Ziggy Stardust: el asombroso alunizaje de David Bowie
Se cumplen 50 años desde la genial creación de un personaje singular que daría título a uno de los discos más cruciales de nuestro tiempo
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Aquello nació como una peculiar forma de combatir la locura y se convertiría en el más asombroso alunizaje de David Bowie. La creación de un personaje icónico que, aunque de vida efímera, trascendería a su tiempo. Su nombre: Ziggy Stardust. El protagonista de un álbum mágico que todavía hoy, 50 años después de su edición, continúa siendo prodigioso, enigmático y terriblemente atractivo.
Realmente, Bowie tenía entonces el sonido, pero no la idea. Venía de tiempos extraños. Había conquistado las listas con «Space Oddity», pero el disco posterior, «Hunky Dory», había sido un inexplicable fracaso comercial. Pocos supieron admirar su grandeza, seguramente porque Bowie se había adelantado a su tiempo con un sonido vanguardista y nunca antes escuchado, una especie de amalgama de Beatles, Dylan y vodevil británico que en sí era un sonido nuevo. La cuestión era cómo enfrentarse a lo siguiente. Bowie lo encontraría en las habitaciones de su propia mente, en los precipicios de su locura.
«The Rise And Fall Of Ziggy Stardust And The Spiders From Mars» sería el título elegido para contar la historia de Ziggy Stardust, un personaje que Bowie moldearía con la ayuda de su entonces esposa, Angela, a partir de un nombre inspirado en un músico psicobilly y desquiciado de los años 60 llamado Legendary Stardust Cowboy. Ese personaje de Ziggy era su forma de enfrentarse con los problemas de salud mental que aquejaban a su familia. Básicamente se metió hasta el fondo en ese personaje para no volverse loco. «Uno se somete a un enorme daño psicológico al tratar de evitar la amenaza de la locura. Mientras llevara esos excesos psicológicos a mi música y mi trabajo, siempre podría estar manteniéndolos alejados», diría.
El concepto es el de un músico que lucha por lograr el éxito y cuya presencia en el escenario y la adulación del fan le llena de un ego tal que le impide mostrar cualquier tipo de afecto hacia sus compañeros y amigos. «Es una gran superestrella del rock destruida por el fanatismo que crea», resumiría su creador. Pero Ziggy Stardust no solo era una canción y una historia. Bowie se propuso darle vida a todos los niveles. También tomaría cosas de sus admirados Iggy Pop, Lou Reed, Marc Bolan o Jimi Hendrix. Y también de Vince Taylor, un cantante inglés que llevó la personalidad de «estrella del rock» al extremo, llamándose a sí mismo Mateus y proclamándose «hijo de Dios».
Lo siguiente era darle «vida». Bowie basaría la ropa, el cabello y el maquillaje de Ziggy Stardust en el personaje de Malcom McDowell en «La naranja mecánica» y en el libro «Wild Boys», de William Burroughs. Y también debía tener unos movimientos característicos: algunas de las posturas se inspiraron en Gene Vincent, la gran estrella de rockabilly que se lesionó la pierna en un accidente automovilístico en 1960, el mismo en el que murió Eddie Cochran. Cuando Bowie vio a Vincent en concierto, llevaba un aparato ortopédico en la pierna y se paraba con la pierna lesionada detrás de él. Bowie se apropiaría de esa postura en escena.
De reticencia a entusiasmo
Cuando Bowie entró en el estudio de grabación, Ziggy Stardust ya era conocido porque llevaba ya varios meses presentando al personaje en directo ante la estupefacción general. La reticencia general –abucheos, incomprensión, gritos de «maricón», etc.– daría paso a una admiración progresiva que se derivaría en entusiasmo. El público ya estaba preparado para el nuevo alunizaje de un artista que marcaría el paso durante toda la década.
Al igual que con «Hunky Dory», el disco de Ziggy se registraría en los estudios londinenses de Trident. Apenas dos semanas de grabaciones y otras dos para mezclar. Menos de un mes para completar una obra maestra imperecedera. Las sesiones en sí no serían muy diferentes a cualquiera de las otras sesiones de Bowie. Los conceptos básicos llevaron alrededor de cuatro o cinco días y así se grabaron. Apenas se añadían algunos matices. Eran grabaciones casi en directo. Y lo más alucinante de todo: la voz de Bowie se grabó casi en su totalidad en una sola toma.
«Tocábamos una vez la canción y a la segunda decíamos: ‘’Ahora me la sé'’. Y entonces llegaba Bowie y decía que estaba perfecta, que pasáramos a la siguiente canción. Después de un tiempo empezamos a pensar: ‘’Será mejor que lo clavemos para la segunda toma’'», comentaría el batería Woody Woodmansey. «Realmente disfruté haciendo ese álbum, pero recuerdo que también fue una pesadilla porque Bowie venía, nos lanzaba canciones y solo teníamos dos tomas para grabarlas. Pero resultó genial», añadiría Trevor Bolder.
El disco tiene una vodevilesca teatralidad realmente dramática y hay varios detalles que convierten en único ese sonido. Por ejemplo, la voz de Bowie, que no puede cantar mejor. Luego está la guitarra del genio que era Mick Ronson y unos arreglos orquestales solo comparables a algunas canciones de los Beatles. Y otro detalle no menor que a menudo pasa inadvertido y que siempre destacó el productor Ken Scott: «Me di cuenta de que una cosa inusual acerca de Ziggy es que hay una guitarra acústica en cada pista, incluso en las de rock and roll. No es que fuera novedoso, pues me había iniciado en el rock and roll escuchando a gente como Presley y Bill Haley, quienes usaban acústica, por lo que usarlas parecía bastante natural. Le dio a las canciones una sensación completamente diferente. No me gustaban los platillos en ese momento, no tengo idea de por qué, así que usé el rasgueo de la acústica más como un instrumento de percusión, casi como una especie de ‘’charles’'. No fue algo en lo que pensamos conscientemente o buscamos, pero siempre está ahí».
La portada del álbum mostraba a David Bowie vestido como Ziggy Stardust permaneciendo fuera de la peletería K. West, que estaba ubicada en el 23 Heddon Street de Londres. Una de esas portadas inolvidables, una obra de arte en sí misma. En marzo de 2012, se instalaría una placa en honor a Ziggy Stardust en esa esquina donde una vez colgó el letrero de K. West. Esta placa es una de las pocas en el Reino Unido dedicada a un personaje ficticio.
El disco fue una explosión en el Reino Unido, alcanzando finalmente el puesto número 5 en las listas del Reino Unido, aunque en Estados Unidos su impacto fue más lento. Un británico con el pelo de colores, plataformas, maquillaje y haciendo una música rara… «Too much». El sencillo «Starman» fue un añadido final de Bowie para satisfacer a su compañía de discos, que no veía un single claro en el álbum, y también adquirió inmediatamente la categoría de clásico. Bowie se había convertido ahora en un fenómeno cultural de pleno derecho en Inglaterra y otras partes del mundo. Y entonces decidió asesinar a su alter ego. «No me dejaría en paz durante años. Fue entonces cuando todo comenzó a torcerse... Toda mi personalidad se vio afectada. Se volvió muy peligroso. Realmente tenía dudas sobre mi cordura. Tuve que acabar con él».