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Crítica de clásica

La OCNE, programa infrecuente con Pilar Jurado y Beczala

El concierto empezó con “Tasso, lamento y triunfo, S.96” de Liszt, cuyo estreno acaeció en 1849 en el Teatro de la Corte de Weimar, durante la celebración del centenario del nacimiento de Goethe

Bernàcer, al frente de la OCNE
Bernàcer, al frente de la OCNEGonzalo Alonso

Obras: de Liszt, Jurado y Brahms. Piotr Beczala, tenor. Coro y Orquesta Nacionales de España. Dirección: Jordi Bernàcer. Madrid, 11- V- 2025.

Programa interesante el de esta semana en la OCNE con obras sinfónicas en torno a leyendas y mitos que se programan poco e incluyendo un estreno. En estos casos, aunque la OCNE haya conseguido llenar prácticamente el Auditorio Nacional todas las semanas en sus tres conciertos, siempre hay que intentar un equilibrio. De ahí la inclusión de Piotr Beczala, quizá el número uno de nuestros días junto con Jonas Kaufmann, como solista de la cantata “Rinaldo op.50” de Brahms.

El concierto empezó con “Tasso, lamento y triunfo, S.96” de Liszt, cuyo estreno acaeció en 1849 en el Teatro de la Corte de Weimar, durante la celebración del centenario del nacimiento de Goethe, respondiendo a un encargo para complementar el drama “Torquato Tasso” (1790) del escritor alemán. Liszt consiguió terminó la partitura, pero dejó la orquestación en manos de Joachim Raff, hasta completarla después. Obra compleja, adelantada para su tiempo, que Jordi Bernàcer dirigió con temple y con buena respuesta de la orquesta.

Se estrenó después “La tumba de Antígona” de Pilar Jurado, obra encargo de la institución. Compuesta para orquesta y coro femenino, la obra desarrolla musicalmente la “Antiìgona” de María Zambrano, a su vez basada en un ensayo publicado en 1948 y una obra teatral escrita en 1967. El enfrentamiento fratricida entre Eteìocles y Polinices, lo vive Zambrano desde su propia experiencia en el exilio como imagen de la guerra civil y la necesidad de honrar a los vencidos.

Estamos ante una partitura de unos veintidós minutos, bien construida, en lenguaje actual, en un clima de incertidumbre y tragedia hasta en los momentos más íntimos, con una orquesta amplia que comienza de forma potente, tal y como también acabará, con remansos líricos y un coro femenino que va desde la vocalización al canto, con momentos de muchedumbre alterada, para terminar, pronunciando las palabras “ni en la vida ni en la muerte” y “Solo viviendo se puede morir”. Una antigua melodía griega -el “Epitafio” de Seikilos- se cita en la primera intervención del coro. En su recorrido, el viento metal conduce a una especie de ostinato hasta su disolución. El final, como se ha dicho, es potente y efectista, buscando y consiguiendo el aplauso del público, que Jurado recogió desde el escenario. Sin embargo, la obra presenta un serio problema ¿quién la repondrá cuando se precisa un coro y una orquesta tan amplia?

La del “Rinaldo” de Brahms no lo es tanto, aunque también requiera un amplio coro. Una cantata para tenor y coro masculino protagonizada por el caballero de homónimo nombre, que versa sobre sus desventuras amorosas y que cuenta con el texto del poema “Rinaldo” de Goethe sobre un episodio de la Jerusalén liberada del poeta italiano Torquato Tasso. Siendo, posiblemente, la partitura más próxima a esa ópera que él no llegó a escribir nunca, sus cuarenta intensos minutos padecen en las programaciones lo mismo que la obra de Liszt o, probablemente, padezca la de Jurado. Un placer, además, escucharla con la gran intervención del coro, la orquesta, la viva interpretación en todo momento de Bernàcer y la excelente intervención de Beczala, un tenor con verdadera voz de tenor y amplio caudal. Todo un lujo, aplaudidísimo.