Crítica de teatro

“Oceanía”: En paz antes de partir ★★★☆☆

El homenaje a Gerardo Vera se sigue con interés en todo momento, en buena medida gracias al trabajo actoral de Carlos Hipólito

Carlos Hipólito repasa sobre el escenario los primeros treinta años de la vida de Gerardo Vera
Carlos Hipólito repasa sobre el escenario los primeros treinta años de la vida de Gerardo VeraJose Alberto Puertas

Autores: Gerardo Vera y José Luis Collado. Director: José Luis Arellano. Intérprete: Carlos Hipólito. Naves del Español (Matadero), Madrid. Hasta el 24 de abril.

Definido por su estrecho colaborador y compañero José Luis Collado como el “testamento artístico y vital de Gerardo Vera”, Oceaníaes, en primer lugar, un trabajo un tanto atípico, por su esencialidad e intimismo, en la carrera del tristemente desaparecido director madrileño. Ciertamente, resulta curioso que Vera, tan propenso al aparataje escénico, y tan virtuoso en mostrar la dimensión espectacular de cualquier historia, estuviese trabajando antes de que el coronavirus se lo llevase para siempre en un sencillo monólogo que, además, hablaba básicamente de sí mismo. Porque eso es a grandes rasgos, o eso parece al menos,Oceanía: una suerte de exorcismo teatral con el que el director, ayudado por Collado en lo literario y dramatúrgico, trataba de alcanzar una sanadora paz con su propia memoria.

Su temprano amor por el cine, el papel de su madre y otras mujeres de su familia en la formación de su carácter, el drástico giro en la juventud que da su privilegiada posición económica y social, el despertar de su sexualidad, su primer amor, su posicionamiento ideológico en los convulsos años de la Transición... y, sobre todo, la conflictiva relación que mantuvo con su padre son los temas que nutren el argumento de esta pieza que ahora José Luis Arellano, en homenaje a quien fue su maestro y amigo, se ha ocupado de poner en escena con delicadeza, respeto y cariño, a pesar de haber colado algún que otro “efecto” innecesario.

Otra persona cercana a Vera, que trabajó con él en varias ocasiones, es Carlos Hipólito, última de las patas en las que se apoya este proyecto y encargado de interpretar, por deseo expreso del fallecido director, a ese único personaje que ha de ir desgranando sus recuerdos ante el espectador. Aunque lo descriptivo se coma demasiadas veces lo representativo, ya en el texto la acción está muy bien urdida. Sin embargo, hacía falta más hondura reflexiva –o más poesía, si se hubiese tirado por ese otro camino– para trascender lo puramente anecdótico, lo biográfico, lo particular.

No obstante, la función se sigue con interés en todo momento, en buena medida gracias al trabajo actoral. Con su acostumbrada habilidad para encontrar el tempo y calibrar el tono de acuerdo a la naturaleza de las distintas situaciones, Hipólito se mete al público en el bolsillo, como siempre, en cuanto la historia empieza a permitírselo, y una vez allí dentro no deja que salga hasta el desenlace.

Lo mejor

La escena del restaurante es un prodigio de dramatismo por sí misma y por lo bien colocada que está en el desarrollo dramatúrgico.

Lo peor

Algunos momentos tienden a la ñoñería, aunque no lleguen a caer en ella, tanto en lo verbal como en lo escénico.