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Shaun Ryder: «Soy oficialmente un adulto»

Decir descerebrados es quedarse corto para definir la personalidad de los miembros de Happy Mondays, uno de los grupos más locos de la escena «Madchester» y es también la definición aplicable a Shaun Ryder, su líder y vocalista, que habla de las razones para el regreso de la banda, que visita a partir de mañana la Península
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De entre todas las bandas legendariamente beodas, los Happy Mondays suben seguro al cajón olímpico. Basta con que la mitad de las cosas que se cuentan de ellos sean ciertas. Los Mondays surgieron de la época más delirante de la historia de la música (¿mundial?) y son, sin duda, su máximo estandarte. Recordemos: en el Manchester de los años 80 hubo dos maneras de digerir la sangrante situación social de paro masivo. A la introspectiva post punk (Joy Division, The Smiths, Magazine) le sucedió la actitud hedonista, encarnada por The Stone Roses, New Order y los Mondays. Reparen, por cierto, en la alineación de grupos surgidos de esa década prodigiosa en lo musical y conflictiva en lo social. Pero fue la segunda actitud la que encarnó la leyenda de «Madchester», en torno a una discoteca mítica, The Haçienda, y los Happy Mondays quienes resumieron mejor el espíritu de la época con «24 Four Hour Party People», ese tema surrealista escrito hasta las cejas de éxtasis que dio título a una película (Michael Winterbottom, 2002) que cuenta la historia al completo.
«Le tengo que dar las gracias a Margaret Thatcher, que destruyó todos los trabajos y nos jodió bien, pero si no lo hubiera hecho yo nunca habría formado un grupo de música», dice al teléfono Ryder con ese maldito acento mancuniano. Vayamos al principio. Crecer en el Manchester de la época no debió de ser fácil, y, vista su querencia por el exceso, ¿por qué haun Ryder el golfo se convirtió en músico en vez de en un pequeño criminal? «Cuando era muy joven, conseguí un trabajo, de entre toda la mierda que había, como mensajero. En la oficina de correos, pero no como contratado, sino como chico en prácticas, por horas. Yo era el que entregaba los telegramas a las familias que avisaban de la muerte de un ser querido, que anunciaban que les cortarían la luz o que les iban a desahuciar. Se suponía que ese tiempo me permitiría, cuando tuviese 18, ser un cartero titular, y habría sido una excelente opción porque no había empleos de ninguna cosa. Así que, aunque debería haber seguido para conseguir el trabajo, ya sabes, en vez de eso formé un grupo de música y me puse a hacer estupideces con mi vida. Pero bueno, a lo que iba: eso me hizo pasar momentos terribles, viendo gente derrumbándose delante de mí. Yo era un niño, ¡ni siquiera era el cartero! Fue duro pero me hizo pensar, me dio un sentido de la justicia propio», dice Ryder. «¡Eh!, y todo por una paga de mierda. Gracias, Thatcher».
Otras proezas
Pero no es ese alma de superhéroe el que le hizo famoso, sino otras proezas. «La parte buena de ese trabajo asqueroso es que pasaba muchas horas en el centro de Manchester (Ryder es de Salford). Iba a los pubs y los bares y veía a los cómicos y también mucha música en directo. Entré en contacto con los escenarios y fue el tiempo más feliz de mi vida», explica. Ryder es de esas familias católicas con decenas de primos. «Mi padre tiene diez hermanos y mi madre nueve. Y todos con montones de hijos. A cada uno le gustaba un tipo de música y crecí escuchando a la Motown, el northern soul, el punk... De David Bowie a Dean Martin, de Elvis a los Rolling Stones. Y empezamos a imitarlo todo». Con el «hazlo tú mismo» por filosofía y una tremenda caradura, los Mondays entraron en contacto con la escena que se movía en torno a The Haçienda, ese templo de la música que dirigían Tony Wilson y los miembros de New Order. Actuaron varias noches y Wilson, que dirigía la no menos sui generis Factory Records, les publicó un disco. «De no ser por él, jamás habríamos hecho nada», recuerda. Era 1987 y el álbum se llamó, ejem, «Squirrel and G-Man Twenty Four Hour Party People Plastic Face Carnt Smile (White Out)». Que lo traduzca el que pueda. Estaba a punto de estallar el que será conocido como «segundo verano del amor», la explosión del rave, de la cultura de club y la música electrónica. Si el primer verano tuvo el LSD, el folk y Woodstock, el motor de este segundo sería el éxtasis y los sintetizadores y su escenario, Manchester. La ciudad del Mersey será el epicentro mundial de una movida ingobernable, emanada de las capas trabajadoras, de un lumpenproletariat que engullía pastillas a puñados y llevaba ropa suelta, ajena a los códigos del rock & roll.
Que dormía de lunes a viernes y enlazaba el fin de semana en una vigilia desquiciada. Y los Happy Mondays tenían un don para hacer temas pegadizos y simpáticos, entre el rock y el house, robando del funky o el hip hop y hasta del northern soul. Un híbrido cantado con líneas alucinógenas y peroratas incomprensibles de lenguaje callejero. En la citada película, en un momento climático, Tony Wilson compara a Shaun Ryder con Yeats. «La verdad es que escribía yo porque era el único capacitado... digamos que el resto de la banda... que no es su fuerte lo de sentarse con un bolígrafo y papel», dice Ryder. Como ejemplo del paisanaje, podemos recordar que los Happy Mondays, además de su hermano Paul, lo integraban Gary Whelan, Mark Day, Paul Davis y Rowetta Satchell, y un miembro «honorífico», el mítico Mark Berry «Bez», sin un papel definido en el grupo más allá de bailar como un anormal en el escenario y agitar sus maracas. Bez estaba en el grupo por ser el mejor amigo de la infancia de Ryder y el gran conseguidor de la fiesta, plusmarquista en trasegar cualquier cosa que suba.
Hace 25 años que editaron «Pills & Thrills & Bellyaches» («Pastillas, emoción y dolor de barriga»), su explosión artística. «Fue como Disneylandia. Viajamos a Europa, Japón, Los Ángeles.... Conocimos estrellas de Hollywood y a gente de la farándula», rememora. Consumieron toneladas de esto y de lo otro. Ahí reside parte de su mito. «Si me dices que soy un mito, me comportaré como un perro, me tumbaré de espaldas y te pediré que me rasques la barriga –bromea–. Me gusta que lo digan pero ya no soy aquella persona. Cuando empecé la banda, estaba como una cabra. Después, cada vez menos hasta que con 40 años pensé que tenía que dejar de serlo. No es que haya terminado con las fiestas, es que ya sé cuándo parar». Se dice que incluso cuando el grupo tenía éxito, el propio Ryder menudeaba droga y poco más que se arrogaba el papel de introductor del éxtasis en Reino Unido. No echa de menos gran cosa de aquellos años. «Estoy feliz con la persona que soy. Ojalá hubiera cambiado hace 20 años porque hay cosas de las que no estoy orgulloso».
En este tiempo ha tenido seis hijos con tres mujeres distintas, ha entrado y salido de alguna clínica de desintoxicación y de reuniones de anónimos. Decían los rumores más inverosímiles que le implantaron un chip en el estómago que le hacía vomitar si se drogaba. No se arrepiente de nada, salvo de una cosa. «La batalla legal que empecé con nuestros ex mánagers. Me costó 12 años y muchísimo dinero». La deuda de 150.000 libras se convirtió en más de 4 millones y la justicia le confiscó durante ese periodo todos sus ingresos. Fue su época más oscura: se enganchó al crack y perdió la dentadura. Llegó a sacar una pistola durante una entrevista en su ciudad. Descargada, parece ser. Ryder fue objetivo de los tabloides y participó en «realities». Cuando estaba en el pozo más negro de su existencia, conoció a Joanne, su actual mujer y madre de dos de sus hijas, Lulu y Pearl. Ella consiguió limpiarle financiera y físicamente. «Me llevó dos años, no fue fácil. Las drogas y el alcohol dejan de ser divertidas cuando cumples 40. Te ponen triste de verdad. Y me convertí en lo que soy. Soy oficialmente un adulto». ¿Cómo ha sobrevivido? «Tengo sentido del humor. De otra manera no habría sido capaz. Sin risas, no me hubiera sobrepuesto a las más horribles situaciones que he vivido en este tiempo».

Vergüenza Brexit

Como es de rigor, para ver si un día encontramos al tipo que sí votó a favor del «Brexit», probamos con el mancuniano Ryder. «Estoy avergonzado, joder. Pero mucho. Mi mujer ha sufrido hasta estrés post-traumático como consecuencia de esta situación. Vamos hacia atrás en vez de hacia adelante. Francamente, nunca pensé que llegaría a ver esto. Es una desgracia. Y es realmente estúpido estar a favor de salir de Europa porque alguien del vecindario habla con acento polaco. No comprendo cómo puede eso molestarle a alguien, es realmente una desfachatez que nos ha llevado a una situación desesperada», dice el cantante. Así que no, él tampoco ha sido.

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