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"La parra": Alberto Gracia brilla en el Festival de Róterdam con una historia de fantasmas sin reloj

El director gallego, de la nutrida presencia española a competición el prestigioso Festival de Rótterdam (IFFR), narra una historia fantasmal sobre la precariedad y la decadencia, con un Ferrol deprimido como escenario
En "La parra", Alberto Gracia detiene Ferrol en el tiempo para contar una historia de fantasmas e identidades perdidas
En "La parra", Alberto Gracia detiene Ferrol en el tiempo para contar una historia de fantasmas e identidades perdidasBEGIN AGAIN
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

Madrid Creada:

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Por una cuestión estrictamente informativa, de manera casi obligada en los tiempos del clic más avispado, el cine español empezó a reconocerse en un buen estado de forma desde el triunfo de "Alcarràs" en el Festival de Berlín, hace ahora dos años. Las nuevas voces, casi siempre en femenino plural, han encontrado eco en los certámenes cinematográficos más importantes del mundo, desde la misma capital alemana donde "20.000 especies de abejas" comenzaría su camino triunfal hasta el último Festival de San Sebastián, donde "O corno" conseguía ser la primera película dirigida por una mujer española en ganar la Concha de Oro. Como si fuera poco, a ese músculo de reconocimiento se sumó el poder popular, permitiendo que películas como "La sociedad de la nieve" o "Robot Dreams" dominen la conversación en la presente temporada de premios, consiguiendo incluso nominaciones al Oscar.
Pero hay un cine, queremos decir periférico pero en realidad deberíamos decir esforzado, que sigue peleando la batalla en los márgenes. Sí, se trata de borrar las fronteras entre las capacidades que mide un presupuesto, pero también de mover los hitos de lo que permite la cinematografía hegemónica. Ahí se instala el esfuerzo del Festival de Róterdam, cita ineludible en el calendario del cine independiente europeo, y ahí se instala también el empeño del director Alberto Gracia, que este fin de semana presenta allí "La parra", de la nutrida presencia española a competición y un original filme sobre presencias fantasmagóricas, precariedad y decadencia colectiva. Narrada en, por y desde Ferrol, como ciudad posindustrial detenida en el tiempo, la película nos sitúa en la perspectiva de un Damián (espectacular, hierático Alfonso Míguez) que se ve forzado a regresar a Galicia desde Madrid, debido a la repentina muerte de su padre. De vuelta, será confundido con un desaparecido, lo que le llevará a una estrambótica huida hacia delante con ecos del Aki Kaurismäki más laboralista y del David Lynch más entregado al surrealismo de lo cotidiano.
"La parra" es la tercera participación de Alberto Gracia en Róterdam, tras las de 2013 y 2018
"La parra" es la tercera participación de Alberto Gracia en Róterdam, tras las de 2013 y 2018BEGIN AGAIN
"En España es mucho más fácil financiar una película de tres millones de euros, o de 30.000 que es como las que hacía yo antes, que una de 300.000, como es la que tenemos aquí. Los procesos se vuelven mucho más tediosos, hay que ajustar los presupuestos y es más difícil encontrar profesionales. Lo que ganas en posibilidades lo pierdes en libertad, te quedas en manos de los productores pero puedes pelear por lo tuyo", explica Gracia a LA RAZÓN, justo antes de marcharse a presentar la película a la cita neerlandesa, y antes de entrar en el origen narrativo del proyecto: "Es una película que nace de la desubicación. Yo vivía en Malasaña cuando empecé a escribir, y arrastraba cierta melancolía a partir de la muerte de mi padre. Vivía lejos cuando murió, me perdí su enfermedad y me sentí bastante culpable cuando acabó todo. Vivía en el centro de Madrid, rodeado de tiendas de segunda mano, que me llevaba a desubicarme en el tiempo. En Malasaña puedes ver pasar a un rockero de los setenta, a un punki ochentero y a un trapero de hoy en día. Todo es una mezcla entre un reality-show y un parque de atracciones", completa el realizador.
Y sigue: "Madrid, y el cine pequeño en Madrid es un ambiente desquiciado. Y eso provoca melancolía, una sensación de mundo desordenado. Entonces se me ocurrió desmitificar el viaje del héroe y plantear una especie de viaje del anti-héroe a su origen. La muerte de un padre, por ejemplo, es la falta de relato. Y, además, es la muerte del padre en Ferrol. A Ferrol, cuando se muere Franco, se le muere de algún modo el padre, el tiempo se detuvo y todo dejó de dejar de pensarse en el futuro. Todo sigue detenido en los setenta", explica Gracia, que firma en "La parra" un exquisito estudio de la decadencia. La personal, la paisajística y la social. "El personaje y su entorno son la misma cosa. El paisaje exterior es el paisaje mental del protagonista, como si fuera una patología de la memoria. Cuando el personaje vuelve, está completamente desubicado en Ferrol porque no recuerda cuál es su lugar. Cuando hablas aquí con la gente, te dice que el pasado ya pasó, pero que el futuro ya vendrá. No hay un sentimiento más melancólico que ese", añade Gracia, como versando sobre la muerte viviente del contexto.
Inteligente en su ironía, incluso con algo de humor que funciona por mera sutileza, alrededor de "La parra" giran dos satélites ideológicos que la definen: la omnipresencia del coche como materialización de la idiosincrasia ferrolana y la depresión como símbolo del post-obrerismo. "Podríamos decir que es como una película de Kaurismäki, pero con fantasmas", bromea Gracia, antes de seguir desgranando su propuesta: "A los personajes no los grabo con extras, porque me interesa la ausencia de lo que debería estar ahí. Quería que fuera una película sobre lo espectral, casi. Y es curioso, porque tanto el cine como el coche y las infraestructuras, pienso en los trenes, se desarrollaron como epítomes del individualismo, pero también como homogeneizadores del tiempo y el espacio. Todo eso en el último siglo, dejando atrás muchos cadáveres y convirtiendo en siniestro lo más cercano", apunta el director, que ha contado en la dirección de fotografía con la siempre confiable mano de Ion de Sosa.
Levantada etnográficamente con actores no profesionales, además de la participación de Lorena Iglesias o Emilio Buale, "La parra" acaba epatando por puro reflejo. Los fantasmas del pasado con los que se pelea Gracia, que en la película conviven con unos más contemporáneos en forma de pura tristeza, hacen que el filme sea capaz de parar el tiempo, de convertirse en un espacio que vuelca sobre el espectador la intención misma de su alegato contra el abandono. Ultra-realista cuando le conviene y onírica cuando quiere dejar de tomarse tan en serio a sí misma, la fuerza de la película pasa por la racionalidad de su protagonista, pero también por la versatilidad de un guion que no se adscribe a ninguna de las tendencias contemporáneas del cine estatal, como buscando una verdad propia (con perspectiva material de clase) desde la que poder mostrar más que aleccionar. "La parra", además de la confirmación de Gracia como una de las voces a seguir en lo inmediato, es pura genealogía de la amargura, una aproximación al ADN mismo de Ferrol y sus gentes y un espejo deforme por el que entrar a las Españas que se están muriendo (o a las que han matado). Para cuando Gracia utiliza el accidente del Discoverer Enterprise (carguero que dejó a la ciudad incomunicada en los noventa tras arrasar con un puente) como excusa argumental, la tesis se hace obvia: los fantasmas no llevan reloj.