Crespo triunfa en el nombre de Morante
El torero de la tierra cortó dos orejas del último toro de la noche en El Puerto de Santa María y gran actuación de clase y valor de Ortega
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Hay cosas en la vida que duran poco. Algunas demasiado. En este caso ocurrió. Fueron dos tandas de Juan Ortega. Tal vez tres. Lo que tuvo el toro antes de que al animal le cundiera la mansedumbre. Y entonces, todo lo que vino después, que estuvo bien, fue como un añadido. El comienzo de faena de Juan al segundo había sido un recital de toreo, porque una cosa es torear despacio y otra es lo que hace Ortega. Ha decidido asentar unos tiempos propios en los que es capaz de construir la tauromaquia con una despaciosidad de otros tiempos. Una delicia lo que habíamos visto en el festejo de El Puerto. Los muletazos por alto, los cambios de mano, la trinchera, es un envido a ver cuál es mejor. La bomba. Así el toreo diestro, a la cadera, hasta el final. Se rajó el toro y bajó la faena como no podía ser de otra manera. La estocada fue. Y también dos golpes de descabello. Hubo, cómo olvidar, unas chicuelinas que siguen detenidas en algún lugar de este inmenso escenario.
El quinto no le puso la faena fácil, como ya lo había hecho el cuarto a Manzanares. Cabeceaba, soltaba la cara y en la arrancada no había la seguridad de la entrega. Aplomo de Ortega para hacer lo mismo, con esa eterna suavidad, como si fuera fácil. Un abismo.
Con un apósito en el cuello retornaba José María Manzanares a los ruedos. Herida de guerra de una intervención de las cervicales que le hizo parar en seco incluso cuando estaba prevista su celebración de cumpleaños. Los 20 en casa, cuando todavía estábamos en junio. No ha debido ser fácil volver hasta aquí y enfundarse el terno del miedo, que debajo del oro esconde muchas miserias que superar. El de la Ventana del Puerto que abrió plaza fue cómplice de la situación y tuvo nobleza y notable son y buenas intenciones la faena del alicantino. Un cañón con la espada. Complicado fue el cuarto, tardo y que se metía por dentro a la salida del viaje. Manzanares lo intentó.
Daniel Crespo, torero de la tierra, venía a sustituir a Morante. Baja de nuevo y menuda baja. La buena oportunidad venía con la embestidas justas. A la bondad del toro no le acompañaba la raza y el toro se rajó a la de tres. Nada más empezar. Ya en tablas, en los terrenos de toriles Crespo se justificó con valor y verdad en una faena de enjundia.
La corrida, que no había sido buena por rajada complicada, se guardó la bala brava para el final (con sus querencias bravuconas hacia los adentros). A Crespo le cayó en suerte y firmó una faena emotiva en la que primaron las sensaciones del momento y la ligazón en una labor en la que quiso hacer de todo y hundió la espada a la primera. Había sonado la banda y qué maravilla. La magia estaba servida en una noche de verano. En el nombre de Morante.
El Puerto de Santa María. (Cádiz). Se lidiaron toros de Ventana de El Puerto y Puerto de San Lorenzo. Más de media entrada. El 1º, noblón; 2º, de buena condición pero se raja; 3º, manso; 4º, complicado; 5º, complicado; 6º, bravo y bueno.
José María Manzanares, de corinto y oro, estocada (saludos); estocada (saludos).
Juan Ortega, de azul celeste y oro, estocada, dos descabellos (saludos); tres pinchazos, media, aviso (saludos).
Daniel Crespo, de tabaco y oro, tres pinchazo, media, estocada (saludos); estocada (dos orejas).