Un picotazo en la Berlinale de miel y amargura
Estíbaliz Urresola debuta en el largo con un filme sobre la identidad de género y la maternidad en la única cinta española que compite en Sección Oficial
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«20.000 especies de abejas», el debut en el largometraje de Estíbaliz Urresola que ayer se presentó en la Berlinale, destila la miel y la amargura de dos temas que parecen preocupar especialmente a una cierta tendencia del cine español contemporáneo: por un lado, está la cuestión de la identidad de género, representada en Aitor (Sofía Otero), incómodo en un cuerpo al que le gustaría llamar Lucía; por otro, está la maternidad, encarnada en Ane (espléndida Patricia López Arnaiz), en permanente conflicto generacional, enfrentándose a su propio tránsito (personal, artístico, familiar) en tensión con la figura (ausente, difusa pero intensa) del patriarcado, y con los prejuicios de las mujeres que no entienden las derivas de su búsqueda.
En esa representatividad temática, que Urresola subraya para que todos los personajes tengan sus razones y todos los espectadores su propia opinión al respecto, están los equilibrios y las fragilidades de una película que, en clave naturalista, quiere rendir homenaje a la diversidad en el modo en que somos y nos relacionamos con el mundo. Habrá que ver si la buena acogida de la película en la Berlinale se traducirá en un premio en el palmarés, repitiendo el éxito de «Alcarràs» (ojo: Carla Simón está en el jurado) durante la pasada edición del festival.
Urresola, que tiene una fecunda carrera en el formato corto (aún reciente en la memoria el éxito de «Cuerdas», nominado al Goya), «quería evitar ser pedagógica, porque no es una película que solamente trata lo trans, sino también lo identitario. Por eso he intentado que estén representadas diversas visiones del mundo, y respetarlas, sin juzgarlas». «20.000 especies de abejas» está articulada a partir de una mirada infantil, la de Aitor/Lucía, que pasa unos días de vacaciones con su madre y sus hermanos en la casa de su abuela, en el País Vasco. «Esta niña tiene legítimo derecho, aunque tenga ocho años, a poder saber quién es y cómo se siente», reivindica la cineasta.
[[DEST:L|||"Me parecía importante reunir en esta familia a varias mujeres de distintas generaciones, algunas de ellas que han vivido la condición femenina como algo limitante"|||Estíbaliz Urresola]]
Urresola la coloca como centro de una cultura matriarcal, donde el peso de lo masculino está en fuera de campo. «Me interesaba preguntarme qué es ser mujer, y qué te legitima como mujer frente a la mirada del otro. Por eso me parecía importante reunir en esta familia a varias mujeres de distintas generaciones, algunas de ellas que han vivido la condición femenina como algo limitante, intentando encontrar puntos en común en sus experiencias», explica. «Y ahí estaba lo que afirma la filósofa Martha C. Nussbaum, que habla del pudor y la vergüenza como mecanismos de control de la subjetividad femenina en un sistema patriarcal, y cómo eso ha limitado el modo en que la mujer ha expresado su deseo y su libertad tanto en el ámbito doméstico como en la esfera pública. Lucía ofrece a esa familia la posibilidad de liberarse de dicho bagaje modelado por lo patriarcal».
La película adquiere la forma de una colmena, una colonia de abejas que Urresola contempla con curiosidad entomológica. La apicultura adquiere, pues, una dimensión simbólica que organiza a los personajes, que les hace participar de un proyecto en común. «Los apicultores son muy observadores, conectan bien con todo lo que no se ve», afirma. «Las abejas me ayudaron a cohesionar muchos elementos de la historia. En primer lugar, son las garantes de la biodiversidad, y, luego, es importante tener en cuenta que, en la colmena, cada abeja tiene su papel, cumplen roles muy específicos necesarios para el grupo. La colmena funciona como un organismo vivo, es mucho más que la suma de los individuos, como lo es la familia. También está el papel que cumple la abeja en la tradición vasca: las familias que cuidan abejas tienen que comunicarles todo lo que ocurre en su seno, los cambios más importantes que se dan en el contexto doméstico». Ese valor sagrado, misterioso a la vez que racional, de la colmena, tiene que redefinirse cuando Aitor quiere convertirse en Lucía.
[[DEST:L|||"La colmena es más que la suma de los individuos, como lo es una familia"|||Estíbaliz Urresola]]
Es solo un nombre, pero, ¿qué somos si no lenguaje?: «Ella no hace una transición, es quién es desde el principio. Lo que transiciona es su capacidad lingüística para expresarlo, y lo que aprende es a adquirir la confianza para hacerlo. Quien transiciona es la familia, que tiene que dejarla de ver como un niño». Urresola empezó a trabajar en la película en 2018, en un proceso de documentación que la puso en contacto con la realidad de todos aquellos niños y adolescentes que ahora ha desembocado en la Ley Trans: «Todo el proceso de elaboración de mi película ha corrido en paralelo al proceso de elaboración de la ley Trans, con todo el debate que ello ha implicado, porque ha obligado a que muchos colectivos tuvieran que reunirse y hablar. Eso es algo muy positivo, ya que atiende a la necesidad de un colectivo que no tenía sus derechos garantizados en una sociedad democrática».
Debate al que «20.000 especies de abejas» contribuye desde la sensatez. Estíbaliz Urresola estudió un Máster de Dirección Cinematográfica en ESCAC, la escuela de cine de Cataluña en la que Cristian Avilés ha desarrollado «La herida luminosa», único corto español a competición en la Berlinale. Avilés aborda el fenómeno del «balconing» desde una perspectiva insólita, convirtiéndolo en la culminación lírica de una ansiedad juvenil que transforma la luz solar en alimento para los que viven en las sombras. Así las cosas, el cortometraje, rodado en un 16 mm casi onírico y bañado por una poética voz en off, se convierte en una enigmática fábula que se aleja premeditadamente de una mirada obvia y sensacionalista sobre el tema.
La alemana “Rotter Himmel” empieza como una comedia ligera, pero las apariencias engañan. Como en una película de Rohmer, todo ocurre en verano, las relaciones amorosas fluyen, y hay un personaje permanentemente insatisfecho, Leon, un escritor que está acabando su segunda novela en una casa a pie de costa, alrededor del cual se articulan las energías de los que lo acompañan, y también de una naturaleza que acabará siendo devastadora (los incendios que acorralan la zona). Christian Petzold retrata a Leon (espléndido Thomas Schubert) con finura británica. Incapaz de ver más allá de su propia inseguridad, convierte cualquier signo de empatía en una amenaza. Su egoísmo es de tal magnitud que sería fácil despreciarle, pero Petzold, que se divierte poniéndole en evidencia, también lo observa desde la compasión a través de un personaje delicioso, Nadja (la magnífica Paula Beer de “Ondina”), que combina lucidez y alegría de vivir. En la que tal vez sea la película más accesible de su filmografía, el director de “Phoenix” deriva su película hacia lo trágico con mano invisible, pero la mutación interna del relato nunca resulta arbitraria. Sirve para demostrar que en la ficción siempre tienen que resonar los ecos de la vida.
Vida, lo que se dice vida, brilla por su ausencia en “Mal viver”, del portugués Joao Canijo. Primera parte de un díptico que podía completarse con el visionado de “Viver mal”, proyectada en la sección Encounters, cuenta la historia de tres generaciones de mujeres, vinculadas a través de relaciones materno-filiales, que sacan a pasear su odio, su rencor y su desdicha entre las paredes de un hotel siniestro, un laberinto que huele a temporada baja y lágrimas biliosas. “Mal viver” es víctima de su propio rigor, de un tono exasperantemente monocorde. La cuestión es desecar un melodrama, fosilizarlo en un formalismo de reflejos muertos, y observar cómo exhala su último aliento.