Música
«Shaun Ryder: Nuestra revolución cambió individuos, pero se ha perdido como sentimiento colectivo»
El líder de los Happy Mondays, a punto de iniciar gira por España, hace feliz balance de una vida excesiva y genial
La imagen de Shaun Ryder se asoma a la pantalla de su iPhone para contestar esta entrevista pero raramente encuadra su cara y su cráneo brillante porque no deja de moverse por la estancia. Su voz grave y con marcado acento de Salford (Manchester, Reino Unido, 1962) da forma atropelladamente a palabras que rectifica y que luego rescata en una sonriente catarata verbal. Contra todo pronóstico, Ryder sigue en este planeta, e, incluso, desafiando más las expectativas, asegura que ahora se lo pasa mejor que nunca con la música. Él, al frente de los Happy Mondays, fue estandarte de la revolución del llamado segundo verano del amor, esa juvenil cultura musical al galope del éxtasis y de una naciente cultura de clubque quedó retratada en la ya mítica película «24 Hour Party People». Después de muchos subidones y terribles, pero terribles bajones, Ryder está feliz de celebrar la vida con su banda próximamente en Madrid (24 septiembre, La Riviera), Barcelona (25 septiembre, Razzmatazz) y Valencia (26-27 septiembre, Visor Fest).
La gira que le trae por España se titula «Been there, done that», que se puede traducir libremente por «cuando tú vas, yo vuelvo». Shaun Ryder siente que ya lo ha hecho todo, y no es de extrañar. Por resumir: giras mundiales, toneladas de narcóticos y locuras elevadas al máximo exponente del disparate han dado leyenda a su existencia. «Bueno, depende de qué hablemos –concede–. Quizá no podría decirlo si se trata de montar en globo, esquiar en los Alpes o bajar en piragua el puto río Nilo... pero de ciertas cosas sí que lo he hecho todo. Voy a ser muy honesto contigo. Puedo decir que estoy colmado de ‘‘esas’’ cosas, pero también te confesaré que el nombre de la gira lo eligió la promotora», dice estallando en una carcajada.
Los Happy Mondays surgieron de la depauperada Manchester, epicentro musical mundial en los años 80. Las políticas de austeridad y reconversión de Margaret Thatcher se cebaron especialmente con la ciudad del Mersey, donde el postpunk (Joy Division, The Smiths) ponía voz a la desesperación, pero donde arraigaba otra cultura con ganas de fiesta que derivaría, MDMA mediante, en «Madchester». Pista de baile y drogas sintéticas para olvidar la angustia social en un globo de amor. Y el alma de esa fiesta fueron Ryder y Bez, los líderes espirituales de los Happy Mondays, que mezclaban funk, soul, toques de hip hop (o incomprensibles parrafadas en jerga callejera) con otras influencias de música negra. Aquellos años cambiaron mentalidades en una sociedad estreñida emocionalmente. «La revolución de ‘‘Madchester’’ fue muy importante para muchas personas, pero se ha perdido con el tiempo como sentimiento colectivo. Esa sensación de libertad conquistada sigue en el subconsciente de mucha gente y ha quedado para siempre en el nombre de la ciudad como parte de una identidad publicitaria», dice con una lucidez que contrasta con su embarullada y vertiginosa locuacidad, una que le hace olvidarse de cuál era la pregunta que estaba contestando. La leyenda de fiesteros los acompañará para siempre. «Es que lo he sido. Empecé con 20 y no paré hasta los 40, cuando ya empezaba a sentirme ridículo. Mira, me preguntan mucho por la película “24 Hour party people” y creo que es muy buena. Nunca conocí a Michael Winterbottom y él tomó el título de nuestro disco de 1987. Siempre digo que es muy divertida, que está muy bien captado el ambiente del momento y que todo el mundo está retratado de una manera caricaturesca. Lo hacen conmigo y con Tony Wilson, con todos, pero lo acepto, me lo he ganado a pulso. Lo que cuenta es que es una película buena y divertida. ¿Es un poco exagerada? Lo es. Es una tira cómica de todo aquello, de la actitud que teníamos y que rechazaban los sellos dirigidos por imbéciles que ignoraban el punk. Así que lo hicimos nosotros mismos. Nos daba igual vender discos y... De nuevo, se me ha olvidado de qué coño estábamos hablando». ¿Su vida ha eclipsado su música? «No... no creo. Esas historias de las drogas... no pueden tapar la energía punk que teníamos».
Las sustancias arruinaron su carrera musical, que, tras el éxito de «Pills ‘n’ Thrills and Bellyaches» (1990) se hundió con «Yes, Please» (1992) y ahí se terminó. La historia ya no fue tan divertida: adicción al crack y a la heroína –perdió los dientes por fumarlas–, padre ausente –Ryder tiene seis hijos de cuatro mujeres– y el tremendo proceso de la rehabilitación. También le diagnosticaron hace cinco años trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), algo que seguramente influyó en su conducta de niño «inquieto». ¿Habría cambiado algo un diagnóstico en la infancia? «Bueno, cuando yo tenía siete años, en 1969, ese tipo de problemas ni se contemplaban, no existían. La verdad es que no lo sé. Eres lo que eres. Es posible que, de haber tenido ayuda no la hubiese aceptado, me rebelase. También podría haberme convertido en un contable o un abogado. Haber escrito buenos libros, no sé». Tony Wilson, el legendario impulsor del sello Factory, dijo que Ryder escribía tan bien como W. B. Yeats. «Me halaga, claro. Imagino que es mejor que te comparen con un poeta que con un adicto al crack que vive en una caja de cartón, pero la verdad es que las personas que viven así merecen exactamente el mismo respeto que un poeta».
Sly Stone, ángel caído
Preguntamos a Ryder por sus vecinos Oasis. «Mis hijas, que no los conocían, están locas por verlos. Veo en ellas lo mismo que yo sentí cuando vi a Sly And The Family Stone en mi ciudad», dice sobre una de sus mayores influencias musicales. Sly Stone falleció este mismo año (9 de junio) después de años de problemas mentales por adicción e incluso viviendo en la indigencia. «Los Mondays queríamos hacer música de baile y house, pero Sly ya lo hacía mucho antes, cuando yo era un niño. Funkadelic ya mezclaban todo eso que nosotros queríamos ser y que hicimos con otros ingredientes, pero queriendo ser como ellos. Les admiraba mucho. Es una terrible injusticia que Sly Stone no pudiera estar los últimos diez años llenando pabellones sin parar. Es una gran injusticia que terminase como terminó en Los Ángeles luchando con sus problemas mentales en vez de como un héroe. Pero es muy difícil y peligroso volver al negocio de la música, no sé si lo hubiera aguantado, aunque estuviera sano. Nosotros, cuando regresamos en 2004, creo recordar, hicimos como siete noches en el Teatro Apollo de Nueva York y allí estaba también Ike Turner en el show, que volvía a los escenarios después de mucho tiempo. Yo le vi, nada más bajarse del escenario, consumir como un loco, con una pipa, porque acababa de cobrar. No muchos años después, murió de una sobredosis», dice Ryder, sabiendo lo fina que es la línea de la vida y la muerte, cómo las cosas suceden y no tienen explicación.
El legado de los Happy Mondays
► «Hemos logrado superar la locura de los ventitantos, los treinta y tantos... y luego la de los cuarenta y los cincuenta y tantos y ahora, por fin, en los sesenta, me siento muy bien», dice Ryder sobre una inacabable fase de madurez. «Me siento mejor que nunca». Con la perspectiva del tiempo, ¿cuál diría que es el legado de los Mondays? «¡Esa pregunta solo se puede hacer cuando estemos muertos! Y estamos aquí, caminando y actuando, joder. Bez y yo somos desafortunados por eso, nunca podremos ser mártires, pero, ¿cuál era la pregunta?», ríe.