Guadalajara

Velázquez, el pintor en las sombras de la pasión

Velázquez, el pintor en las sombras de la pasión
Velázquez, el pintor en las sombras de la pasiónlarazon

En un estudio, en una calle cualquiera, oscura y apartada, del Madrid de los Austrias, Diego Velázquez, pintor de Corte, Valido Real, acaso el artista más célebre de su época, se reúne con una mujer de dudosa reputación y su criado. El punto de partida de «La puta enamorada» es a la vez una invitación a asistir al teatro y asumergirse en la historia. Realidad y ficción se dan la mano en esta obra de Chema Cardeña, escrita en 1999. Ella es la María Calderón, «La Calderona», actriz –lo que en aquella época a menudo equivalía a decir mujer de costumbres relajadas– y amante oficiosa de Felipe IV. Velázquez y «La Calderona» (que nació en 1611 en Madrid y murió en 1646 en Guadalajara) no se conocieron ni ella posó, por lo tanto como modelo para él. Al menos, no tenemos constancia de ello. Pero la obra imagina ese encuentro en el estudio del autor de «Las meninas» y deja un juego dramático con triángulo amoroso incluido que terminará con la elaboración de un célebre lienzo. Un título que es mejor no desvelar para no estropear el final a quienes se acerquen por vez primera a esta obra.

El pasado verano subió a escena en Almagro esta producción de la Compañía de Salvador Collado y ahora llega a las tablas del Teatro Fernán Gómez dirigida por Jesús Castejón. Calderón no posó nunca ante Velázquez, pero, asegura Castejón, «siempre hemos pensado que ‘‘si non è vero, è ben trovato’’. Hubiera merecido la pena que se hubiera producido ese encuentro». La obra, añade, «no se juzga a la pintura; es el vehículo para que las pasiones se desaten y las dudas se planteen». Todo, subraya, «en clave de comedia dramática. Hay momentos en los que el público respira y lo pasa muy bien».

Estamos en el Madrid de los Austrias. Felipe IV (1605-1665) había conocido a la que habría de ser su amante en una representación en un corral de comedias de Madrid. No era una cualquiera, sino la actriz más famosa del momento. Con ella, el monarca llegó a tener a un bastardo real, Juan José de Austria. «La obra tiene dos personajes absolutamente históricos y reconocibles», cuenta el director, «y una supuesta historia de amor entre ellos, en un triángulo, con un lacayo. También una historia de traición, de celos, de amor imposible, tan habitual en la vida, en el teatro y en el Siglo de Oro que es muy reconocible. Se habla del arte, del poder, y del dominio de los políticos sobre el arte, algo que no nos liga a aquellos días». Experto en clásicos metido a director en esta ocasión (aunque no es la primera vez: ya había puesto en escena zarzuelas), Castejón cuenta que el texto de Cardeña «está íntegro salvo algunos ligerísimos cambios de algún final de jornada... pero muy pocos. He sido muy respetuoso, porque lo admiro y es absolutamente teatral. Se desarrolla de una manera limpia, honesta, y sin truco apenas. Todo lo que Chema quería contar está en el montaje». Una historia que «es la historia de un cuadro y es la historia de la vuelta de la luz a Velázquez, mediante el amor y la pasión, que a su temprana edad ya tenía un poco olvidada», cuenta Castejón. «La Calderona» aparecerá «en todo su esplendor en el escenario». Ahí va una pista sobre el lienzo en cuestión. Pero Velázquez se encontraba en España cuando lo pintó, sino en España. Aunque sí hay constancia histórica de que el pintor y aquella modelo real fueron más que amigos.

En escena «La Calderona» es Eva Marciel, Federico Aguado da vida a Velázquez y Javier Collado a Lucio, el criado que no es tal, sino otro cómico y viejo compañero de fatigas de la actriz, pícaro y tercer personaje en disputa. «La Calderona», cuenta, «tiene que representar una mujer en la treintena como mucho. El personaje tiene una profundidad y es un canto constante a la libertad y al feminismo. Su prostitución era solamente con el Rey, y ella hace claras declaraciones de libertad y habla de que es suya y de nadie más, porque ser amante del Rey supone estar en un estatus muy elevado, incluso para una puta, y defiende su condición de cómica». Por otro lado, la obra «nos enseña a un Velázquez muy auténtico, inmerso en el aburrimiento de pintar lo que no le gusta, de trabajar por encargo, que es lo peor para un artista. En ese momento de la historia bebe, está desesperado, no tiene ilusión por nada, ha caído en la apatía y pinta enanos, reyes y cortesanas. Es el pintor de la luz, pero está inmerso en lo más denso y ténebre de su alma, y de repente aparece esta luz radiante que es María Calderón».

En la obra, Velázquez un hombre poderoso en la Corte e íntimo amigo de la Reina. «Probablemente es amante de ella, aunque esto son fantasías, lo dicen las malas lenguas, no hay constancia de ello. Pero sí era un hombre muy cercano a la soberana, Valido del Rey y, al mismo tiempo, confidente de la Reina». De hecho, hay un atisbo de traición en la función hacia «La Calderona»: todo empieza con una trampa ideada por la monarca en el estudio de Velázquez.

La escenografía de Curt Allen Wilmer y la iluminación de Juanjo Llorens recrean un estudio de pintor de época. «Hay un espacio que nos permite imaginar varias posibilidades de la pintura de Velázquez y refleja constantemente imágenes distintas. La aparición de Velázquez, su situación, recuerda al que contempla desde un punto ‘‘Las meninas’’ mientras las pinta. Pero el espacio está basado en algo fundamental y evidente: la luz de Velázquez. Esos reflejos que son capaces de iluminar diez centímetros cuadrados pero rebotan y dan luz a todo el cuadro. Era lo que más nos preocupaba en esta función: que nos recordara cómo se filtran a través de lo tenebroso esas luces que Velázquez coloca estratégica y sabiamente en sus cuadros».