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Festival de Cannes

Mohammad Rasoulof presenta, tras huir de Irán, su nuevo filme en Cannes

El cineasta, condenado a ocho años de cárcel y latigazos por el gobierno de su país, presenta su cinta en la sección oficial del festival

Director Mohammad Rasoulof, right, holds up photographs, alongside Soheila Golestani, left, upon arrival at the premiere of the film 'The Seed of the Sacred Fig' at the 77th international film festival, Cannes, southern France, Friday, May 24, 2024. (Photo by Scott A Garfitt/Invision/AP)
Mohammad Rasoulof sostiene las fotos de los protagonistas que no han podido salir de Irán Scott A Garfitt/Invision/APAgencia AP

¡Qué gran lección de geopolítica nos preparó el Festival de Cannes para cerrar la competición de esta desigual 77ª edición! Sabemos que, al principio del certamen, el director artístico, Thierry Frémaux, insistió en que había que hablar de cine, y no de política, pero como los humanos somos también el peso de nuestras contradicciones, el último día llegó Mohammad Rasoulof, recién fugado de Irán, y Michel Hazanavicius, con su película de animación sobre el Holocausto. El pasado 8 de mayo, Rasoulof fue condenado por el gobierno iraní a ocho años de cárcel y latigazos, con la confiscación inmediata de su pasaporte y sus propiedades, por un «delito de colusión con la intención de cometer crímenes contra la seguridad de su país». Cinco días después, el director de películas como «La vida de los otros» (Oso de Oro en Berlín), emitió un comunicado oficial anunciando que había abandonado Irán de forma clandestina.

El golpe de efecto estaba cantado: aunque no estaba confirmada, la primera aparición pública de Rasoulof sería ayer en Cannes, en la presentación de «La semilla de la higuera sagrada», que compite por la Palma de Oro. El jueves, sentado junto a la actriz iraní Golshifteh Faharani en el programa de televisión «C Soir», afirmó: «Cuando estaba cruzando la frontera, me di la vuelta (…) Miré por última vez mi tierra natal y me dije: “Volveré”». Ayer, en la alfombra roja, Rasoulof desfiló con dos fotos de sus protagonistas, que no han podido salir de Irán. La Prensa oficial iraní no ha tardado ni un minuto en alzar la voz contra Rasoulof, en calificarlo de traidor a la patria, en «humillar a su país y venderse a Occidente». Su carrera como cineasta se ha desarrollado en rodajes clandestinos, especializándose en temas tabú para el régimen teocrático iraní, como la corrupción o la pena de muerte.

«La semilla de la higuera sagrada» abunda en esa línea de trabajo. A Iman lo ascienden al puesto de investigador judicial de un tribunal revolucionario de Teherán el mismo día en que estallan las manifestaciones del movimiento «Mujer, vida, libertad» en otoño de 2022, que se saldaron con miles de arrestos y condenas a ciudadanos civiles. Su nuevo empleo es un privilegio envenenado, porque él y su familia (su mujer y sus dos hijas) están bajo escrutinio de la policía de la moral. Es fácil cometer un error, sobre todo, cuando una rebelión está en marcha en las calles y una de sus hijas es universitaria. Rasoulof es un cineasta de tesis. En la primera parte de la película, donde abundan los vídeos de violencia policial que se viralizaron por redes sociales, el mensaje no puede ser más directo. Después de todo, el filme cree, como en el clásico cine político, que la eficacia de la denuncia es directamente proporcional al realismo de sus imágenes.

El problema aparece cuando Rasoulof vira su tesis hacia lo alegórico a partir de que la pistola de Iman, el padre, desaparece misteriosamente de su casa. «La semilla de la higuera sagrada», ergo la paranoia de sospecha e hipervigilancia propagada por el gobierno iraní, ha echado raíces en Iman, y, a partir de entonces, su comportamiento es tan extremo que la película, estirada como un chicle, busca desesperadamente justificar su metáfora, y deviene obvia y plomiza.

Si los disidentes iraníes son víctimas, ¿cómo no recordar que también lo fueron los judíos que murieron en los hornos crematorios? Programar «Le plus précieuse des marchandises», la primera película de animación de Michel Hazanivicius, junto a la de Rasoulof, ¿no pretende ser un oblicuo gesto de apoyo a Israel en el conflicto de Gaza en un país como Francia, en el que las manifestaciones propalestinas se perciben como una muestra de antisemitismo?

Hazanivicius se inspira en el cuento de Jean-Claude Grumberg, en el que un matrimonio de leñadores adopta un bebé arrojado desde uno de los trenes que se dirigen a un cercano campo de exterminio, y aprovecha para representar lo irrepresentable: los cuerpos cadavéricos, los rostros desencajados, las fosas comunes. Cuando es un cuento de hadas macabro, la película tiene un cierto halo poético, humanista, que resulta convincente. Cuando se desplaza hacia la recreación de la Shoah, es más que problemática. Lo que decíamos: Cannes se convirtió, en su última jornada, en un tendencioso espacio geopolítico. Mientras tanto, un George Lucas algo ausente se bañaba en aplausos preparándose para la Palma de honor que recibirá en la ceremonia de clausura. Pero eso es otra historia, que pasó en una galaxia muy, muy lejana.

Estructura de un palmarés soñado

Si por algo se ha caracterizado esta 77ª edición del Festival de Cannes ha sido por las decepciones que han propiciado grandes autores (Coppola, Schrader, Cronenberg) y por la dificultad de encontrar títulos que despertaran consenso. Han tardado en llegar, pero esperemos que el jurado presidido por Greta Gerwig, y con Juan Antonio Bayona como uno de sus miembros, reconozcan la brillantez de «Anora», de Sean Baker; «Grand Tour», de Miguel Gomes; «All We Imagine As Light», de Payal Kapadia; y «Caught by the Tides», de Jia Zhang-ke. El mejor actor podría recaer en Sebastian Stam por su Donald Trump de «The Apprentice» y la mejor actriz para la narco «trans» interpretada por Karla Sofía Gascón de «Emilia Pérez».