Para quitarse (o ponerse) el sombrero
En origen, hacerlo era un signo de identidad. Prohibir determinados sombreros provocó revoluciones, para convertirse durante el siglo XX en un toque de distinción
Madrid Creada:
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El sombrero ha sido desde su origen una expresión de identidad, puede que se usaran en origen para protegerse del sol o de las inclemencias del tiempo, pero en Grecia, cubrirse la cabeza adquirió un significado especial. El gorro frigio se utilizó para identificar a los libertos y mostrar su capacidad jurídica, es decir, para desvelar a los hombres que habían sido esclavos pero que consiguieron la libertad. El mismo uso tuvo en Roma, denominándose pileus, un capuchón de felpa que era entregado a los esclavos en el acto de manumisión, donde se les otorgaba la libertad personal y la ciudadanía. Algunas monedas del emperador Antonino Pío, acuñadas en 45 a. C., representan a la Libertad con este gorro en la mano derecha.
Después del asesinato de Julio César en 44 a.C, orquestado por Marco Junio Bruto, se acuñaron denarios de plata conmemorativos con el rostro de Bruto en el anverso y el pileus en el reverso como icono de la liberación del poder de César. Aunque esta revuelta tratase de recuperar el poder de los optimates, los estratos sociales más altos de Roma y con mayor poder, este gorro se asoció en el siglo XVIII con la soberanía del pueblo frente al Antiguo Régimen durante la Revolución Francesa. En realidad, Francia no fue el único sitio donde el gorro frigio se usó como alegoría de libertad, también en Estados Unidos, y en los países latinoamericanos durante sus procesos de independencia de las potencias europeas incluían en sus escudos, como el de Argentina en 1813 o el de Bolivia en 1826, un gorro frigio.
Pero no fue este el único sombrero romano cuyo significado cambió con el tiempo, el cucullus era una especie de capucha que se utilizaba sobre todo en ceremonias religiosas y en los viajes a las tierras del norte para cubrirse del frío. Con la llegada del cristianismo a Roma, el cucullus comenzó a ser utilizado casi universalmente por los religiosos cristianos, y de allí viene el dicho popular «cucullus non facit monachum», que en español significa que «el hábito no hace al monje». Otra de las prendas para la cabeza traídas desde la cultura griega fue el petasus, un gorro de origen tesalónico asociado con Hermes y que fue popular entre el público de los teatros romanos debido a la influencia reinante de la cultura griega en ellos.
La palabra sombrero aparece por primera vez en romance en el «Poema de Mio Cid» (circa 1140), en un pasaje donde el objeto se usa para coger agua en su copa. Tanto la moda como la función determinan la evolución de los sombreros; en el siglo XII, una copa y un ala que se ata bajo la barbilla, mientras que en el XIII y XIV se ponen de moda los acampanados representados en las «Cantigas de Santa María» de Alfonso X el Sabio para hombres y mujeres del campo o para usar en los viajes. En la Baja Edad Media los tocados y enormes sombreros eran construidos con alambres y telas con el fin de cubrir el cabello de las mujeres y con materiales más simples para los hombres, que los utilizaban para protegerse del sol. A partir del XVI los de copa plana y ala ancha eran los más frecuentes, modificándose la dimensión del ala.
En 1766, Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, secretario de Hacienda de Carlos III, decretó la prohibición de llevar sombreros de ala ancha y capas vaporosas que permitiesen ocultar armas, una norma sobre vestimenta que tras hambrunas y subidas de impuestos colmó el vaso de la población de Madrid, que se sublevó y cercó el Palacio Real. Los sublevados exigían la dimisión de Esquilache, la bajada de impuestos y del precio del pan, y por supuesto seguir utilizando sus sombreros, peticiones que les concede el rey tras su huida a Aranjuez y sopesar la situación. Pero no fue esta la única revolución ocasionada por los sombreros, en 1925 se aprobó en Turquía una norma durante el gobierno de Attaturk que obligaba al uso de los occidentales en los lugares públicos evitando el sombrero tipo fez que había sido impuesto en 1829 por el sultán otomano Mahmud II.
En el siglo XX el sombrero se convierte en un signo de identidad y de distinción, todo el mundo lo usaba, hombres y mujeres, tanto en Europa como en Estados Unidos. Recordemos el bombín de Charles Chaplin interpretando a su clásico Charlot o los sombreros que aparecían en los carteles de búsqueda de los forajidos como Billy el Niño o Wood Cassidy. Intelectuales y escritores dedicados a la creación estética hicieron del sombrero su marca personal, como Oscar Wilde, Walt Whitman, Toulousse Lautrec, Truman Capote o James Joyce, aunque no llevarlo, como en el caso de Simone Weil, fue a su modo una forma de protesta social. John Fitzgerald Kennedy era el primer presidente norteamericano que prescindió del sombrero en su imagen pública. No lo utilizó en la ceremonia de investidura, asestándole así un golpe mortal como símbolo del poder y de la respetabilidad, un símbolo que se había mantenido durante muchos siglos. En el XXI ya no hay motines de capas y sombreros, los años 60 del XX encerraron a los sombreros en los armarios, pero incluso en nuestros días nostálgicos y poetas siguen usándolos como si fuesen seres de otro mundo.