Sección patrocinada por sección patrocinada

Cine

Festival de San Sebastián | "La memoria infinita": más amable, más humano, menos raro

La directora chilena Maite Alberdi ("El agente topo") regresa con un extraordinario documental sobre el irremediable progreso del Alzhéimer

"La memoria infinita": más amable, más humano, menos raro / Maite Alberdi regresa con un nuevo documental tras "El agente topo"
"La memoria infinita": más amable, más humano, menos raro / Maite Alberdi regresa con un nuevo documental tras "El agente topo"BTEAM

Enfrentarse al tiempo es, en fondo y forma, la admisión más noble de una derrota. Y es que nuestra propia condición de seres finitos, quién sabe si los únicos conscientes de su propia mortalidad, nos hace rayar en la virtud aristotélica alimentando nuestro ego, alterando nuestra precepción del yo en busca de la preservación. De nuevo, en el tiempo. Pero esa carrera, con o sin foto-finish se vuelve tan absurda como oportuna tan solo cuando tenemos constancia de que el final está predeterminado. Es la misma razón por la que funciona un buen combate de lucha libre o un mal combate de boxeo. ¿Cuándo somos realmente personas enteras? Quizá cuando ganamos consciencia de lo amañado que está lo seguir respirando. Pero, ¿qué pasa si esa consciencia se desvanece? ¿Qué ocurre cuando el tiempo se vuelve interrogante y el espacio no nos recuerda a nada remotamente familiar? ¿Qué pasa cuando se nos olvida por qué seguimos corriendo? Con las manos de una artesana y el pulso firme de una de las mejores directoras de su generación, la chilena Maite Alberdi ("El agente topo") se plantea todas estas preguntas en la extraordinaria y epatante "La memoria infinita".

Tras ganar el Gran Premio del Jurado en el último Festival de Sundance y postularse como firme candidata al Oscar al Mejor documental, la película de Alberdi se puede ver estos días en el marco del Festival de San Sebastián, donde ha encontrado su lugar en la sección Perlas. Y ese lugar en la programación, entre la última Palma de Oro de Cannes y los últimos trabajos de maestros como Wenders, Kaurismäki o Haynes, se vuelve cada vez más legítimo con cada minuto de metraje que discurre tierno por la pantalla. En "La memoria infinita", carrera contra el tiempo de la propia documentalista, somos testigos del veloz avance del Alzhéimer de Augusto Góngora, uno de los periodistas más destacados de la escena latinoamericana y quizá el último guardián de lo contestario durante el régimen dictatorial de Pinochet. Reportero de calle durante la década de los setenta y los ochenta, denunciando la miseria policial y económica a la que estaba sometido el país, Góngora se encargó luego, ya en democracia, de digitalizar y catalogar buena parte del archivo histórico de los años ominosos, convirtiéndose en una figura clave para entender no solo el Golpe de Estado, si no la república briosa en la que se convirtió Chile antes de que muriera el siglo XX.

El nuevo trabajo de Alberdi sigue a Paulina Urrutia y Augusto Góngora, personalidades de la cultura chilena
El nuevo trabajo de Alberdi sigue a Paulina Urrutia y Augusto Góngora, personalidades de la cultura chilenaBTEAM

Los besos que ya nos dimos

La originalidad de la propuesta, más allá del exquisito ritmo melancólico que Alberdi le imprime al montaje, pasa por la ética de cuidados que articula el filme. Como llevando a la vida las tesis y estudios de Carol Gilligan sobre la materia, "La memoria infinita" vertebra su discurso gracias a la totémica figura de Paulina Urrutia, "la Pauli". Compañera de vida de Góngora desde hace más de dos décadas, y esposa desde hace un par de años, nuestro primer contacto con ella es a los pies de la cama justo después de que suene el despertador. Es la mujer que siempre estuvo allí, y la que siempre estará, incluso aunque Góngora no pueda recordar por qué ni desde cuándo. Pero, en lugar de rendirse a tesis utilitaristas o lacrimógenas, el documental deja que, sin recitar una sola pregunta, sea Urrutia la que se vaya entrevistando a sí misma y, claro está, a lo que va quedando de la memoria de Góndora. "¿Tienes hijos?", le pregunta al periodista; "¿Por qué no tuvimos hijos nosotros?", le llega a espetar, casi como recorriendo los caminos emocionales que alguna vez fueron conflicto y ahora son pura empatía, reconocimiento del otro y de esas peleas, también esos besos, que ya tuvimos, que ya nos dimos.

Interrumpida por la pandemia de coronavirus, que azotó con fuerza al país trasandino, la grabación del documental más al uso se interrumpe, dejando paso a vídeos caseros, grabados por la propia Urrutia. Lo que en cualquier otra producción sería fiasco, aquí es gloriosa oportunidad. Ese viraje de la forma, conseguida en parte también por la costumbre ante los focos de la pareja de Góngora, resulta aquí en un ejercicio de desnudez escénica: una mujer y una cámara, una pregunta y su respuesta. Todo ello al natural, todo ello hasta desenfocado. Y todo ello cobra mucho más sentido, se vuelve mucho más real, cuando entendemos que Urrutia no es solo un ser adyacente a la tesis del filme, si no que estamos ante una de las actrices más respetadas de las tablas chilenas y toda una ex Ministra de Cultura. Esa es en realidad la virtud última de "La memoria infinita", tratar en términos de humildad algo que tiene que ver con las heridas del yo, describir el amor no como un acto de sacrificio, que también, si no como la prueba definitiva de nuestra consciencia: hasta que tú seas tú, yo seré yo.

"¡O el asilo contra la opresión! ¡O el asilo contra la opresión!", recita Góngora en los vídeos caseros de la familia, haciendo alusión a los versos finales del sentido himno nacional chileno, pero encerrando en ello, igual que cuando vibran las tablas del Estadio Nacional (el mismo que fue testigo de la muerte de cientos), las lágrimas de una memoria golpeada. Al final, el juego de palabras que titula el filme, melancólica ironía mediante, se queda a vivir en uno. "La memoria infinita", tal y como el anterior y tan celebrado trabajo de Alberdi, busca los límites de la no ficción, pero no para trasvasarlos con ansias disruptivas, si no para abrazarlos, entenderlos, hacer de ellos, de la película y su mundo, un lugar más amable, más humano, menos raro. Es complicado pues, separar la emotividad de la más estricta razón epatante, pero qué importa. "La memoria infinita" es un monumento, cálido, adulto, hiriente y sereno, a todas esas razones que alguna vez nos han hecho mirar al reloj para recordarnos por qué demonios seguimos corriendo. Contra el tiempo, o incluso sin apenas espacio.