“Il turco in Italia”: un Rossini de fotonovela y enredo
El Teatro Real estrena este “dramma buffo” de Gioachino Rossini en una nueva producción dirigida escénicamente por Laurent Pelly y Giacomo Sagripanti en la musical
Madrid Creada:
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Cuando Gioachino Rossini (1792-1868) presentó “Il turco in Italia” contaba con tan solo 22 años, pero a pesar de la juventud del compositor, se trataba de su decimotercera ópera y la tercera estrenada en La Scala de Milán (14 de agosto de 1814). Aunque Rossini se retiró muy temprano de la composición operística, siempre tuvo claro que su gran popularidad se debía al éxito de sus óperas “buffas”, mérito que en este caso comparte con su libretista, Felice Romani, que basó su libreto en la pieza homónima de Caterino Mazzolà. Una obra que generó reticencias previas al estreno, acusada de ser un pastiche de “La italiana en Argel", pero lo cierto es que Rossini no copió nada y su música es totalmente nueva. “Il turco in Italia” nunca se ha representado en el Teatro Real, aunque sí en Madrid, en 1818 lo hizo en el Teatro de la Cruz, en el del Príncipe en 1820 y en 1990 en la Zarzuela. Ahora se presenta en el coliseo madrileño con diez funciones, del 31 de mayo al 12 de junio, con una nueva producción coproducida con la Ópera de Lyon y el New National Theatre Tokyo, dirigida escénicamente por Laurent Pelly y en la musical por Giacomo Sagripanti, que debuta al frente del Coro y Orquesta del Real, interpretando además al fortepiano en los recitativos, y a un doble reparto encabezado por las sopranos Lisette Oropesa, Sara Blanch y Sabina Puértolas, y los bajos Alex Esposito y Adrian Sampetrean, que darán vida a los histriónicos personajes de Rossini.
La trama se sitúa en la Nápoles del siglo XVIII, adonde llega el príncipe turco Selim, que capta de inmediato la atención de Fiorilla, una mujer coqueta que disfruta mortificando con nuevas conquistas a su marido, Geronio, un hombre temeroso y débil de carácter. Pronto, el flirteo de este triángulo amoroso desata enredos pasionales que involucran también a Zaida, antigua novia de Selim, Narciso, otra conquista de Fiorilla y al poeta Prosdocimo, que articula la historia buscando personajes para su nueva obra inspirada en lo que sucede. Una trama que Laurent Pelly se ha llevado al universo de la fotonovela propia de mediados del siglo XX, transformando la ópera en un melodrama de códigos estereotipados y estética “vintage” imaginado por su protagonista, adicta a la lectura de folletines, para evadirse del tedio de la vida conyugal. “Fiorilla, se aburre y sueña con un amor apasionado y loco en las antípodas de la vida cotidiana insípida que comparte con el vejestorio de su marido –afirma Pelly-, imagina una historia de amor rebosante de erotismo con Selim, galán, seductor y objeto de todos sus deseos… que la mete en una serie de embrollos libidinosos, en un continuo y jugoso juego de disfraces bajo el que laten dilemas morales”.
Para el director, la obra plantea dos problemáticas “la primera es general a la música de Rossini y su dificultad de poner en escena estas arias y diálogos tan repetitivos, que obliga a la búsqueda de soluciones narrativas. La segunda es la ligereza del libreto, sentimental, con personajes burlescos como Geronio, típico de la Comedia del Arte que aparece en todas las comedias de Molière, por esto pensamos que el eje de la acción no fuera el poeta Prosdocimo, sino Fiorilla –explica-, porque su obsesión por las telenovelas se adaptaba muy bien a la ligereza del libreto y a la música para contar esta historia. Este formato de novelita ilustrada nos proporcionaba un material que al mismo tiempo es poético y burlesco, nos permite reflejar los sentimientos de estos personajes y sus situaciones, que acaban siendo cómicas de puro melodramáticas”, resalta Pelly, que señala que hay algo especial en esta ópera, “por un lado esa mezcla de lo “buffo” y lo serio y por otro las incoherencias del libreto”.
La obra termina con una pretensión claramente moralista “que nosotros hemos tratado de subvertir o evitar, porque Fiorilla vuelve al orden, pero no en realidad porque la historia de peleas y amantes puede volver a repetirse y esto hace que no podamos encerrarla en ese final moralizante”. Y concluye: Es un personaje muy bonito, que incluso puede considerarse feminista”. Idea que apoya Joan Matabosch. “La obra de partida ya es increíblemente feminista, el personaje de Fiorilla es sorprendente por su libertad y esa reivindicación de un trato igualitario con los hombres, un personaje antes de que eclosione el romanticismo en los escenarios operísticos en el que en las situaciones conyugales, ella se sitúa al mismo nivel que el marido, al que tiene casi a su servicio. De ahí que en su época tuviera problemas con la censura, en la trama hay una infidelidad explícita, algo completamente intolerable en la época y encima está tratada con sentido del humor, lo cual es todavía mucho más inaceptable”, significa.