Crítica de teatro

"Canción del primer deseo": Heridas en el genoma ★★★☆☆

Julián Fuentes Reta pone en escena su tercer trabajo en colaboración con el aplaudido dramaturgo Andrew Bovell

"Canción del primer deseo", en el Teatro de la Abadía
"Canción del primer deseo", en el Teatro de la AbadíaJavier Naval

Autor: Andrew Bovell. Director: Julián Fuentes Reta. Intérpretes: Consuelo Trujillo, Pilar Gómez (en alternancia con Olga Díaz), Borja Maestre y Jorge Muriel. Teatro de la Abadía, Madrid. Hasta el 14 de mayo.

Después de Cuando deje de llover y Cosas que sé que son verdad, Julián Fuentes Reta pone en escena, bajo el título de Canción del primer deseo, su tercer trabajo en colaboración con el aplaudido dramaturgo Andrew Bovell. En esta nueva entrega, que cierra una trilogía dedicada a la incidencia del pasado en el carácter y las aspiraciones vitales del individuo, el autor australiano se atreve por primera vez con una historia de ambientación española.

Camelia (Consuelo Trujillo) es una mujer mayor con síntomas de demencia que vive en Madrid con sus dos hijos, Julia (Pilar Gómez, en alternancia con Olga Díaz) y Luis (Jorge Muriel). Los tres mantienen entre sí una relación complicada, dura, despojada de afecto, a punto de estallar en cada instante. A la casa familiar llega Alejandro (Borja Maestre), un joven colombiano que establece una relación especial con Camelia mientras cuida de ella. Poco a poco, por medio de analepsis que retrotraen la acción a 1968, el espectador irá descubriendo el pasado de Camelia, marcado por algunas actitudes y decisiones trágicas en el pavoroso contexto de los años 40, cuando las heridas de la Guerra Civil seguían sangrando y algunos se obstinaban en perpetuar el dolor sobre los vencidos.

Una vez más, con independencia de que sus personajes sean españoles, australianos o de la Cochinchina, Bovell sabe hurgar en el corazón humano para hablar con emoción, y aun con piedad, de nuestras encrucijadas, contradicciones y limitaciones. Y siempre lo hace desde un ámbito íntimo y familiar que, como ocurre con los grandes autores, se torna enseguida universal. Esto sucede porque, en su exploración de la condición humana, el dramaturgo comprende que lo más esencial de lo particular es precisamente aquello que está conectado indefectiblemente a otras particularidades distintas. No obstante, se diría que esta vez no ha confiado tanto en su intuición a la hora de mirar esa esencialidad humana -quizá por sentirse un poco ajeno a la historia de nuestro país-, y ha extremado más de la cuenta, probablemente en un intento de garantizar la verosimilitud, a los personajes y sus circunstancias. Y eso hace que el resultado sea más tremendista de lo que hubiera sido deseable.

Eso sí, como es habitual en sus obras y guiones, la historia está construida a la perfección desde el punto de vista formal: la trama fluye al ritmo oportuno, articulada como está en un número adecuado de escenas, que tienen, además, la duración debida. Ese ritmo está muy bien leído y plasmado sobre el escenario por el director Julián Fuentes Reta, que sabe saltar con agilidad a los distintos planos temporales llevando con él al espectador sin que se pierda por el camino. Ambos, autor y director, consiguen, por otra parte, mantener –sin trampearlo- una suerte de misterio en el curso de la acción que favorece la atención del público hasta el final. En cuanto a las interpretaciones, todas correctas, destacan Borja Maestre, en un meticuloso trabajo con el acento colombiano, y muy especialmente Consuelo Trujillo, en la composición de dos personajes de los que muestra una colección de cicatrices sin que se noten los costurones.

  • Lo mejor: Bovell siempre consigue ser hondo sin dejar de entretener, algo que deberían aprender muchos dramaturgos.
  • Lo peor: Esta vez hay cierta inseguridad del autor con respecto a sus personajes, patente en el innecesario parlamento final de Alejandro.