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Distintas cimas

Joaquín Achúcarro demostró, desde la cima de sus 90 años, que aún tiene muchas cosas que decir; esta vez, dirigido por Pedro Halffter
Pedro Halffter volvió a dirigir en Madrid el pasado marteslarazonLa Razón
La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

Madrid Creada:

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Obras de Grieg y Strauss. Piano: Joaquín Achúcarro. Director: Pedro Halffter. Orquesta Sinfónica de Madrid. Auditorio Nacional, Madrid, 10-I-2023.
El anciano pianista demostró, desde la cima de sus 90 años, que aún tiene muchas cosas que decir. Es cierto que las manos ya no son tan diligentes y que hay notas y aun pasajes que se pierden en el discurso y que no faltan por ello ciertas borrosidades. Pero persisten en su técnica y en su estilo los valores que conocemos. El artista bilbaíno posee desde hace ya muchos años, tras una lenta y provechosa evolución, una tímbrica tersa y, no obstante, poblada de atractivos claroscuros, de irisaciones emanadas de un contacto muy natural con el piano. La sonoridad que fabrican sus manos y su pedal es rica de armónicos, de reflejos muy variados y está siempre íntimamente conectada con el sentido profundo de la pieza a interpretar.
El propio Achúcarro lo tenía muy claro cuando decía que «lo maravilloso del piano como instrumento musical es la infinita gama de sonidos que puede producir, desde la percusión más brutal y agresiva hasta un pianísimo casi imperceptible. Yo he estado toda mi vida buscando ese sonido que hace que el piano sugiera y recuerde al canto. El piano puede cantar, contrariamente a lo que decía Stravinski. Pero para ello hay que cantar por dentro. Lo que se puede conectar con aquello que decía Celibidache: “Todo pasa por el diafragma”».
Unión insensible del cuerpo y el espíritu que en este caso nos ha hecho disfrutar enormemente de la interpretación del tan conocido «Concierto» de Grieg, que fue iniciado por Achúcarro con poderosos y determinantes acordes, demostrativos de un vigor y un ímpetu desusados. Aire cantabile y mesurado en la exposición del primer tema y fluida, ligada y airosa recreación, envuelta en la tan personal sonoridad. Trinos sutilísimos en la extensa cadencia.
El «Adagio» fue un modelo de espirituosidad, de elevación lírica. Como el episodio central del «Allegro moderato» postrero, de una delicadeza y un arrobo extremos, muy lejos en todo caso del edulcoramiento. Huno general ajuste con el «tutti» gobernado por Pedro Halffter, siempre muy atento al solista, en un afortunado intento de acoplarse a su canto. Acertados los chelos en la exposición del segundo tema del primer movimiento. El solista, muy aclamado, regaló un exquisito «Nocturno», del propio Grieg.
Halffter conoce bien, compás a compás, la «Sinfonía Alpina» straussiana, de la que, por cierto, ha hecho recientemente una transcripción para dos pianos. Desde el principio llevó bien atadas las riendas y clarificó atmósferas y planos, consiguiendo casi siempre un balance adecuado, lo que ya es decir en partitura tan copiosa, necesitada de una orquesta de unos 130 ejecutantes. El lóbrego inicio («Noche») fue hábilmente conectado, en cuidadoso «crescendo», con la «Salida del Sol» y el resplandeciente estallido del primer gran tema. En la «Ascensión» escuchamos a una cuerda compacta y firme en viaje hacia la cima.
Cada una de las 22 secciones de la obra tuvo su justa traducción y una adecuada planificación, con dinámicas bien estudiadas, de tal modo que fueron escasos los momentos en los que reinó el confusionismo. La batuta, muy implicada en esta ocasión, ágil y clara, marcó en todos los planos. Nos gustaron especialmente algunos momentos, como el que marca la brillante entrada de la cuerda tras la tormenta. Aunque cada uno tuvo su acento y su color. Brillaron todas las familias en el gran despliegue. Los distintos solistas (trompa, oboe, corno inglés, clarinete, fagot...) estuvieron a gran nivel. Al final un desalmado aplaudió antes de tiempo. Clarificadoras y amenas notas al programa de García del Busto.