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Sufrir con los artistas

¿Qué les está pasando a bastantes de los cantantes que hoy nutren nuestros teatros?
Andrea Bocelli
Andrea BocelliEUROPAPRESS

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Hace un tiempo, que he dejado pasar expresamente, sufrí lo indecible en un concierto. Tanto que, al llegar el descanso, me encontré con el director de la institución donde tenía lugar el espectáculo. Le dije que no sabía si irme o quedarme, dado lo mal que lo estaba pasando. Me contestó: “No me choca. Vete, porque ya has visto mucha música y no tienes necesidad de seguir escuchando lo de hoy”. Me fui y no escribí la crítica, porque hubiera tenido que ser muy negativo con algún artista al que tengo aprecio personal. ¿Qué les está pasando a bastantes de los cantantes que hoy nutren nuestros teatros?
Antes, un artista se recorría teatros de provincia antes de llegar a uno de primera fila. Así sucedía en Italia antes de recabar en la Scala. Poco a poco iban aprendiendo, resolviendo dificultades y tomando confianza. Así lo hicieron Gigli, del Monaco, Tebaldi y tanto otros. Hoy día los agentes colocan a cualquier advenedizo en un primer papel en un teatro importante. Otra cosa es el de las sustituciones de última hora, esas que han lanzado de pronto a la fama a un desconocido. Pero en la mayoría de los casos, entonces también llevaban una carrera por detrás. Pensemos en el caso de Montserrat Caballé cuando sustituyó a Marilyn Horne en una “Lucrecia Borgia” en Nueva York. Se había pasado años cantando en un teatro alemán de provincias. Hoy día no es así.
Recuerdo haber ido a óperas o conciertos porque se anunciaba una voz que había triunfado en escenarios tan importantes como la Arena de Verona, además al aire libre, aunque en los tiempos que corren hasta algunos usan micrófonos. Leí una crítica de uno de esos conciertos en la que se escribía “me ha parecido una voz de escasa calidad tímbrica, que se hace demasiado metálica hacia arriba, además de no estar muy sobrada en las notas altas. No veo por ninguna parte el interés que puede haber habido para ofrecer a esta soprano en este recital”. Reflejaba mi propia opinión. Esos artistas suelen pasar al olvido en poco tiempo y ellos mismos han de sufrir un desgaste psicológico al haberse creído lo que no eran.
Hay otros que, con un material importante, logran triunfar y pisar los teatros más importantes tras un debut impactante. Sin embargo, al cabo de una década hay ya poco que admirar en ellos. Los agudos, si no se han perdido del todo, se vuelven metálicos, estrechos, la gola hace su aparición, el vibrato se vuelve ostensivo y aparece una tendencia a calar. Algunos lo intentan suplir o disimular a base de forzar el fraseo sin que la cosa mejore, si es que no empeora. ¿Qué ha sucedido? Que han entrado en repertorios no adecuados para su tipología vocal y que no han tenido un profesor idóneo a su lado para que les advierta y aconseje.
En el siglo pasado se triunfaba o se era divo por méritos de calidad, hoy se logra por publicidad, por machacar que uno es bueno, aunque no lo sea, hasta que la gente se lo crea. Y dura hasta que ya no le interese a quien creó el personaje. Todo empezó, aún sin redes, el siglo pasado. ¿Recuerdan, por ejemplo, una soprano llamada Silvia McNair? Salzburgo estaba plagada de sus fotos. Duró hasta que a su casa discográfica le dejó de interesar.
Y del caso Bocelli para qué hablar. Pero afortunadamente, hoy por hoy, aún se encarga el tiempo de dejar las cosas en su sitio. ¡Qué pena tanto y tanto engaño para los artistas, que se lo creen, y para el público! Unos y otros lo sufrimos.

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