"Vidas pasadas": así es la película indie más romántica del año en la que Celine Song reformula el patrón hollywoodiense de los finales felices
La cineasta de origen coreano debuta en el largo con una delicada y contenida historia de amor sobre la identidad y el destino que se postula para los Oscar
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Debe existir un cajón de dimensiones excesivas y feroces alejado de los parámetros del sueño, el deseo, el espacio y el tiempo, en el que se guardan todas las vidas que no vivimos. Un espacio orillado, como de almacenamiento evocador y forma imprecisa donde permanecen doblados y ordenados cronológicamente –como los calcetines o las lágrimas– todos los "y si" que en ocasiones (casi siempre en las menos oportunas) martillean la estabilidad de nuestro presente. Por eso nos revolvemos de dolor en el sofá cuando en "Breve encuentro", esa conmovedora disección de las pasiones extraordinarias que nacen en el borde de los días ordinarios dirigida por David Lean, Fred, el marido de Laura Jesson –una ama de casa que vive con su marido y con sus hijos en la Inglaterra de los años 40 que experimenta una fugaz pero intensísima historia de amor extramatrimonial con el doctor Alec Harvey bajo el único manto escénico de una estación de tren– la observa absorto y se acerca después de que ella haya renunciado a su aventura con Alec en pro de una estabilidad familiar para susurrarla que no sabe en qué soñaba, pero que vio que no era un sueño feliz. "Has estado muy lejos. Gracias por volver a mí", pronuncia sublime y comprensivo mientras se abrazan y ella llora en sus brazos y de paso, en los de todos nosotros.
Por eso sufrimos cuando Sebastian (Ryan Gosling), un pianista convencido de que el jazz todavía es el lenguaje de la modernidad y Mia (Emma Stone), una aspirante a actriz con la cabeza llena de anhelos, cruzan miradas al final de la celebrada -en exceso- "La La Land" con sus vidas adultas ya construidas al margen del otro y comienza una sucesión ininterrumpida de imágenes que desvelan cómo habría sido su vida si hubieran apostado por su relación: los hijos que no tuvieron, los besos que no se dieron, las cosas que no se dijeron, los momentos en los que no se acompañaron, las personas que nunca serán. Y también sufrimos con el reencuentro entre Alvie y Annie en "Annie Hall" después de tantos años y esa separación en la que el tiempo y el espacio intervienen de manera inevitable. Porque nos gusta la hipocresía de los finales felices, nos gusta el desgarro mediterráneo, la pasión clásica, el quebrantamiento de los apegos, la excitación del bocajarro.
Queremos que acaben juntos, que se atrevan a estarlo, que el amor sea suficiente, que Meryl Streep deje a su marido, abra la puerta de la furgoneta y se meta empapada en el coche con Clint Eastwood y lo queremos en clave de compensación fabulada, a modo de homenaje mágico, de conjuro pactado con la ficción por todas las veces que eso salió mal en nuestro registro de fracasos, por todas esas veces en las que los finales particulares de cada uno necesitaron algo más que un beso, un alumbramiento tardío o una reveladora confesión de última hora, porque si no es el cine el lugar donde salvarnos de lo frecuente y también aquí exigimos la contención que impregna la cara más prosaica de la vida, entonces qué tristeza. Y qué pesado. Y qué sopor.
Cómo no va a ser objeto de obsesión la domesticación del tiempo si en cuanto nos ponemos a pensar vagamente en el recorrido gradual de nuestro presente no tardamos ni dos minutos en empezar a fantasear con la idea de cómo podríamos haberlo modificado. Qué pasaría si Laura se hubiera subido a ese tren, si nos hubiéramos quedado un poco más en aquella casa, si hubiéramos enviado ese mensaje a tiempo, si hubiéramos dicho no, si hubiéramos tenido el valor de decir sí, si hubiéramos aceptado la invitación, si hubiéramos entrado en otro bar esa noche, si nos hubiéramos equivocado de calle, si el miedo nos hubiera paralizado a la hora de tomar esa decisión, que pasaría si nos hubiéramos atrevido, si hubiéramos preguntado, si hubiéramos salido corriendo, si nos hubiéramos equivocado de llave, si hubiéramos sido incapaces de encontrar la puerta.
Celine Song parece tenerlo claro: no pasaría nada. O al menos nada suficientemente grave. Porque como dice una portentosa Susi Sánchez en "Cinco lobitos", todas las vidas que imaginas –incluidas las fallidas, las que no fueron pero podrían haber sido– son siempre perfectas, ideales, pero en algún momento tienes que vivir la que te ha tocado. Y la que le ha tocado a Nora, la protagonista del sensible, delicado y bellísimo bautismo cinematográfico de la cineasta coreana, "Vidas pasadas", es ni más ni menos que la elegida por ella misma: ni mejor, ni peor, simplemente la adecuada, la correcta, la perfecta en base a sus necesidades presentes. Por eso existen directores como Woody Allen, que siempre están intentando que las cosas salgan bien en sus películas porque conseguirlo en la vida es realmente difícil y también voces como las de Song, que prefieren despojar a sus historias del velo de felicidad sin alquitranar que tantas veces ha invadido la narrativa romantizada de los finales felices, del relato en el que los protagonistas acaban juntos y el amor se materializa desde lo posible y no desde lo imaginado.
"Esta película tiene que ver con cómo el tiempo y el espacio desempeñan un papel esencial, tiene que ver con el hecho de que todos hemos tenido doce años en un momento dado y después hemos crecido siendo nuestras versiones de cuando teníamos esa edad, aunque al mismo tiempo no lo seamos. Hablamos de la contradicción del concepto del tiempo. Me interesaba la idea de que a veces doce años pueden pasar volando y sin embargo dos minutos pueden parecernos una auténtica eternidad. Tiene que ver con la forma en la que hay un amor que persiste en el tiempo y en el espacio", explicaba la también dramaturga durante el encuentro que mantuvimos en el marco de la última edición de San Sebastián, lugar donde se proyectó respaldada por la unanimidad en términos de elogios tras estrenarse en Sundance y pasar por Berlín.
"Me interesaba la idea de que a veces doce años pueden pasar volando y sin embargo dos minutos pueden parecernos una auténtica eternidad"Celine Song
Atravesada por el arbitrario juego del destino, la identidad y los afectos, "Vidas pasadas" –cuya sensibilidad, apuesta por la reformulación indie de las historias de amor cinematográficas clásicas y respaldo en la producción y en la distribución de la mano de la exitosa A24, que estuvo detrás de la oscarizada "Todo a la vez en todas partes", apuntan a una posible nominación a la estatuilla dorada– acompaña a la pareja protagonista (sutiles y fantásticos Greta Lee y Yoo Teo) por un viaje dividido en distintos actos dramáticos marcados por tres encuentros y tres despedidas a lo largo de 24 años, tiempo requerido para poder decirse adiós.
En ese dilatado periodo de tiempo, Nora Lee (cuyo nombre genuino es Na Young) y Hae Sung conectan siendo unos críos de 12 años que se dibujan árboles en el brazo durante las clases en su Corea natal de manera cósmica, natural, tierna, perseguidos posteriormente por la mitología coreana del concepto "in-yeon", traducido como providencia o destino y que se sustenta en la idea de que cuando dos desconocidos se cruzan por la calle y su ropa se roza sin querer significa que hubo algo entre ellos en sus vidas pasadas: "dicen que si dos personas se casan, es porque han tenido 8000 capas de "in-yeon" superpuestas a lo largo de 8000 vidas", relatará Nora en un momento determinado para más tarde confesarle entre risas a Arthur, su futuro marido estadounidense, que en realidad es un pretexto que los coreanos utilizan para seducir a alguien. Ella emigra con 12 años junto a sus padres a Canadá y cambia de nombre, de vida, pero nunca de sueños: ganar el Nobel, el Pulitzer, escribir, ser dramaturga.
A los 24 consigue el último, el que tiene que ver con las palabra escrita y se establece en la ciudad de Nueva York mientras vuelve a contactar gracias a los tentáculos digitales de las redes sociales con Hae, del que nunca pudo despedirse tras su inesperada marcha. Retoman el contacto, se vuelven a ver a través de la pantalla de un ordenador en esa dialéctica de imán y levadura cortazariana para años más tarde, con una vida sentimental formalizada por parte de Nora al lado de un marido al que ama, aunque potencialmente se le pueda identificar con el chico al que dejas cuando tu examante vuelve a por ti, se encuentran, cara a cara, en Nueva York.
"Lo fácil sería que Arthur (el marido de Nora) fuese un capullo, que no nos gustara como espectadores, que no la quisiera"Celine Song
"Lo fácil sería que Arthur (el marido de Nora) fuese un capullo, que no nos gustara como espectadores, que no la quisiera. Sería un triángulo amoroso muy sencillo. Pero quería retratar un buen matrimonio, algo que no tantas veces vemos en la pantalla. Un matrimonio basado en la confianza de dos personas que se aman. Para mí era muy importante que los tres fueran amables los unos con los otros, que se comportaran como adultos", admite Song antes de añadir acerca del retrato maduro de la masculinidad que propone en la cinta: "Hay un lenguaje cultural que me interesa mucho y que tiene que ver con cómo interactuamos con las personas y con cómo se retrata la masculinidad. Lo que más me gusta es la masculinidad de Hae Sung y de Arthur. Ellos no se reprochan nada porque ambos entienden lo que ella necesita y están ahí para dárselo aunque no sea fácil: esa es la masculinidad que me gusta y la masculinidad que yo veo en los hombres que amo», reconoce. Arthur, como Fred, entiende, comprende, respeta, asume. Aunque duela, porque siempre duele.
Una de las cosas particularmente interesantes de "Vidas pasadas" radica, lejos de lo que se ha defendido desde algunos sectores de la crítica como una suerte de reivindicación de las relaciones no tóxicas, es que el viaje emprendido por Nora, vital y emocional, está muy relacionado con la forma en la que es amada y percibida y tal como subraya la directora: "cada uno de esos dos hombres tiene el conocimiento de una parte de quien es Nora de la que el otro carece. Tienen llaves distintas para acceder a ella porque cada uno la conoce de forma diferente". Por eso Arthur no sabe descifrar los sueños de Nora, porque Nora sueña en un idioma, el coreano, que su marido no entiende. "Existe todo un lugar dentro de ti al que no puedo ir", le confiesa. Ni Hae sabe muy bien qué premio quiere ganar ahora la mujer adulta con la que conversa subido en un ferry y a la que acompañaba siempre a casa después del colegio hasta que un día dejó de hacerlo porque Na Young ya no estaba.
Admite Celine Song que parte de sus vivencias personales han servido de inspiración para la configuración de este triángulo amoroso. "Hay recuerdos y experiencias vitales que en cierta forma me han ayudado a hacer una búsqueda para configurar esta historia. También he recreado con los actores momentos particulares de mi vida y he querido hacerles ver en todo momento que esto era algo que iba a compartir con el público. En ese sentido trasladar lo personal, la memoria, los recuerdos propios a lo colectivo, me ha ayudado. Cuando un actor me preguntaba ¿qué hay que hacer?, me llevaba de forma automática a pensar "bueno pues cuando tenía 20 años me sentía así". Digamos que de alguna manera evocar lo vivido en mi relación, en mi experiencia, me daba pistas a mí misma, me ofrecía soluciones a la hora de construir la película".
“Creo que la importancia que tiene nuestro pasado emocional tanto en la infancia como en la juventud en nuestro presente y futuro, cada uno lo vive de forma diferente. Dependiendo de la fase de tu vida en la que te encuentres. Si le preguntas eso a alguien de 16, seguro que la respuesta será distinta a la de alguien que tiene 60. También pienso que estas dos personas también van a reaccionar de manera muy diferente a la película. Hay personas solteras que me han dicho “esta película me ha despertado el deseo de volver a mi país para ver si esa conexión con alguien del pasado persiste y si merece la pena explorar esa posible relación”, también otras que me han dicho “gracias porque he podido superar una ruptura después de ver “Past Lives” o también otros que tenían ganas de volver a casa y abrazar a su pareja porque es la persona junto a la que quieren envejecer. Todo esto está muy relacionado con la etapa en la que te encuentras tanto en la vida como en el amor pero creo que sin duda hay sensaciones que no cambian con el paso del tiempo". Aunque a veces el cine nos demuestre, como en este caso, por mucho que nos rebelemos contra el deseo de dramatismo romántico, que la supervivencia de esas sensaciones no es suficiente. Y también está bien así.
La entrevista con Celine Song tuvo lugar en el marco del Festival de San Sebastián y las respuestas obtenidas durante el encuentro son el resultado de una mesa redonda con más compañeros de Prensa