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Ni franquista ni machista: la vilipendiada historia de la revista

Juan José Montijano publica "Historia de la revista", un monumental ensayo que recorre toda la historia del denominado teatro frívolo español, llamado a ser una referencia para quienes quieran adentrarse en el género
"La revista fue, es y seguirá siendo hija y producto de su tiempo, de las circunstancias que en cada época le tocó vivir", concluye Montijano
"La revista fue, es y seguirá siendo hija y producto de su tiempo, de las circunstancias que en cada época le tocó vivir", concluye MontijanoLa Razón

Madrid Creada:

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Si hay un género musical popular en España que haya acaparado detractores y defensores casi a partes iguales durante 150 años de historia, ese ha sido sin lugar a dudas el teatro frívolo español, comúnmente conocido como revista musical española, «La revista», que la RAE define como «espectáculo teatral de variedades de carácter frívolo en el que alternan números dialogados y musicales o «espectáculo teatral consistente en una serie de cuadros sueltos, por lo común, tomados de la actualidad», el diccionario contempla dos acepciones para definir este ingenio cultural arraigado en el pueblo, este espectáculo ecléctico y algo exótico que es la revista musical española. ¿Quién de cierta edad no ha tarareado «Por la calle de Alcalá con la falda almidoná y los nardos apoyaos en la cadera», «El beso» o «Pichi» de la mítica Celia Gámez? A pesar de esto, la revista es una de las parcelas de nuestra dramaturgia más vilipendiadas por la investigación académica, tratada siempre como uno de los géneros (subgénero o supragénero según qué críticos) que menos interés de estudio ha despertado», afirma Juan José Montijano (Granada, 1977), doctor en Filología Hispánica, que como investigador, regidor y gran especialista, ha publicado un monumental ensayo, «Historia de la revista» (Almuzara), que profundiza tan rigurosa y exhaustivamente en ella, que está llamado a ser una referencia canónica para quien quiera adentrarse en el género.
Montijano recorre toda la historia del denominado teatro frívolo español desde su creación hasta nuestros días, manifestando las modas, gustos y cambios sociales y artísticos acaecidos durante su dilatada trayectoria. Un trabajo que arrancó en la Universidad de Granada en 2009 con su tesis doctoral y viene a llenar el enorme vacío documental en esta parcela de nuestro teatro.
La revista consistía estructuralmente en una obra musical formada por una sucesión de escenas yuxtapuestas sin apenas enlace argumental, salvo la alusión a la actualidad, política, social, cultural, críticas a personajes… Pero la revista en sí no es un «género puro» tiene una morfología híbrida a caballo entre el teatro musical y el declamado, fruto de numerosas influencias que la fueron moldeando progresiva y paulatinamente, del clásico sainete a la castiza zarzuela o tonadilla pasando por la opereta de corte europeo, el cabaret, las «follies» del musical de Broadway o los divertidos Bufos de Arderius. Del sainete (el folclore urbano y regional, amén de argumentos y tipos); del vodevil (el carácter satírico y burlesco, los enredos eróticos de alcoba, y situaciones picantes llenas de equívocos), la zarzuela (ritmos como el pasodoble, pasacalle, chotis); de la tonadilla, la carga españolista con argumentos costumbristas y asuntos amorosos; el «music-hall», el cabaret, la opereta, el musical americano y el cuplé, del que tomará ritmos, espectacularidad y el atractivo erótico de las bailarinas; las sátiras más corrosivas, letras de doble sentido, chistes... influencias que irán conformando el género tal y como hoy lo entendemos, a pesar de sus cambios y transformaciones.
Nació en 1864 de la mano del escritor sevillano José María Gutiérrez de Alba, que llegó a Madrid, con una extraña obrita titulada «1864-1865». «Había ido a París a ver teatro y allí asistió a una obra donde los actores personificaban distintos acontecimientos, mujeres que encarnaban La Prensa, La Moda, La Danza, etc. y vio ahí un buen subterfugio para adaptarlo a la mentalidad española y así lo hizo con esa primera revista de la que se tiene constancia, donde daba un repaso a los acontecimientos fundamentales del año, de ahí también viene el término militar de ‘pasar revista’, supervisar todo lo que pasaba» explica el autor. Con «1864-1865» había nacido un nuevo género teatral: la revista, y fueron muchos los autores que se apuntaron al modelo, como Navarro Gonzalvo, Guillermo Perrín, Miguel de Palacios o Carlos Arniches.
Este «género de géneros» como lo define Montijano por considerarlo un «supragénero», comienza a tener entidad propia desde 1910 con el estreno de «La corte de Faraón». El mundo intrínseco de una revista comenzaba redactando un libreto y componiendo junto al maestro los números musicales. Luego se necesitaba formar una compañía y para ello era imprescindible la figura del empresario, popularmente conocido como «caballo blanco» en el argot teatral. Tras el estreno venían las duras giras por provincias, a veces difíciles y complicadas…en trenes de tercera y pensiones de mala muerte, salvo las vedettes privilegiadas que viajaban en el coche del empresario. El género contó con buenos libretistas, pero todos chocaron con la omnipresente censura, sobre todo en la época franquista, «pero aunque parezca paradójico, esta fue la era más fructífera –asegura Montijano, entre los 40 y los 70 se estrenaron un número ingente de revistas porque los libretistas agudizaron el ingenio para sortearla. Es famosa la bombilla roja entre bambalinas, el "chivato" que avisaba cuando se detectaba la presencia del censor en el teatro, las vicetiples se bajaban las faldas y se ponían chales».
Un ejemplo de empresario avispado fue Colsada, que en la postguerra llevaba varias compañías y «para ahorrar dinero utilizaba orinales o escupideras como sombrero camufladas con plumas y en vez de compararle medias a las chicas les pintaba las piernas con pintura color carne, así sorteaba a los censores que creían ver unas piernas tupidas con mallas, cuando en realidad era pintura». A pesar de esto, Montijano sostiene que «la censura era un vínculo de carácter geográfico, en los teatros ambulantes, como El teatro chino de Manolita Chen o el Lido era distinto porque iban por los pueblos, sus actuaciones eran esporádicas y la censura no podía acceder a todas ellas.
Las chicas tenían su propio escalafón, eran vedettes, tiples, vicetiples, soubrettes, modelos, bataclanas o suripantas, aunque los chicos también tuvieron un papel principal, galanes altos y guapos, cómicos y «boys» pero «estas chicas de revista han sido juzgadas muchas veces muy superficial e injustamente –considera Montijano–, solo por pertenecer a una compañía se las consideraba chicas fáciles y no era así». La vedette era la estrella fundamental, «eran artistas muy especiales –señala el autor–, y para serlo necesitaban ciertos requisitos: figura, juventud, belleza, baile, nociones musicales…y ninguna modestia. Las primeras vedettes iban siempre cargadas de abalorios y enormes plumajes, porque en el escalafón de la revista, la categoría se regía por plumas, cuantas más plumas, más categoría», afirma Montijano, que cuenta que Concha Velasco decía de Virginia de Matos «que era la vedette más vedette de todas las vedettes del mundo y ni cantaba bien, ni bailaba bien, pero ni falta que le hacía porque su sola presencia en el escenario llenaba todo. También decía que a la Matos nunca la había visto en el escenario de frente, siempre de culo». Era una supervedette «acompañada siempre de su madre, algo frecuente dentro del mundillo, había mamás que reinaban y mandaban más que sus propias hijas.
Montijano quiere reivindicar la revista «como un supergénero teatral meramente español al que hay que quitarle el sambenito de franquista, machista y retrógrado, porque no era eso, la revista vivió dos monarquías, dos repúblicas, una guerra civil, una posguerra, dos dictaduras y una democracia, sobrevivió a muchos regímenes políticos y tuvo que adaptarse a todos ellos y lo mismo triunfó en la Republica que en la posguerra. Me gustaría despojarla de esos clichés porque si hay un género absolutamente antifascista, ese ha sido la revista, que fue libre y vehículo, además de entretenimiento, de denuncia y crítica social porque siempre atacó al poder dominante, sea cual fuere la ideología, ponía en escena los vicios y virtudes sociales como un espejo, una especie de esperpento donde los españoles podíamos vernos deformados y reírnos de nosotros mismos, y a la vez producir una catarsis que ejercía una función sociológica en aquella España deprimida. La revista fue, es y seguirá siendo hija y producto de su tiempo, de las circunstancias que en cada época le tocó vivir», concluye Montijano.
  • «Historia de la revista» (Almuzara), de Juan José Montijano, 528 páginas, 27 euros.

EL REGALO DE CELIA GÁMEZ A AZAÑA

►España ha tenido grandes vedettes, como Virginia Matos o la gran Lina Morgan, pero si alguien encarna la revista por excelencia es Celia Gámez (Buenos Aires 1905-1992). Hija de malagueños emigrados a Argentina, «fue importantísima por ser pionera en una sociedad patriarcal en la que rompió el molde –dice Montijano–, fue bailarina, coreógrafa, directora, empresaria…una mujer que abrió caminos y marcó un antes y un después de la revista, la limó de asperezas chabacanas, de diálogos soeces, configurándola como una auténtica comedia musical adaptada a la idiosincrasia española y la acercó a la mujer y a las clases populares, que hacían grandísimas colas para verla. Tuvo éxitos enormes, «Las guapas», «Las de Villadiego»… pero, sobre todo, «Las Leandras» de cuyo estreno el 12 de noviembre del 31 en el Teatro Pavón «se cuentan muchos bulos -afirma Montijano-, pero sí es verdad que al día siguiente iba a haber un debate parlamentario, que tuvo que aplazarse porque los señores diputados comenzaron a tararear «Los nardos», el «Pichi»…y el jaleo fue descomunal. Manuel Azaña había asistido la noche anterior al estreno y de manos de Celia Gámez recibió un nardo que guardaría siempre en su cartera, porque al ser enterrado en el exilio descubrieron que aún lo seguía conservando».