Cargando...
Sección patrocinada por

Cine

La rave más lisérgica y sensorial de Oliver Laxe nace y muere en el desierto

Una vez atravesada y conseguida la meritoria hazaña de ganar el Premio del ‎Jurado en la reciente edición de Cannes, el último y técnicamente portentoso ‎trabajo del cineasta aterriza por fin en las salas españolas para agitar y conmover a los espectadores al ritmo de la música electrónica

El cineasta Oliver Laxe durante el rodaje de "Sirat" Quim Vives

‎“Soy un bárbaro, un auténtico bárbaro. Si vieras cómo vivo en Os Ancares… soy un loco de ‎la montaña, un salvaje, un asilvestrado”, confiesa mezclando en el tono timidez y orgullo ‎autoconsciente mientras recoloca con suavidad su larga y ondulada melena de hechicero ‎contemporáneo, caballero prerrafaelita o hippie contracultural sesentero, siendo cualquiera de ‎las tres opciones perfectamente válida para definir también la energía que proyecta.

Cuesta poco -incluso ‎podríamos duplicar conceptualmente el nivel de intensidad a la categoría de nada- imaginarse ‎a Oliver Laxe, dueño de tales afirmaciones y en cierta manera esclavo de la mayoría de las ‎restantes que pronunciará durante el encuentro mantenido en una de las estancias del Espacio ‎Telefónica situado en plena arteria madrileña de Gran Vía, en ese estado de armónica ‎comunión ligeramente ancestral y expectorante y libérrima y anárquica con el entorno natural ‎que circunda su actual paradero en la zona oriental de la provincia de Lugo, evitando las ‎imposiciones sociales de los tiempos modernos, practicando sus propios códigos relacionales ‎con el resto de habitantes de la comarca, refugiándose voluntariamente de la hostilidad de un ‎mundo cada vez más violento, más insensibilizado, demasiado embrutecido.

“Eso está bien, al ‎final es una forma de manifestarse contra lo estipulado”, respondemos. “Exacto, eso es. ‎Contra el que calcula, el que premedita, el que mide”. En su último trabajo, una de las ‎decisiones que más beneficios parecen haberle reportado precisamente al también autor de la ‎bellísima “O que arde” en forma de reconocimiento ha sido la ausencia total de cálculo, de ‎estrategia comercial, de supeditaciones creativas: “Esta es mi película más temeraria de ‎momento. Muchas veces me planteo si mi dimensión artística es un impedimento para mi ‎crecimiento ‎personal y sufro esa tensión porque soy consciente y veo con claridad toda la ‎parte neurótica que implica ser cineasta. Ahora bien, sé que todo resultado va a ser positivo ‎para mí: si tengo éxito es algo bueno porque la ‎vida me está diciendo “esta es tu misión, este ‎es tu camino”, si no tengo éxito la vida me ‎estará diciendo “coge otro camino, por aquí no es”. ‎Eso hace que yo me tire a ‎la piscina con mis propuestas cinematográficas, hace que yo no ‎tenga miedo, que no mida, que ‎intente… o sea, en el final la fe es indispensable para tener ‎honor de caballería, ¿qué es el ‎honor de caballería? Pues que tu único miedo, tu única ‎preocupación sea no engañarte, es ‎decir, que tus valores estén por encima de tu valor, vigilar el ‎ego. He entendido el mensaje en ‎Cannes, o sea, creo que era Pasolini quien lo expresaba muy ‎bien por ejemplo, él decía que el ‎espectador de lo que más disfruta o lo que más saborea de ‎una obra de arte, secretamente, ‎inconscientemente, es la valentía del autor. Hay una ‎carga como de luz que es la que ‎yo sentí cuando yo era joven y no tenía referentes espirituales. ‎Para mí el arte fue lo que ‎me transmitió una luz que calentó mi alma y me hizo sentir que ‎aquí ‎dentro hay algo que se mueve y que es necesario alimentar”, expone arrullándose ‎superficialmente el pecho para ubicar con exactitud el lugar donde nacen todas sus intuiciones ‎como director. ‎

Volver a espiritualizar el mundo

Las mismas que le han empujado a embarcarse durante casi una década de trabajo en esta impactante y ‎sensorial propuesta llamada “Sirat”, cinta que después de pasar con halo triunfante por la ya ‎mencionada última edición de Cannes alzándose con el Premio del Jurado se prepara para ‎intentar transmitir a partir de hoy desde la envoltura escénica de las salas de cine la misma ‎anestesia lisérgica que ha sentido en la Croisette la crítica ‎especializada.

Acompasada por un uso efectivo y efectista de las graduaciones sonoras tan ‎expansivas que caracterizan las celebraciones de las “raves” en donde las altísimas vibraciones ‎de los altavoces desean mimetizarse rítmicamente con el compás físico del propio pulso, la ‎película utiliza el pretexto narrativo de la búsqueda agónica emprendida por un padre (a quien ‎da vida un entregado Sergi López) y su hijo pequeño de la hija y hermana de ambos ‎respectivamente perdida en una de estas fiestas clandestinas para transitar un viaje ‎semilímbico con ecos de trascendencia mesiánica entre la vida y la muerte por los inabarcables y evaporados ‎escenarios del desierto de Marruecos. La guerra en el territorio africano, de la que conocemos sus consecuencias sólo por las noticias que van transmitiendo por la radio, opera como un discreto eco fantasmagórico apenas perceptible que conecta con una denuncia de la contemporaneidad profundamente belicista a la que socialmente estamos anclados pero que sucede fuera del marco de realidad al que pertenecen estos integrantes de comunidades errantes poseídos por la música que constituyen los raveros.

"Creo que en la cultura del baile hay algo ceremonial y sagrado, ‎de transformación de energía, algo catártico, que es muy necesario para el ser humano"

Oliver Laxe

"Las raves desde luego tienen también su porcentaje de toxicidad, pero como lo tienen todas las ‎dimensiones de nuestra sociedad ¿no? Vivimos en una suerte de neurosis colectiva, todos ‎tenemos una imagen idealizada de nosotros mismos. Dicho esto, ellos de alguna manera, proyectan en ‎su abandono una suerte de memoria ancestral que se manifiesta en sus cuerpos, que es ‎propia del ser humano, y yo creo que en la cultura del baile hay algo ceremonial y sagrado, ‎de transformación de energía, algo catártico, que es muy necesario para el ser humano. ‎Para mí ha sido necesario también acercarme a esta propuesta para precisamente purificar mi energía y trascender ‎mis bajas pasiones.‎ Sí que en ese sentido podríamos hablar de una suerte de neotribalismo propio de ellos, un poco New Age, es ‎cierto, desgraciadamente. Hay una mezcla de ídolos y demás que no es emancipador, pero ‎por lo menos en su gesto hay una voluntad de trascenderse que a mí me alivia y que me ‎gusta ver. Es decir, un ser humano, además, que asume sus heridas... como ‎muchas de estas personas que son de clases sociales diferentes, muchas veces de ‎familias un poco disfuncionales y que asumen y muestran su herida, y a veces eso ‎me parece psicológicamente muy sano, me parece un primer paso para alcanzar la madurez", afirma sobre las diferentes búsquedas o propósitos que se persiguen dentro de la estructuración colectiva de las celebraciones bañadas por el sudor y la electrónica.

Cuando le preguntamos a Laxe por esa suerte de ‎respiritualización que propone “Sirat”, título cuyo nombre alude a ese puente sobre el Infierno ‎por el cual todas las personas deben cruzar en el Día de la Resurrección para conseguir llegar ‎al Paraíso según el Islam, el director reflexiona pausado: “Vivimos en una sociedad que cada ‎vez tiene más miedos y angustias reproducidas en una dialéctica de oposición: parece que ‎estamos constantemente en pelis malas americanas de ‎buenos y malos, culpables y víctimas. ‎Algo que es debido precisamente a todos estos procesos de ‎desacralización y desecularización ‎del mundo, es decir, no tenemos ya una formación ‎esotérica o espiritual o religiosa que nos ‎haga tener herramientas para mantener el ‎equilibrio en momentos exigentes, cuando la vida ‎nos reta. Digamos que yo creo que el ‎artista debe, o por lo menos lo que yo me pido a mí ‎mismo, es dar buenas noticias, no participar en este ‎miedo y de alguna manera religar. Me ‎gusta mucho la etimología de la palabra “‎religión”, creo que el artista tiene que ser una especie ‎de religioso que religue lo que ‎aparentemente está separado. Y en ese sentido creo que “Sirat” ‎es una peli que mira hacia dentro y propone una especie de esperanza en esa dirección”, ‎subraya.

Y completa: “La Modernidad no ha generado herramientas para que nos ‎emancipemos y nos ‎liberemos de verdad. Gracias Modernidad, gracias Ilustración, somos ‎hijos de la Ilustración, ‎somos hijos de las luces, pero es claro y evidente que la economía ‎y la ‎ecología (pilares de la Modernidad) nos están diciendo que es necesario un “reset”. Las ‎tradiciones lo dicen también, las religiones nos dan pistas… los símbolos están ahí para que los ‎interpretemos”, advierte en forma de despedida. ¿Su propuesta? Confiar esa recuperación del ‎poder de los símbolos a las imágenes que construyen el cine. Y muchas de las que conforman ‎‎“Sirat”, sin duda, tardan considerablemente en ser olvidadas. ‎