Música

The Doors: sexo, mentiras y libros de memorias

Con las memorias de Robby Krieger, que aparecen en castellano, todos los miembros del grupo salvo Jim Morrison han dado sus divergentes testimonios del grupo

Los componentes del grupo The Doors, de izquierda a derecha: John Densmore, Robbie Krieger, Ray Manzarek y Jim Morrison
Los componentes del grupo The Doors, de izquierda a derecha: John Densmore, Robbie Krieger, Ray Manzarek y Jim Morrisonlarazon

Como todos los grupos legendarios por sus canciones, The Doors necesitaban un mito a la altura de sus grandes fantasías y, en buena medida, tampoco necesitaban fabricárselo. Con una personalidad como la de Jim Morrison al frente, las fábulas iban a llegar de su mano o irían a buscarle como a un imán para los problemas. Y, sin embargo, muchas de las historias que se cuentan de ellos son ficticias. Así lo defiende Robby Krieger, el guitarrista de la banda y el último en publicar sus memorias tras las autobiografías de John Densmore y Ray Manzarek, volúmenes a los que añadir a las infinitas biografías que se han publicado de Morrison a lo largo de los tiempos. En “Set The Night Of Fire” (Alianza Editorial) Krieger pone en orden sus recuerdos y los ajenos, ajusta cuentas con sus ex compañeros y resta melodrama a algunos de los relatos más truculentos que se han contado sobre The Doors.

Y eso que su narración no empieza como el de alguien que vaya a quitarle hierro a las locuras de su amigo, el poeta y cantante Jim Morrison, la estrella del rock más extravagante e imprudente de un colectivo ya de por sí disperso. Krieger cuenta la costumbre del cantante de saltar por las ventanas, girar en el aire, y agarrarse de la cornisa con las manos quedando suspendido en la fachada, una disciplina que solía poner en ejecución en los hoteles de las giras. Comenzó haciéndolo cuando se alojaba en la segunda planta pero fue añadiendo dificultad a medida que consumía más alcohol. El guitarrista cuenta cómo, con el paso del tiempo, Morrison se empapaba en bebida cada vez más hasta extremos espeluznantes, hasta la completa enajenación y consiguiente amnesia.

Krieger, apasionado y conocedor de la guitarra flamenca, aprendió a tocar con una que su padre compró en Madrid. En Guitarras Ramírez, uno de los mejores fabricantes del mundo. Y se sumergió en los acordes del flamenco, lo que le otorgó esa pulsación única que impregnaba las canciones de The Doors. En sus memorias, relata cómo Morrison se va transformando de un cantante que recita a una máquina escénica que aúlla. De un muchacho que no cree en su escritura, a un poeta que decide ir a París para ser tomado en serio como escritor. Krieger desmiente que esa decisión tuviese que ver con su rechazo a la banda, sino con sus nuevas aspiraciones literarias. Con una diferencia, según Krieger: “En la historia del rock, hay un enorme listado de cantantes icónicos, y lo que hacían casi todos era representar un papel”. Se refiere a Mick Jagger, Elvis, Chuck Berry o hasta Jimmy Hendrix. “Jim era Jim. Era imposible adivinar lo que iba a hacer en el escenario, igual que siempre resultaba imprevisible en la vida real”.

Improvisación ácida

Consumían ácido, mucho ácido. “Solo en el primer año tomé con Jim muchas veces, a la espera de repetir la primera experiencia cuando mi ego saltó en mil pedazos”, recuerda. Sin embargo, las sucesivas no tenían el mismo efecto. El organismo había desarrollado tolerancia y las sensaciones eran menos intensas. Por eso, Krieger fue reduciendo el consumo. Pero Morrison lo iba aumentando. “Cuando firmamos el contrato discográfico me dijo que se tomó 5.000 microgramos de LSD, cuando con 1.000 era suficiente para que se volara la cabeza. No sé si exageraba, pero tomaba mucho”, recuerda. Krieger perdió la fe en el ácido pero la encontró en el Maharishi Mahesh Yogi, el mismo que será el guía espiritual de los Beatles dos años después. A su visita a California en 1965 asistieron 12 personas, tres de las cuales serían The Doors. Junto a Krieger iba John Densmore y allí se encontraron a Ray Manzarek, siete años mayor -entonces, el guitarrista solo tenía 19 años- y otro descreído de los poderes del ácido. Hay que señalar que, al menos para dos miembros de The Doors, esta pérdida de la fe llegaba rápido: el Verano del Amor no sucedería hasta 1967 y el verdadero despertar colectivo, los asesinatos de Charles Manson, no sucedieron hasta 1971. Quizá eso les salvó la vida. El caso es que Krieger y Densmore empezaron a practicar la meditación y hablaban mucho al respecto en el seno de la banda. Así un día se coló a los oídos de Morrison la frase “tómate las cosas como vienen” (“Take It As It Comes”), una de las enseñanzas del maestro yogi que terminó convertida en canción.

Sin embargo, Morrison siguió tomando ácido a raudales. Una noche la banda estaba esperando en el Whisky a Go-Go, el lugar donde ya eran leyenda local y el cantante no aparecía. Después de mucho buscarlo, lo hallaron debajo de la cama, encogido y balbuceando. Aseguraba que se había tomado 10.000 microgramos de LSD. Quizás solo exageraba o deliraba por una cantidad muy inferior, pero le sacaron de allí y le llevaron a tocar. Allí, esa noche, improvisó unos versos sobre matar al padre y acostarse con la madre y una especie de delirio en verso libre. “No se derrumbó, como cuenta la película de Stone. Pero se quedó mudo con la mirada perdida. Y se produjo el mayor estallido de aplausos de nuestra vida”, recuerda el guitarrista, que también desmiente otra leyenda, que les echaran del local para siempre aquella noche. “Eso carece de lógica, porque el Whisky lo gestionaba un policía abiertamente corrupto y un profesional de las apuestas conectado con la mafia ¿Alguien piensa que les podría ofender el lenguaje grosero?”, ironiza.

“A Jim le divertía meterse en peleas, y eso que siempre acababa perdiendo. Casi todos los que son así, quieren ir de duros o demostrar algo. A él le daba igual vencer. Nunca era el primero en pegar, se limitaba a provocar con palabras o destrozos hasta que recibía. No era un tío débil, al contrario. Pero a menudo iba tan borracho que le tumbaba un vientecillo fuerte. No sé si lo hacía por masoquismo, afán de manipulación, búsqueda de los límites emocionales o una forma simbólica de contraatacar a su padre autoritario (…). El catalizador siempre era el alcohol”, recuerda el guitarrista.

Destruir mitos

En sus memorias, se encarga de desmantelar algunos de los mitos más burdos propagados por quienes han tratado de contar la historia de la banda, como el cineasta Oliver Stone, quien, en su película homónima de 1991, exageraba y deformaba la figura de Morrison bajo un guión que Krieger califica de “estúpido”. En especial, la secuencia en la que supuestamente Morrison empuja a un fan al interior de un armario y le prende fuego. “Es ridículamente falso”, según el guitarrista. Lo que agradece al director es la pasión que sintió por The Doors en el Ejército americano en Vietnam, donde sirvió con 21 años en una experiencia traumática que le cambió la vida. “Cuando estás a 14.000 kilómetros de casa, con la cara contra el barro y las balas silbando por encima de tu cabeza, supongo que no te apetece escuchar ‘’All You Need Is Love’'. Miraban al final (‘’The End’’) y estaban a punto d pasar al otro lado (‘’The Other Side’’)”. Curiosamente, quien hizo a The Doors tan protagonistas en Vietnam como a los tanques o al mismo Marlon Brando fue Francis Ford Coppola, que utilizó sus canciones para escenas cruciales de “Apocalypse Now”. En el libro, Krieger reconoce en el libro sus dos “robos” más famosos: el riff de “Break On Through” está, ejem, basado en “Mellow Down Easy” de Mike Bloomfield y el de “Love Me Two Times” es un préstamo de “Southbound Train” de John Koerner, a quien llegó a reconocerle personalmente el plagio. “Me dijo que no se había dado cuenta, así que algo debí hacer bien”, bromea en el libro.

Cada vez, Morrison se volvía más y más salvaje. Cada vez forzaba más las situaciones para provocar a todo el mundo que tenía alrededor. Tanta fama obtuvo por ello que uno de los sucesos más controvertidos en la historia del grupo, cuando Morrison fue detenido en el escenario en Miami (1969), fue un puro invento de la Policía. Según la denuncia, Morrison fingía en el escenario practicarle una felación a Krieger. “Creo que me habría dado cuenta si eso hubiera sucedido”, escribe en sus memorias. También revela que, según él tenía entendido, a Morrison le molestaba que le llamasen “El Rey Lagarto”, uno de los versos de “Not To Touch The Earth”, que hacía referencia a un personaje ficticio, no a sí mismo.

Ladillas y sífilis

El sexo ocasional no era ocasional para Morrison. Las espontáneas se daban por garantizadas en cualquier lugar en el que la banda fuera a tocar. Simplemente, aparecían cada noche. “Todos teníamos ladillas. Eso era algo que podías dar por sentado”, cuenta Krieger. Y en una ocasión, por tanto alternar, Morrison fue diagnosticado de un caso potencial de sífilis. “Lejos de asustarse, estaba emocionado, porque pensaba que esto le acercaba un poco más a todos esos poetas y pintores bohemios del siglo XIX que él idealizaba. Incluso quería dejar que la enfermedad siguiera su curso sin tratamiento para sentir lo mismo que ellos habían padecido, lo cual era una completa locura”, dice Krieger. Tenía, a su juicio, algún tipo de enfermedad mental de tipo depresiva y, con toda seguridad, un problema de relación con sus padres.

Cuando Morrison se retiró a París a escribir poesía no tenía intenciones de disolver la banda. “Estaba muy contento del disco que acabábamos de hacer, ‘’L.A. Woman’'. Había recuperado la ilusión en la música. Sin embargo, con la muerte de Morrison, todo saltó en pedazos. El grupo trató de seguir sin el cantante y ansiaban a Joe Cocker. Grabaron dos discos más completamente intrascendentes. Los capítulos tras la muerte de Morrison son los de una pérdida: la de una de las grandes bandas de todos los tiempos consumida en acusaciones, enfrentamiento y demandas judiciales cruzadas por seguir haciendo uso del nombre comercial. Y, por supuesto, la pérdida por la depresión, la adicción y la apatía de un chico que apenas tiene 25 años cuando siente que su vida se ha acabado. Con esa edad, el guitarrista cayó en la heroína. Hasta tal punto llegaron las animosidades y el choque de visiones (y demandas) que Krieger, autor de la canción más famosa del The Doors, “Light My Fire” -que, según él genera tanto dinero en derechos como todas las demás canciones de The Doors juntas-, no pudo utilizar ese título para sus memorias, porque Ray Manzarek ya lo había tomado para su propia autiobiografía. Manzarek falleció de cáncer en 2013. Al menos, Krieges ha vivido para contarlo... en otro libro de memorias.

Morrison y Pam: dos tipos raros

Tenía una en cada esquina. Jim Morrison alcanzó enormes cotas de atracción al sexo opuesto. A menudo una de sus parejas ocasionales iba a visitarle cuando estaba con otra. A veces esa visita terminaba mal, y otras terminaba bien. Pero es que así eran los años sesenta y setenta. El amor era la única religión. Morrison “sentó” la cabeza con Pamela Courson, una pelirroja de una psicología complicada, con la que el cantante tuvo una relación tormentosa. En algunos relatos de la vida de la banda, se la presenta como un factor de separación entre el cantante y el resto de la banda. “Pam no era Yoko Ono”, zanja Krieger. “Nunca intentó distanciar a Jim del grupo ni se entrometió en el proceso creativo”, explica. Ambos mantenían una relación abierta, estaban con terceras personas. “Pam se liaba con tipos raros y se metía heroína. Para muchos hombres, eso resultaría disuasorio, pero para Jim era ideal: por fin había conocido a una persona que podía vivir al límite como él”. Era voluble e intensa. Dos tipos raros juntos. “Muchos la consideraban como una persona calculadora, que estaba con Jim porque le compensaba en términos económicos. Puede que algo de eso hubiera, per la verdad es que le quería”, señala. Con ella se mudó a París, donde alternaba con diversos personajes siniestros, algo que no era extraordinario. “En el grupo pensamos que París le sentaría bien a Jim. Era una oportunidad de descansar y dejar atrás las presiones a las que estaba sometido”. Sin embargo, fue su última morada. “Un infarto o una sobredosis de heroína (que cada cual elija la realidad en la que prefiera vivir)” terminaron con su vida el 8 de diciembre.