Así pretende la ideología "woke" eliminar a Dios y sustituir la Navidad y las tradiciones cristianas por el "buen rollo"
Este movimiento, que desprecia la idea de perdón, central en la cultura judeocristiana, ha desfigurado la tradición de estas fiestas y ha implantado el concepto de victimismo y humillación
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En 2021 se filtraba un documento interno de la ONU, una guía sobre lenguaje inclusivo, en el que se instaba a evitar felicitar la Navidad e instaba a desear unas «felices fiestas» para no dar por supuesto el cristianismo de aquel que recibía nuestros buenos deseos. Hacerlo podría suponer ser insensible «al hecho de que las personas tienen tradiciones religiosas diferentes». La guía fue finalmente retirada, porque «no era un documento maduro» y porque no cumplía «los estándares de calidad de la Comisión» pero, desde entonces, parece que pronunciar la palabra Navidad o hacer referencia a la tradición de la que beben estas fiestas se ha convertido poco menos que en anatema. Este año, el rector de la complutense, Joaquín Goyache, llevaba al extremo esta máxima y ni siquiera era capaz de pronunciar la palabra «invierno», ya no Navidad .
Así que transmitía sus deseos de «paz, renovación y prosperidad» con motivo del fin del otoño, que no de estas entrañables fechas, y elegía para ello la imagen de una hoja seca. A Maruja Torres le molestaba especialmente que unos vecinos exhibiesen en su balcón particular una imagen clásica del niño Jesús. Y así lo hacía saber en redes sociales, exhibiendo ella a su vez su tolerancia y respeto por las creencias de los demás. Tampoco fueron pocos los que criticaron el anuncio navideño de la Comunidad de Madrid por hablar de fe, esperanza y encuentros. Es decir: por destacar los valores que se asocian tradicionalmente con la Navidad. Lo acusan también de falta de diversidad.
En Vilavenut (Girona), por el contrario, el pesebre viviente tendrá dos vírgenes, no habrá San José y el niño Jesús no será niño, será niña. Ya con Carmena, los Reyes Magos fueron reinas en 2028, en su afán por alejarse de la tradición y rechazar todo lo que representaban clásicamente las Navidades. Cada vez más, las felicitaciones que recibimos nada tienen que ver con la Feliz Navidad y el Próspero Año Nuevo y han pasado a ser, como la del rector de la Complutense, buenos deseos por el solsticio de invierno, las fiestas el Sol Invictus o estas entrañables celebraciones. Unos lo rechazan por cuanto contiene de cristiandad, por no dar por supuesto que todos somos católicos cuando hay otras sensibilidades y otras creencias. Otros, por potenciar y visibilizar la familia clásica frente a otras opciones más diversas. Están los que creen que está desvirtuada la festividad, los que creen que está demasiado mercantilizada, los que creen que se consume demasiado, los que creen que contamina. Los belenes se vuelven laicos, los árboles se deconstruyen, las iluminaciones se vuelven abstractas. ¿Qué pasa con la Navidad? ¿Qué tiene de malo? ¿Por qué siempre hay alguien que la ataque?
Ya en la Edad Media, cuando no era tanto una celebración familiar sino jolgorio y desmadre, eran fiestas incómodas, reprimidas por el Concilio de Trento. En Inglaterra, en el siglo XVII llegaron a estar prohibidas en Inglaterra por el tribunal de la Corte de la Cámara Estrellada. Estuvo acechada la celebración durante la Revolución Francesa, y también durante la Revolución Rusa, por parte de las autoridades. Y lo está ahora que los movimientos identitarios y la doctrina Woke se instalan en las instituciones, la academia y los medios.
Para el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz hay, pese a todo, cierta similitud entre la religión católica y «lo woke» que explicaría este ataque. «Lo woke», señala, «supone una referencia al despertar religioso que ha habido en las sociedades anglosajonas. Ese despertar, como nueva religión que pretende constituir una nueva cultura, viene a sustituir el mundo religioso y cultural judeocristiano y grecolatino. Se aprovechan ciertas fallas de la civilización occidental desfigurando la tradición judeocristiana y apropiándose, por ejemplo, de la importancia que se otorga al sufriente. Pero a continuación la modifica hasta el punto de convertirse en una cultura de adoración al victimismo, en una deformación exacerbada de ese aprecio por la víctima.
Modifica también la solidaridad hasta el punto de convertirla en fundamental, pero única y exclusivamente con determinados grupos identitarios: mujeres, razas, LGBTI. Sin embargo, no se apropia de la idea de perdón, que es central en la tradición judeocristiana. La ideología woke desprecia el perdón, lo ha cambiado por la humillación y la revancha, y ha eliminado a Dios». Y la Navidad recuerda a Dios, así que hay que eliminar la Navidad. Como antes trataron de hacer otros sin éxito.
Y aún así, la celebración sobrevive a los continuos embistes interesados gracias, precisamente, a la institución familiar y al arraigo popular del rito, desprovisto incluso en estos tiempos del factor de la fe. La Misa del Gallo, los cánticos navideños, comidas y cenas (familiares y de empresa), regalos, iluminaciones callejeras, películas temáticas, el sorteo del Gordo y el del Niño, buenos propósitos… Es la importancia del rito, como sostiene el filósofo Byung-Chul Han, en su libro «La desaparición de los rituales». En él señala la importancia del carácter civilizatorio de este, incluso desprendido de la fe que los origina, como ocurre ahora en nuestra sociedad con la Navidad y la cristiandad. Es su carácter sostenido y repetido el que permite reconocer el suceso y sentirse partícipe de una comunidad de iguales gracias a la identificación.
Para la filósofa y teóloga María Gelpi la clave para justificar la Navidad como deseable tradición a conservar estaría, precisamente, en los valores que representa «a pesar de sus defectos». «Aquí entran en juego los principios teológicos», apunta, «aunque la fe se haya desvanecido. O la proyección de valores antropológicos, como desvelara el filósofo alemán Feuerbach. En el caso de la Navidad, el nacimiento de Jesús supone el primer estadio de la redención, del restablecimiento de la gracia repartida para todas las criaturas humanas, sin distinción; de la inclusión en la mesa de los niños, la reconciliación con los semejantes, del deseo de una vida nueva y de la satisfacción de la fiesta, la música y el consumo como anticipación del cielo... Es decir, de la constante búsqueda de la felicidad universal de los seres humanos. No se me ocurre mejor motivo para seguir celebrando la Navidad que mantener vivo ese deseo». Así pues, Feliz Navidad. Por muchos años.