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Grandes dilemas del verano (V)

La playa: ¿está sobrevalorada?

Alguien tenía que decirlo: ¿y si resulta que pisar la arena en verano es un coñazo?

Miles de bañistas ''disfrutan'' del sol y el mar en las playas de Las Arenas y la Malvarrosa de Valencia. Manuel BruqueEFE

Desde hace un par de semanas, desde el corazón de la playa de La Victoria, en Cádiz, puede leerse un gigantesco cartel publicitario de Netflix –sobre la nueva temporada de la serie «Miércoles»– cuya lona ocupa la fachada entera de un edificio de diez plantas en pleno paseo marítimo: «Sol, arena, gente... Cada uno elige su manera de torturarse», reza este. «No le falta razón», pienso yo cada vez que paso corriendo al atardecer por la orilla –esquivando selfis crepusculares– de esa misma playa en la que en los veranos de nuestra infancia estábamos «obligados a disfrutar» jornadas de ocho o diez horas porque era lo que había. Y ahí quizás está la clave de esta cuestión que planteamos –¿está la playa sobrevalorada?–: quien ha comido arena y sal por narices «recluido» en ese «campo de concentración del disfrute», quien tiene el mar como parte de su cotidianeidad y el pregonar «¡llevo cangrejo, cañaílla, camarón y boca buena!» como B.S.O. de su infancia, no comprende las largas caravanas de coches que bajan por la autovía como procesionarias en un pino buscando «La Playa» –aquello tan romantizado cuando no se tiene a mano–, o las jornadas, voluntariamente maratonianas, de diez a diez, porque hay que «aprovechar» la quincena.

Quien esto bien ha sabido verlo, comprenderlo, y encima desde el punto de vista de quien baja como forastero a la playa, ha sido nuestra compañera Marta Moleón, quien cree «que la romantización de la playa está profundamente condicionada por los distintos orígenes de quienes la proyectan. Como madrileña y persona inevitablemente urbanita, idealizar este enclave se convierte casi en ejercicio obligatorio». De esa misma «obligación» habla Paco Reyero, periodista y escritor andaluz: «La playa tiene que gustar. Es un dictum social pero hay mucho silencio interior al respecto: seres humanos de mediana edad yendo al alba a tomar su propiedad (temporal) al estilo de la conquista de Oklahoma. Conquistadores de alquiler y quincena cuya vocecita les va diciendo, “sólo serán 10 horas, sólo serán 10 horas”. Y también niños, porque el rechazo a ese típico día de playa –toalla, crema, estancia prolongada, gentío y el que vende los polos de limón– se manifiesta pronto.» Aunque, «asunto distinto es la bajamar a deshoras. Especialmente al filo de las 10 de la noche en julio y a las 9 en agosto», matiza el presentador de «El flexo». O sea, lo que el Selu llamó con su chirigota «Ahora es cuando se está bien aquí».

¿Playa? Sí, pero...

Resulta curioso –o no, la verdad, porque es de sentido común– que coincidan nuestros demás contendientes en esta justa estival en preferir pisar la arena y respirar el mar en cualquier otra estación que no sea el verano, lejos del sofocante calor humano y solar. Aunque Alejandra Clements, responsable de Internacional en LA RAZÓN, sí es partidaria de la playa –quizás desde la añoranza de una valenciana residente en Madrid– «siempre, o casi», porque «es sinónimo de salud y paz mental. Es calma y felicidad, es un largo paseo por la orilla, es una puesta de sol, es vitamina D, oxígeno y salitre. Pocos lugares mejores se me ocurren para dejar pasar el tiempo, así que, un poco en modo “healthy” o libro de autoayuda, confieso mi amor eterno por la playa». Pero no te escurras con las mareas, ¿está sobrevalorada, o no? «No creo que esté sobrevalorada nunca…o casi nunca. Pese a mi devoción por la combinación sol y mar, sí creo que existe una valoración excesiva en verano: ni las aglomeraciones ni el calor excesivo le sientan bien.»

Y Jorge Vilches, colaborador en esta casa, ¿qué opina al respecto? «Me espanta tanta gente, el calor y el ambiente –confiesa el historiador madrileño–. No soporto a la gente que baja a coger sitio con toalla, sillas, sombrilla, fresquera y demás parafernalia de baratillo, que beben y pican aperitivos mientras miran el móvil, y a los que juegan a las palas delante de ti, o a los que pasean mirando a la gente. Pero me encanta el mar, y voy a disfrutarlo donde hay poca gente en verano o fuera de temporada.»

Y por darle un cierre lírico a esta reyerta de orilla, a este concilio caletero entre sombrillas y toallas, qué mejor que las palabras de Javier Menéndez Flores, escritor y colaborador en estas páginas: «La playa no está sobrevalorada, como tampoco lo está el mar, porque la belleza nunca está sobreestimada. Otra cosa es que cuando algo que es en esencia hermoso se vuelve intransitable por un exceso de presencia humana, pierde, en efecto, sus principales atributos. La playa hay que evitarla en julio y agosto si quieres mantener intacto su poder de fascinación. Cuando veo las imágenes de una playa en verano me vienen a la cabeza aquellas viñetas del gran Ibáñez, el de “Mortadelo y Filemón”, en las que el mar es un océano (el mar es un océano: qué maravilla) de gente y no se ve una gota de agua. En verano hay que huir de la playa, en fin, para que la playa no huya de ti».