tras lo escuchado y leído me animo a preguntarles si Mastodonte es un contenedor de influencias y experiencias, y asienten: «Lo has explicado muy bien –concede Asier–. Totalmente. Para sonar en Spotify te piden que te definas, y eso es una mierda. Autoetiquetarse es el fin de la creatividad. Sobre todo cuando tienes una edad y has pasado por tantas tribus, y en todas te has sentido cómodo y has renegado después». Interviene Enrico: «Hemos escuchado de todo. Y por nuestra edad, pertenecer a una corriente no nos hace sentir cómodos. Me encanta el rock, pero también el reggae, la música clásica y la electrónica, y procuramos juntar todo eso para contar historias». Mastodonte engendra canciones que rezuman grandilocuencia e incluso afán de trascendencia. Son composiciones “pesadas”, que desafían el mandato actual de la industria del disco, la banalidad, y pretenden perdurar: «Cuando hablamos de grandilocuencia… Yo soy intensísimo y barroco, y no puedo evitarlo –concede Asier–. Todo el mundo me dice “haz menos”, y yo les respondo: “Haz menos tú. Si tú eres así y te gusta decir qué buen día hace, voy a salir a la calle a pasear y voy a bailar hasta la noche, pues me parece muy bien. Eso es lo que te mueve a ti”. Pero yo estoy en la búsqueda de mi verdad, de lo que me duele y emociona. Y me parece que eso es más interesante a la hora de crear una dramaturgia y ponerlo en escena. Igual es que estoy a punto de cumplir los 50 y necesito explicarme y entender el mundo. Y me gusta que alguien que baile la canción piense “anda, está hablando de eso que también me pasa a mí”. El arte es conmover, y para eso te tienes que mojar. Y sí –concluye–, resulta pesado. Nos llamamos Mastodonte porque la vida es un mastodonte que te arrolla, y tenemos un sonido épico». Habla Enrico: «Es verdad lo que dices a propósito de nuestra propuesta y del mundo discográfico actual. No nos sentimos aceptados para nada, y lo hemos intentado, ¿eh? Porque, obviamente, el apoyo de una multinacional te puede colocar y dar herramientas que tú no tienes. Pero desde el principio hemos querido hacer una música que nos divierta cuando la toquemos en directo». «Lo intentamos con un montón de sellos –añade Asier–. Pero nos exigían que fuera más fresco, más urbano… Más fácil». Al igual que Leonor Watling en Marlango, Mastodonte aprovecha la notoriedad de Etxeandia. Pero basta con escucharles para constatar que la música en ningún caso es un segundo plato. «No es un segundo plato, en efecto –aprueba Asier–, es un primer plato. Esto es lo que yo quiero contar, en lo demás me contratan. Son personajes. Y aquí es lo que te duele y lo que te arde y lo que Enrico y yo, juntos, decidimos cocinar», aseveración que obtiene el asentimiento instantáneo de Enrico.

«Ahora doy las gracias porque me hayan zurrado, porque encontré mi salvación en el arte»

Asier Etxeandia

Como les sucede a casi todos los actores de raza, no cuesta intuir en Asier a un gran tímido que resuelve ese obstáculo huyendo hacia delante. «Es justo así –afirma–. Antes de salir a escena, enfermo, me cago, se me duerme la lengua, los dedos, y me digo ¿para qué hago yo esto? Hay una mezcla muy extraña en la necesidad de exposición, de compartir, porque creo que si no hay un testigo no tiene sentido. Se convierte en algo… es una paja, ¿no? –Se toma unos segundos para reflexionar–. Estamos rodeados de mucho aparentar, de mucho la casa por el tejado, y yo hago esto porque trasciende en mí. Y sé que estoy vivo gracias al arte, porque me salvó». Enrico: «Esa emoción se da en el directo. Ahí es cuando veo el efecto de lo que estamos haciendo. Porque por mucho miedo que dé, porque tengo mucha más vergüenza que Asier, el escenario es una droga». A propósito del arte como salvación, Etxeandia sufrió acoso en la niñez. Habla de las sensaciones y las consecuencias: «Aquello fue determinante para que yo decidiera ser artista. Es algo que ocurrió, y de una forma muy bestia, pero con el tiempo, y gracias a mi oficio, pude transformar el carbón en diamante. Fue esencial porque era algo que contar para todo aquel que sufría acoso, no solamente bullying sino por la propia sociedad. Porque eres como una amenaza para el resto de la sociedad. Ahora doy las gracias porque me hayan zurrado, porque encontré mi salvación en el arte». ¿Y eso está en su música? «Aparece siempre, sí, aunque lo quiera evitar –asiente–. Soy un traumatizado, y ya está. Aunque me joda profundamente reconocerlo, me dedico a esto para que me quieran. Y el que no lo dice, miente. Porque quiere aparentar». Asier arremete aquí contra la omnipresente corrección política: «Tengo una pelea con eso importante. Me da mucha rabia el lugar de fascismo emocional al que hemos llegado con las redes sociales. Es un nuevo fascismo terrible. Digas lo que digas, estás ofendiendo a un colectivo. ¡Yo, que soy todos los colectivos! Hay una clara falta de humor hacia uno mismo, y de autocrítica». Enrico se lo lleva al arte: «Ya está todo dicho, por eso lo más revolucionario es ser tú mismo».

Si no surgen contratiempos, su segundo disco saldrá antes del verano bajo un título rotundo, «Belleza y perdón». En abril sacarán el sencillo «La verdad» y arrancará la gira. «Tendrá menos electrónica. Es más crudo y con más guitarra, aunque sigue estando la épica», aclara Enrico. Y Asier remata: «Importan mucho los textos, hay mucha confesión»..

El peso del mundo se puede bailar

Por Javier Menéndez Flores

Creías que Atlas sujetando el firmamento era algo insuperable, que nada igualaría semejante penitencia, hasta que descubriste que el pensamiento es capaz de crear bestias tan pesadas que ni siquiera todos los dioses del Olimpo juntos conseguirían sostener. Porque la contrición es vivir con un millón de hormigas carnívoras alojadas en el cielo de la boca, caminar descalzo a cualquier hora sobre brasas o cristales o erizos, dormir sobre un lecho de serpientes. La bóveda celeste, pese a su inmensidad, no es tan onerosa como el calambre de la culpa, que no se anima a descansar ni en domingo. Por eso, amor, vamos a bailar ahora mismo, ya, como quien descorcha champán del mejor, como no hemos bailado nunca antes, y tal vez así logremos alejar ese fuego que emerge de las profundidades del alma para recordarte que no es necesario morir para conocer el infierno.

A veces, entre la bruma de la duermevela, ves a Bowie con un casco de astronauta en una mano y una corona de laurel en la otra, y te preguntas por qué la felicidad suele ser azul y la tristeza viste siempre de gris. Y cantas una sucesión de estrofas que soñaste en una playa sin nombre y que aspiran a ser un breve tratado de la Verdad, con mayúscula, cuya mirada es tan pura que si la retas podría dejarte ciego. Y encima del escenario Asier se mueve como si huyera de sí mismo y de su sombra, con furia de neandertal y una sed que sólo puede ser aplacada con aplausos. Y ve por el rabillo del ojo a Enrico, silente y concentrado en su instrumento, infalible, y por una fracción de segundo le atribuye la apariencia de un centauro. Y en ese instante comprendes que aunque sólo sea por recibir ese muerdo de placer mereció la pena aquel alud de dolor y de risas inclementes, cuando la infancia era un tren que descarrilaba cada mañana a las nueve en punto.

Si dices «belleza y perdón» se manifiesta ante ti Alain Delon en el pellejo de Rocco, aquel ángel que no podías contemplar sin sentir ahogo y que llevaba un trozo de esparadrapo en una ceja y el dolor sin cura de un tal Lucifer clavado en la mirada. Y en la ría, que era como una larga vena bajo un cielo que siempre fruncía el ceño, la vida invitaba a coger el primer autocar con dirección a Madrid sin más equipaje que un hambre de otro tiempo. Y que te cuente Barbaro cómo se las gasta Nápoles de enero a diciembre, un álbum en el que cada cromo es un trozo del jardín del Edén y con un volcán que puede abrir un ojo en cualquier momento y conmocionar al mundo.

Vosotros no queréis componer canciones, confesadlo, buscáis himnos. Y no entendéis el arte sin el empujón huracanado de la épica, que hace que todo se vea inflado, con mucho músculo, superlativo. Por eso cantáis y tocáis así, profundo, porque aspiráis a perdurar y no ser sólo un hit de temporada. Sobre el campo de batalla del escenario descubristeis que existe un público ávido de una música que le haga flotar y lo emocione, que entre en la cabeza y el corazón con el ánimo de cambiar todos los muebles de sitio, y fue ahí donde levantasteis vuestro templo.

Bienvenidos al lugar donde la redención y el gozo se abrazan. Entre el dolor y la gloria, mi vida, debí quedarme contigo.