Mia Hansen-Løve: "El cine me ayuda a lidiar con mi propia realidad"
La directora francesa estrena «Una bonita mañana», inspirada en el vínculo con su padre durante sus últimos meses de vida
Madrid Creada:
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La directora francesa de origen sueco Mía Hansen-Løve, como tantas otras personas de nuestra era desquiciada para con la senectud, tuvo que ver cómo su padre se iba apagando, perdiéndose en una enfermedad degenerativa que le alejó realmente de quien siempre fue. Ese trauma, sumado al eco pandémico de las soledades, generó en la realizadora un pozo de desasosiego, de incertidumbre ante el futuro justo antes de llegar a la madurez plena, como si el destino le estuviera cambiando la mano de cartas a mitad de partida.
Esa sensación, a medio camino entre la ansiedad y la esperanza, sentimiento inabarcable de trascendencia en la vida propia, es el combustible de la luminosa «Una bonita mañana», nueva película de la directora y, quizá, uno de sus mejores trabajos hasta la fecha, tras la no menos excelente «La isla de Bergman». Planteada desde la autoficción, pero siendo en realidad un ejercicio de autodefensa, Hansen-Løve nos presenta aquí a una Léa Seydoux, más proyección que álter ego, que está aprendiendo a dejar de vivir como viuda, para ser solo madre y, ante el advenimiento de la enfermedad de su padre, también hija. En ese momento, la Sandra protagonista conocerá a Clément (Melvil Poupaud), un hombre casado e igual de perdido que ella.
«Tras mi última película, tan libre, tan espaciosa, había algo dentro de mí que quería volver a ese encierro, a esa opresión típica de los pequeños pisos parisinos. La película lidia con la enfermedad, sí, pero también con la represión autoimpuesta de la gente que vive en las ciudades, donde la densidad apenas deja espacio para nada», explica la directora a LA RAZÓN sobre una lectura arquitectónica que, desde el brillante diseño de producción, da alas al discurso central de la película: una mujer que busca volver a encontrarse cómoda en sí misma. Y sigue: «Tenía que enfrentarme, desde mi cine, a mi propia realidad. Por dura que fuera, porque era parte de mi vida. De alguna manera, esta es mi forma de lidiar con mi propia realidad», añade.
«La protagonista se va hundiendo, sufre ahogándose y siendo consciente de su estado. Es un sentimiento horrible y me llevó mucho tiempo aceptarlo porque pasé por eso con mi propio padre. Creo que, aunque en la película hay mucho que no se dice, porque aún tengo que ponerlo por escrito, verbalizarlo, intento dar testimonio de estos sentimientos complejos», matiza la directora, antes de abordar su ecléctica filmografía: «Creo que todas mis películas, de diferente manera, son retratos. De vidas, de personas y de sus destinos. Intento capturar sus presencias, sus esencias, igual que un cuadro, pero de una manera distinta».
Y así, más allá de los encuentros sexuales –elegantemente filmados– que pueblan «Una bonita mañana», la maestría de Hansen-Løve se demuestra, en realidad, cuando mantiene con pulso firme la mirada en los encuentros con su padre. Cuando vacían el piso en el que guardó toda su vida, pero también cuando rebotan de residencia en residencia, debido al grado de dependencia del personaje al que interpreta todo un clásico como Pascal Greggory: «Escribí el papel con él en mente. Siempre le he admirado, claro, por las películas de Rohmer, pero creo que ha sido capaz de encontrar esa esencia de alguien a quien le da vergüenza en realidad no recordar quién es. Entendió mucho más que la enfermedad, entendió el carácter del personaje, que va más allá de su circunstancia y, por ejemplo, pasa por no quejarse nunca de nada, que es lo que hacía mi padre», responde sincera la realizadora, que con apenas ocho largos está completando un corpus fílmico impresionante.