Sección patrocinada por sección patrocinada
Literatura

Literatura

Paseo Obligado por el barrio de las Letras

La autora argentina, radicada en España desde hace más de cuarenta años, presenta “La biblioteca de agua”, un libro de cuentos en el que recoge anécdotas del barrio donde se instaló en 1976

Clara Obligado durante el paseo
Clara Obligado durante el paseolarazon

La autora argentina, radicada en España desde hace más de cuarenta años, presenta “La biblioteca de agua”, un libro de cuentos en el que recoge anécdotas del barrio de las Letras, donde se instaló en 1976

Los cuentos de “La biblioteca de agua” se desbordan y se salpican unos a otros. Los zapatos rojos del primero tienen una aparición estelar varios relatos más adelante, lo mismo que un poema escondido en un frasco escapa de la censura de un convento y resurge en la huerta de un personaje vecino. Clara Obligado asegura que su libro “no es ni cuento ni novela, pero es ambas cosas”. Además, es un palíndromo, es decir, se puede leer de principio a fin y viceversa, pues en ambos sentidos revela nexos entre los relatos y, también, entre la actualidad y la historia del barrio de las Letras, el verdadero protagonista de este tomo.

Obligado nació y creció en Argentina, pero llegó a Madrid hace cuarenta años y aquí se instaló en un piso en la calle Lope de Vega esquina con calle del León. “Me lo alquiló un tipo que era Guardia Civil. Era 1976, un año después de la muerte de Franco, y los vecinos me contaban muchas historias, probablemente porque yo era joven, extranjera y estaba sola, y porque suponían que no iba a repetir lo que me contaran. No sabían que no solo lo repetiría, sino que lo iba a publicar”, bromea la autora.

Desde su mesa en casa González, un negocio donde la conocen bien, Obligado observa el edificio donde vivió durante dieciséis años. Allí acumuló muchas de las historias que hoy componen su libro híbrido: las que le contaron, como la del turco que en el siglo XVII se instaló allí con un león y cobraba a los vecinos por verlo; las de las personas con las que entabló amistad, como Bernardino Rosa, un hombre que fue criado por los lobos; y las suyas propias, claro. Estas últimas se reconocen porque llevan la marca del extranjero recién llegado a un nuevo territorio.

“Cuando uno escribe un libro, cierra una etapa y reflexiona sobre ella. En este escribí sobre Madrid y mi vínculo con esta ciudad. Esta es una de mis vidas, una de las muchas que tengo para contar. El extranjero tiene más vidas que una persona que no sale de su país”, asegura Obligado, y añade: “Las vidas nunca quedan atrás, avanzamos con lo que fuimos. Somos más pasado de lo que parece, y no es una postura melancólica, quiere decir que vamos reinterpretando nuestros recuerdos y trayéndolos a otros espacios. Quizá los que somos extranjeros estemos en la modernidad más absoluta: en esta nación trashumante que todavía nos cuesta asimilar. Y los que somos trashumantes estamos llamados a cuestionar el nacionalismo, lo que no es poco”.

Para narrar su vínculo con Madrid investigó mucho sobre los orígenes de la ciudad, incluso millones de años antes de que existiera como tal, y trasladó fragmentos de esas historias a sus páginas. Pero también hace una labor de memoria del pasado más reciente, reconstruida en parte por los recuerdos de sus vecinos, los mitos del barrio y sus propios descubrimientos. De pie frente a su antigua casa, Obligado asegura: “Si uno se asoma aquí encuentra toda la historia de España, y es solo una esquina”. Y se lanza a contar anécdotas, como la del hombre que se cayó en un socavón de doce metros de profundidad, o la de la disputa entre Quevedo y Góngora que terminó en “el primer desahucio del barrio. Góngora alquilaba la casa de Quevedo, pero era un vividor y se gastaba todo el dinero en borracheras. Quevedo lo detestaba porque son dos corrientes poéticas muy diferentes, y se dio el gusto de echarlo”.

“Las cosas y los lugares mantienen la memoria más allá de nosotros mismos. La memoria de las cosas que nos exceden es lo que constituye una ciudad”, afirma la autora. Y Cervantes, cómo no, es una presencia permanente en el barrio. Cuando llegó a Madrid, Obligado se asomaba al balcón de su piso “y miraba el convento de las Trinitarias, que visto en una noche de luna tiene un aspecto realmente gótico. Sabía que decían que ahí estaban los restos de Cervantes”.

En “La biblioteca de agua”, Obligado opta por introducir a Cervantes y a Lope de Vega a través de las hijas de ambos: Isabel de Saavedra, quien se dice que vivió en el convento de las Trinitarias, y la hija poeta y dramaturga de Lope, sor Marcela de San Félix, que entró a esa congregación a los 16 años. Para la autora, es una manera de reivindicar las figuras de ambas. “En este barrio hasta hace poco tiempo solo había placas de hombres, y poco a poco se han puesto las de Elena Fortún, sor Marcela y Luisa Carnés y así se ha ido recuperando la historia de esas mujeres. Ese relato (titulado “La mano”) es mi colaboración a ese acto de justicia. La historia de la literatura no es masculina, es mixta”.

¿Se planteó que alguien pueda cuestionar su derecho de contar una ciudad en la que no nació? “Por supuesto. Pienso que mi libro va a tener bastantes contestaciones en ese sentido. Pero yo me estoy posicionando y diciendo: “Esta historia también es mía, yo también he formado parte de este país, haya nacido donde haya nacido; este idioma es mi idioma y Cervantes es mi escritor”. Un territorio no es de nadie, es de quien está ahí, lo ve, lo disfruta y lo vive”, afirma sin atisbo de duda.

De hecho, siente verdadera pasión por “el manco de Lepanto” –“Para mí, "El Quijote"es el libro de los libros”, asegura–, y ese mito alrededor de la pérdida de su mano también tiene su lugar en el libro. Imposible explicarlo en detalle sin hacer “spoiler”, pero Obligado resume así su significado: “Siempre pensé que este barrio estaba protegido por Cervantes, que fue un hombre que sufrió muchísimo. Si algo nos da la literatura es protección. Por eso, la suya es la mano de las caricias. Cuando los personajes están tristes se apoyan en una pared y esa pared los consuela. Y creo que esa es la función de la literatura: consolar de vivir, que bastante complicado es”.