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Raphael, la eternidad de nuestra estrella más laboriosa

Un accidente cerebrovascular ha detenido la frenética actividad del cantante, figura artística inconmensurable y tan nuestro que su estado de salud determina el ánimo del país

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El pasado martes, en el inicio de una semana cargada de dinamita judicial y rocanrol político, la noticia que agitó España fue el ingreso hospitalario de Raphael, que saltó a los medios de comunicación y a las redes sociales como un presagio de hecatombe. Algo en esa cabeza infatigable se salió de su sitio –hizo crac– y las exclamaciones de temor ante la posibilidad de un trágico desenlace las llegaron a oír hasta los aborígenes de Australia, que no están precisamente ahí al lado. Aquello se ha quedado, por fortuna, en un sustazo –no sufrió un ictus– y, aunque continúa hospitalizado para completar las pruebas que le puedan poner nombre al desajuste neurológico sufrido, parece que el alta está próxima.

Como sucede con toda figura artística inconmensurable, Raphael es tan nuestro que su estado de salud determina de un modo inevitable el ánimo del país. Estamos ante la estrella total. Una bestia del directo con una capacidad única para hacer suyas las emociones de los autores de los temas que canta y escenifica, lo cual exige un talento con dos patas: vocal e interpretativo. «Yo soy aquel», «Mi gran noche», «Digan lo que digan», «Somos», «Como yo te amo», «Qué sabe nadie» y «Escándalo» son algunas de las piezas eternas que certifican que las canciones no son de quienes las gestan, sino del que mejor consigue explicarlas. De quien se vacía y desangra cada vez que las ejecuta (brochazos carmesíes bajo los focos). Y Raphael consigue eso absolutamente y, además, es ese hombre de negro entero que sobre un escenario parece que torea, parece que baila, parece que flota, parece que necesita el carísimo amor de la gente para mantenerse erguido.

Cumplidos los 81, lleva bien oculta en la melena la miseria de los años primeros, la de la infancia y la de aquella «tournée del hambre», solo que al volver la vista lo que encuentra es tan hermoso que su garganta, que todo se lo ha dado, se anuda igual que una corbata y la carne de todo el cuerpo se le encrespa. Decir Raphael es decir energía, entusiasmo, fortaleza. Es el ademán desprejuiciado, la silueta del que se expresa con todo lo que le fue dado y, también, con lo que apresaron esos ojos capaces de hurtar hasta el más sutil detalle. No queda otra que descubrirse ante quien logra ocupar cada centímetro del escenario como sólo lo haría una ola o una lengua de fuego. Raphael, tantas cosas en un solo chispazo… qué sabe nadie.

Trasplante de hígado

No es esta la primera vez que al cantante de Linares la vida se le pone en pausa. Tras contraer una hepatitis B que devino en una cirrosis hepática, tuvo que someterse a un trasplante de hígado. Fueron las botellitas de licor de los minibares de los hoteles en los que se alojaba cuando estaba de gira, y que consumía, según contó, porque le ayudaban a dormir, las que engendraron aquella enfermedad. Pero existen voluntades tercas, capaces de desafiar a la lógica y darle jaque mate a la muerte. Y transcurridos dos años de la delicadísima intervención, regresó a los escenarios con el disco «Raphael para todos», un grandes éxitos. Uno más. Porque su existencia es un grandes éxitos constante.

En su segunda vida –tras recibir el órgano salvador afirmó que había vuelto a nacer– su prestigio ha ido en aumento y su actividad no ha decrecido, al contrario. Ha sacado disco prácticamente cada año y las giras se han seguido sucediendo, así como los especiales de Navidad, que se han vuelto consustanciales a su persona. Y así, con esa intensidad, hasta hoy. Para alguien que ha rebasado las ocho décadas, semejante ritmo de trabajo es inaudito. De hecho, este último percance de salud le sobrevino mientras promocionaba su nuevo disco, «Ayer… aún», y participaba en el especial de Navidad de «La revuelta», en La 1. Y le esperaban dos Wizink Center –uno ayer y otro esta noche– con los que iba a abrochar la exitosa gira «Victoria». Pero la fuerza mayor le ha obligado a cancelarlos y, según ha explicado uno de sus hijos, tomar esa decisión ha sido para él como «perder una pierna»: no se puede ser más grande, carajo. También se ha sabido que, como muestra de respeto al artista, «La revuelta» no emitirá ese especial de Navidad, que sin Raphael será menos Navidad que nunca y hasta el turrón nos sabrá distinto. Ahora ya sólo queda saber si este episodio alterará su calendario de trabajo para los próximos meses, puesto que la gira «Raphaelísimo Tour 2025» ya está anunciada: la primera fecha prevista es el 31 de mayo en Almería.

Lo de llevar toda una vida cantando tiene algo de religioso, es un sacerdocio. Y cabe preguntarse si existe milagro mayor que el del hombre que decide serlo todo desde la nada y lo consigue, y una vez que lo ha logrado, lo conserva sin dejar de acudir a la mina un solo día. En las canciones que interpreta, y las cuales vivifica, los amantes reciben golpes imborrables y la vida es una rosa con demasiadas espinas. Pero todos sus conciertos terminan igual, con un alud de aplausos y una sonrisa superlativa en su rostro.

¿Qué sabe nadie? No, Raphael, hace ya unos años que todos lo sabemos: eres eterno. Y cuánto bien nos hace tu catecismo de supervivencia. Por eso, levántate y canta, vamos. Que 81 años no es nada y aún queda mucha leña por quemar.