
Historión
Jiménez Fortes, tras su éxito en Madrid, admite que estuvo a punto de quitarse: "Le dije a mi mujer hasta aquí hemos llegado. Esa noche lloramos mucho"
El diestro concede una extensa entrevista a La Razón que se publica al completa mañana

Volvemos con Saúl Jiménez Fortes al Hotel Wellington de Madrid, el lugar donde comenzó —o tal vez reanudó— esa conversación callada con su destino. Un destino de sangre, de fidelidad y misterio. Venimos de Las Ventas, de esa tarde sin orejas que sin embargo quedará escrita en la memoria del toreo como una revelación sin aspavientos: la de un torero que no necesita premios para poner de acuerdo a todos, que toreó con tal hondura, verdad y desgarro que lo descarnado se volvió bello, y Madrid se puso en pie, agradecida.
En este adelanto de la entrevista que podrán leer mañana en La Razón, Fortes abre la puerta a ese territorio donde muy pocos se atreven a mirar: el del límite interior, el del umbral del abandono. “Hubo un día, en enero o febrero del año pasado, que recibí una noticia para la que no fui seleccionado. Yo pensaba que iba a comenzar el año pronto, en un proceso, y ahí me pregunté: ¿hasta qué punto merece la pena tanto esfuerzo, tanto sacrificio? Hablé con Mabel —su mujer—. Tengo una familia maravillosa, me puedo buscar la vida en cualquier otra cosa. No concibo el toreo como un medio de vida únicamente. Puedo subsistir de otra manera. ¿Y hasta qué punto tengo que condenar a mi entorno con tantos sinsabores? Y le dije: hasta aquí hemos llegado. Esa noche lloramos mucho”.
Es en esa grieta donde crecen los hombres esenciales. En ese borde donde el silencio se confunde con la despedida, la vida, como un último pitón que no embiste pero empuja, le ofreció una señal. “Curiosidades de la vida: al día siguiente tenía un tentadero en Jandilla ya programado. Fueron tantas las sensaciones, de tanta emoción, de tanta madurez… que pensé: no merecía dejar todo ahora. Debía continuar. Y me siento muy agradecido porque la vida me regaló ese mano a mano con Roca Rey en Málaga, en una situación tan límite”.
Habla con la misma voz con la que torea: sin levantarla, pero dejando eco. Hay en él una solemnidad que no necesita solemnidades, un sentido del deber hacia su vocación que se parece mucho al de quien ha sobrevivido para algo. “Si he salido vivo de dos cornadas tan fuertes, ¿cómo voy a enterrar al torero?”, nos dice. “No sería agradecido conmigo ni con la vida si dejara morir mi vocación simplemente por evitar lo que al final no ha sido”.
Mañana, en La Razón, una entrevista que no es solo palabra, sino confesión y espejo. Con Saúl Jiménez Fortes, el torero que no se fue… porque tenía algo más que decir. Una deliciosa conversación de una larga trayectoria que bien merecía llegar hasta aquí. Tres páginas en edición impresa esperan.
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