Aguado y Morante ponen la temporada cara
►Pablo corta dos trofeos del tercero y el de La Puebla uno del primero, en una tarde de rivalidad y toreo de calidad en Castellón
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Contra todo pronóstico a las cinco en punto de la tarde el paseíllo se abrió con la negritud de los tendidos. Fríos, lluviosos y desapacibles. No hacía día para toros. ¿Primavera dónde estás? Morante también vino de negro, como casi todos. Tan solo los chubasqueros cambiaban el paisaje y algunos amarillos desafiaban los temores supersticiosos. El terciado primero permitió que brotara a borbotones la parsimonia de Morante con la torería como puntal. Tan suave que los muletazos eran caricias, viajes que querían ir y acabar detrás de la cadera. El toro tuvo la nobleza como soporte para dejarlo estar y fundirse y en esa plenitud se acobardó ante la inmensidad de un torero, que es historia. Rajado no quiso ir más y entonces atacó Morante para por arriba cruzar la muerte y matarlo. Un premio paseó ligerito. Incluso corriendo. Respeto máximo al público en desapacible tarde. El contrapunto perfecto a la lentitud que había tenido todo su toreo.
Con el cuarto se picó. No sabemos si con el Juampedro o con las dos orejas de Aguado, pero ocurrió y se salió de su patrón de antaño para hacer una faena casi larga, maciza y queriendo. El toro fue irregular en la embestida y así la faena con ese gusto del del La Puebla, que es buen aderezo siempre.
Emilio de Justo se fue largo con el segundo, que tenía mucho que torear. Descolgaba en el engaño con codicia, aunque a veces le costaba viajar. Le supuso una dificultad para cogerle el aire al diestro y la faena se le fue en ello. Descastado fue el quinto. Eterna la faena. No hacía tarde para ello.
A Pablo Aguado le ha sentado bien el alto obligado en el camino (no deseado ojo) pero está mejor que se fue. A tono. En esa maravillosa versión que condensa lo bueno en poco, porque no hace falta más. La cadencia, el empaque, la torería la tiene tan innata que convierte la bondad del toro en belleza, en arrebato. El desdén en armonía. Tiene momentos que son una auténtica maravilla. Su puesta en escena es una revolución para la mediocridad, un revulsivo para el toreo clásico, bueno y eterno. Para esto no hay modas. Hablamos de emoción, de pellizco, de esos muletazos con la rodilla en la arena, de las trincheras, del temple infinito, de la suavidad de las formas, del ritmo, de esa sensación de que ahí abajo, con la fiera, todo fluye con naturalidad, es una sinfonía perfecta y no desafina una nota. Hablamos de Aguado, de esas reminiscencias de Sevilla y de Madrid, que le valieron para el doble premio en Castellón.
Cuando salió el sexto pesaba ya la plaza, hecha un barrizal. Se dejó hacer el juampedro e hizo Aguado en una labor bonita aunque menos compacta. Habían ocurrido muchas cosas, tantas como que Morante y Aguado ponen la temporada cara.
Ficha del festejo
CASTELLÓN. Sexta de la Feria. Se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq. El 1º, manejable y rajado; 2º, codicioso, bravo y orientado; 3º, noble y con ritmo; 4º, desigual; 5º, descastado y deslucido; 6º, noblón. Más de media entrada.
Morante de la Puebla, de negro y oro, estocada (oreja); estocada corta, dos descabellos (saludos).
Emilio de Justo, de tabaco y oro, estocada, tres descabellos (saludos); pinchazo, estocada (silencio).
Pablo Aguado, de verde y oro, estocada (dos orejas), pinchazo, media, descabello (palmas).