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Cuadros de variado colorido

La mexicana Alondra de la Parra se pone al frente de la Orquesta Nacional exhibiendo algunas de sus características más destacables
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La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Obras: de Bernstein y Musorgski/Ravel. Flauta: Juana Guillem. Contratenor: Terry Wey. Directora: Alondra de la Parra. Coro y Orquesta Nacionales. Madrid, 27 -XI-2022.
El nombre de esta directora mexicana viene sonando con fuerza en los mentideros musicales como posible futura directora de la Orquesta Nacional en sustitución de David Afkham, que parece no va a renovar. Se ha escrito de todo, en pro y en contra de esta artista. La pudimos ver hace meses dando vida a un programa de música cinematográfica y no nos causó mala impresión. En esta oportunidad la hemos seguido en una selección musical de mayor compromiso en el que ha podido exhibir sus características esenciales. Es movediza y saltarina en el podio, muestra una variada y airosa, quizá excesiva, gesticulación, marca con claridad de forma a veces innecesaria, como si estuviera ante una orquesta de noveles, dando entradas y salidas. Sabe cerrar periodos con autoridad y firmeza y da la impresión de que los instrumentistas están pendientes de su larga batuta. Es expresiva, comunicativa y flexible. Se critica que sus concepciones pueden a veces parecer epidérmicas, faltas de hondura, de entraña, de seriedad. En el concierto que comentamos no percibimos del todo esa tacha y sí un buen planteamiento general de cada composición.
Se abrió la sesión con dos obras de Leonard Bernstein. La primera, “Halil”, con flauta solista, “una suerte de música nocturna” según el autor, es muy plástica y muestra distintos episodios escritos en recuerdo de un flautista israelí que murió joven en la guerra de 1973. Interesante orquestación, bien estudiados vaivenes armónicos a lo largo de los diversos episodios, que transcurren algo tediosamente. Muy bien Juana Guillem, veterana flautista del conjunto. Tocó con su bello sonido de siempre, terso y redondo, sin ningún tipo de problemas en la nada fácil ejecución. Diseñó con finura la curiosa exposición inicial del tema lírico. Regaló al final una cantarina pieza en la que estuvo acompañada desde la marimba por su hermano Juanjo, percusionista titular.
La batuta de De la Parra pareció moverse a gusto aquí, como también lo hizo en los tres “Salmos Chichester” del mismo Bernstein, obra en la que no existen las maderas. Lució el coro, bien ajustado y afinado, con alguna que otra entrada poco precisa y respondió a las vehementes indicaciones en los difíciles pasajes de rítmica tan singular sobre un compás de 7/4: en el segundo movimiento no tuvimos a un niño cantor, sino a un contratenor, Terry Wei, que entonó con justeza y buen hacer el Salmo 23. Voz de soprano emitida con corrección y abuso de ataques fijos con vibración posterior. En el tercer salmo (133), “Observad que bueno es”, percibimos ciertas faltas de seguridad en las entradas del Coro.
La versión que la directora nos ofreció en la segunda parte de los famosos “Cuadros de una exposición” de Musorgski orquestados por Ravel fue extrañamente pausada. Se detuvo morosamente en muchos de los episodios, cuadros, ilustraciones o pinturas, así en “El viejo castillo” con solo de saxofón (algo falto de sutileza) o en las “Catacumbas”; o en el mismo final de “La Gran Puerta de Kiev”, con detenciones y retenciones quizá excesivas, aunque no hicieron peligrar las estructuras. En “Bydlo”, la carreta, no se estableció el adecuado balance y la percusión no tuvo el exigido relieve en al ápice del gran “crescendo”. Bien diseñados los cuadros más scherzantes (“Tullerías”, “Los polluelos”) y planteado con conocimiento el agreste diálogo entre los dos judíos, donde Manuel Blanco se exhibió a conciencia con su pequeña trompeta. La impresión general tras el concierto es que Alondra de la Parra tiene maneras, recursos, técnica muy suelta, criterio y ganas. Está probablemente en camino de una añorada madurez.