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Recordando a Frühbeck, un precursor en la dirección orquestal española

Se han cumplido los diez años del fallecimiento de Frühbeck de Burgos, quizá el director español más importante de todos los tiempos
Rafael Frühbeck de Burgos
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Se han cumplido en estos días los diez años del fallecimiento de Frühbeck de Burgos, quizá el director español más importante de todos los tiempos. No es la dirección de orquestas una especialidad en la que España haya sobresalido internacionalmente hablando. Tras algunos compositores que, como Barbieri o Bretón, alternaron la pluma con la batuta, será realmente Arbós el pionero de la dirección de orquesta como tal. Tras él vendrían después Bartolomé Pérez Casas, Eduardo Toldrá, Pau Casals y, sobre todo, Ataulfo Argenta. Su prematura desaparición impidió que la muy prometedora carrera internacional empezada pudiera consolidarse.
Rafael Frühbeck de Burgos se incorporó, por derecho propio, a este selecto ramillete. Veinte años más joven que Argenta y ocho que Odón Alonso, encabezó una generación en la que pueden incluirse Ros Marbá y García Asensio, cuatro años más jóvenes. Qué duda cabe de que su figura habrá sido en buena parte inspiración para las carreras de García Navarro, López Cobos, Gómez Martínez, Josep Pons, Victor Pablo y toda la nueva generación de directores españoles que ha surgido en años más recientes, como los Juanjo Mena, Pablo Heras Casado, Pablo González, Pedro Halffter, Jordi Benacer, Roberto Fores, Lucas Macías, Andrés Salado, Beatriz Fernández, Lucia Martín, Alvaro Albiach, José María Moreno, Hernández Silva, Roberto Gonzalez Monjas, José Miguel Pérez Sierra, Josep Vicent, etc. En el panorama internacional habría que encuadrarle en la generación de Abbado, nacido también en 1933, y por tanto algo más joven que Maazel y algo mayor que Mehta, aún superviviente.
La titularidad de la OCNE le llegaría en 1962. Desde entonces y hasta 1977 ejerció una labor muy importante en la orquesta. No fue nunca Frühbeck un director temeroso de la competencia, muy al contrario, en su etapa pasaron por el Teatro Real las personalidades de mayor relieve que hubo en cada momento. Igual habría de suceder con los solistas invitados. Era una de sus virtudes.
Su repertorio fue muy amplio y él justamente reconocido como un gran valedor de la música española. Falla, con cuya «Atlántida» se presentó, figuró en casi todas sus giras por el exterior. En aquellos años, por citar otra de sus aportaciones, sería promotor del «virus» mahleriano que padeció buena parte de la afición. Austria reconocería en 1996 sus aportaciones en este campo con la concesión de la medalla Gustav Mahler que, como la Strauss, no posee ningún otro director español.
El dominio de las masas corales –recordemos su «Pasión según San Mateo»– siempre fue uno de sus puntos fuertes. No en vano, en esa aproximación generalmente brillante a las partituras fue de admirar su control. Frühbeck era ordeno y mando. Era un director que sabía lo que quería, cómo expresarlo con claridad y cómo mantener una disciplina. La calidad de los enemigos mide a veces el valor de uno mismo. Uno de estos enemigos, llegado al poder de la entonces Dirección General de Música, fue Jesús Aguirre, que decidió prescindir de sus servicios.
Pero él andaba con la Sinfónica de Montreal (Markevich y Mehta entre sus predecesores), la Yumiuri del Japón, la Sinfónica de Viena (con anterioridad, Karajan, Sawallisch o Giulini), la Radio Berlín, la Ópera de la misma ciudad, de la que fue director musical durante años, o la Sinfónica Nacional de Dinamarca y todas las grandes orquestas americanas –Boston, Filadelfia, Nueva York, Cleveland, San Francisco, Pittsburgh, Cincinnati, etc–, con las que colaboraba año tras año. Frühbeck fue nombrado director del año en Estados Unidos en 2010. No hay director español que haya subido al podio de tantos conjuntos extranjeros. Nunca llegó a dirigir una ópera en el Teatro Real.
No es que sea bueno, es que es obligado recordar a los grandes, y Frühbeck lo fue. Ahí queda una colección de impresionantes grabaciones para demostrarlo: «El sombrero de tres picos», con Victoria de los Ángeles, «El amor brujo», con Nati Mistral, la «Suite española» de Albéniz orquestada por él mismo, los conciertos de Mendelssohn con Menuhin, el de Brahms con Oistrahk, las «Noches» con Gonzalo Soriano, la versión para arpa del «Concierto de Aranjuez», oratorios como «Elias» y «Atlántida», y óperas como «Carmen» con Bumbry o «La vida breve» y, en fin, su larguísima serie de zarzuelas para Columbia.

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