Ferrera corona su encerrona indultando a “Madero” de Victorino Martín
Cinco orejas y un rabo simbólicos con un interesante encierro en la plaza de Olivenza
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No hay mejor final, último y grandioso que el indulto para una tarde, o mañana de toros. En la de hoy en Olivenza transitamos por distintos lugares, parajes, emociones, pero llegamos al destino perdido, alejado, de ver a un toro embestir sin descanso, hasta el final, con entrega, sin abrir la boca. Acudir al caballo, en una ocasión, pero con ganas. Querer coger la muleta siempre, con clase. Entregarse al toreo, al espectáculo y emocionar por su embestida. Gloria última. La de “Madero”, ganadería de Victorino Martín. Vida buena lo espera en el campo. Y disfrute para Antonio Ferrera, que fue el valiente que se las quiso ver con seis del mítico hierro. No es cualquier cosa. Nunca. En ningún lugar.
El tercio de varas fue un espectáculo en sí y la faena fue avanzando con pasos de gigante a la grandeza. Ferrera supo embarcar la belleza del ritmo que tenía el toro, relajarse y disfrutar. Dar a ese viaje la eternidad y sumarla a los remates, los pases de pecho que de verdad acababan en la hombrera. Era una barbaridad ese toro, esa manera de embestir, esa manera de disfrutar el torero. Un final feliz en una mañana repleta de mensajes. Se pidió el indulto y el indulto fue. El toro marchó al campo y al torero se le veía en plenitud. Antes había sublimado el concepto del temple en una mañana seria.
En medio de este alboroto se subió al caballo en el sexto para picar. Ferrera es un parque de atracciones en el que nunca sabes lo que va a pasar. Se justificó después con las complicaciones del animal en la muleta, tenía buen fondo el toro.
Antes ya habíamos tenido entretenimiento diverso. El primero marcó mucho por dentro por el derecho (aunque acabó tragando en una contundente muleta de Ferrera). Fue toro bueno por franco y con ritmo y de menos a más la labor del diestro.
Flojeó en primera instancia el segundo, pero tuvo buen fondo y condición el victorino en la muleta de Ferrera para una faena larga y templada, a la que le faltó contundencia con los aceros.
Un antes y un después
El tercero marcó un antes y un después. No era un toro cualquiera. Fue un bellezón. Imponía con sus puntas para arriba y su remate. Serio. Y más cuando fue al caballo con un ímpetu tremendo. Pedazo tercio. A la muleta llegó con todas las incertidumbres. Interesantísimo (a pesar de que tenía las fuerzas contenidas). Por el izquierdo no pasaba. Un cuarto de embestida. Antonio quiso siempre. Centrado, porfión, verdadero, tirando de oficio y corazón para alargar la embestida diestra que era agradecida y para no volver la cara al natural. Faena de entrega de las que merecen la pena ver.
Al sobresaliente Álvaro de la Calle le tocó dar muerte al cuarto, que se partió el pitón desde la cepa. Y ya que estaba de estiró y se gustó. Demasiado. El bis era alto y feo. El contrapunto al tercero y embistió con todo muy bastote. En ese punto de arrollar. Ferrera no hizo concesiones a la galería porque toreaba para él. Tragó y le hizo tragar. La estocada se le fue abajo. La faena había estado arriba.
Ficha del festejo
Se lidiaron toros de Victorino Martín. El 1º, de buen pitón zurdo; 2º, flojo, noble y suavón; 3º, peligroso; 4º, bis, complicado; 5º, extraordinario, indultado; 6º, complicado pero con fondo. Casi lleno.
Antonio Ferrera, de blanco y oro, casi entera caída (oreja); pinchazo, media caída, aviso, descabello (saludos); pinchazo, estocada (oreja); bajonazo (oreja); indultado (dos orejas y rabo simbólicos); pinchazo hondo, descabello (ovación).