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Racismo en el fútbol español: “He sentido más rabia que miedo”

El racismo disfruta de impunidad en el fútbol. Insultos de rivales, árbitros que no los oyen, ultras en las gradas, gritos de «mono». Tres futbolistas cuentan su experiencia

Jugadores del Dortmund y del Hertha, rodilla en tierra antes de comenzar su partido
Jugadores del Dortmund y del Hertha, rodilla en tierra antes de comenzar su partidoLars BaronAP

El racismo nunca se ha ido, se esconde y vuelve a aparecer de manera cíclica. Genera una gran ola de solidaridad, como ha sucedido después del asesinato de George Floyd en Estados Unidos, pero suele marcharse igual que vino. «Es más fácil solidarizarte con los que están lejos que con los que tienes delante de tu casa. Es más fácil donar dinero a una ONG en África que ir a ayudar a unos niños que están en tu ciudad. Porque donar dinero a un asunto que te queda lejos no requiere ninguna implicación, pero un asunto local sí requiere implicación y requiere una implicación constante», explica el exfutbolista Jacinto Elá.

«Aquí vimos esto multiplicado por quince cuando dispararon y asesinaron a quince africanos en el Estrecho. No fue tan global la repudia de la sociedad. Es más, se ponía en duda si estaban en tierra de nadie, si estaban en el mar, como si fuera un partido de fútbol, si había entrado toda la pelota o no había entrado», añade.

El fútbol no es ajeno a este problema. Jacinto, como otros muchos, lo ha sufrido en el campo. Desde las gradas y desde los rivales. Porteros a los que escuchaba decir «marca al negro», rivales que decían al árbitro «el negro se ha tirado». El color de piel borraba su nombre y sus huellas en el campo. Y esas palabras tampoco eran capaces de romper el silencio que el árbitro escuchaba en su cabeza. «¿Estás escuchando?», preguntaba Jacinto. «Sigan, sigan. Jueguen», era la respuesta. «¿Cómo que jueguen? Nunca me acostumbré a eso porque no me parecía normal», cuenta Jacinto.

«Llevo fuera de un campo de fútbol ya doce años y mi testimonio queda en lo que yo viví en esa época», dice con la esperanza de que la cuestión haya mejorado desde que él abandonó el fútbol.

Pero no han cambiado tanto las cosas. «Tuve un episodio bastante mediático con un rival en 2017, cuando estaba en el Real Unión de Irún», cuenta Thaylor Lubanzadio, un futbolista vasco de padre angoleño. «En una disputa aérea él cayó mal, me echó la culpa y empezó a insultarme. “Puto negro de mierda, ¿qué te has creído?” y el árbitro estaba al lado, pero decía “sigan jugando”. Y yo pensaba “no puede ser”. Estaba al lado, lo estaba escuchando», cuenta Thaylor, que en enero fichó por el Portugalete de Tercera División. «Salí de ese partido destrozado. Y mis compañeros, también. Me veían en la ducha, una hora después del partido y yo seguía llorando de la rabia, de la impotencia. Y se lo achaco todo al árbitro», afirma.

Edipo lo sufrió en enero de este año, en un partido de su equipo, el Almazán, de Tercera División, contra el Virgen del Camino. Un rival no dejó de insultarlo durante los noventa minutos. «Se pasó el partido diciendo “negro”, “puto negro”, “qué asco me dais”», cuenta el futbolista de origen dominicano criado en la cantera del Numancia. «Ese jugador es conocido en toda la categoría», añade. Edipo acabó el encuentro con el labio partido por el codazo de otro rival.

Los futbolistas negros coinciden en que el racismo siempre llega de fuera a dentro, desde un rival o desde las gradas, pero nunca del vestuario propio. «Es difícil tener compañeros que muestren actitudes racistas contigo. Pueden tener prejuicios, pero una vez que están contigo en el vestuario semana tras semana pueden tener problemas contigo, pero no por tu origen o por tu color de piel», asegura Jacinto Elá. «Lo que he sentido es la falta de apoyo muchas veces y sobre todo porque mis compañeros no tenían la pedagogía para actuar. Creo que es que no sabían cómo actuar, porque luego me demostraron su apoyo. Muchas veces me decían a mí “Tranquilo, Jacinto, pasa de él, que es un idiota. Pero yo no tengo que pasar», añade. «Mis compañeros no saben lo que se siente, la raza blanca no ha sabido nunca lo que significa la opresión, entonces es difícil de entender, yo creo», reconoce Thaylor.

Por eso a veces no es tan sencillo gestionar las relaciones en el vestuario. Hay expresiones, formas de hablar que se han instalado en el lenguaje y que pueden resultar ofensivas. «Mi novia es blanca, yo tengo parte de familia blanca», dice Thaylor Lubanzadio. «Y hay frases cotidianas o comentarios que la gente tiene instaurada como normales. Parece que se ofenden porque le dices que está haciendo algo que es racista. Por ejemplo cuando dicen ese chico de color. ¿De qué color? O cuando dicen “lo veo todo negro”. Es que eso no puedo escucharlo. En la sociedad española hay frases muy feas para la raza negra», añade.

Frases como la que dijo Eto’o cuando se presentó con el Barcelona y que pasado el tiempo se ven de forma diferente. «Voy a correr como un negro para vivir como un blanco», dijo el camerunés. «Esa frase quedó normalizada y ahora lo piensas y dices, joder, cómo dices eso. Etoo siempre ha sido mi ídolo y yo decía yo también quiero correr como un negro para vivir como un blanco y ahora esa frase no me gusta nada», reconoce Lubanzadio.

El racismo se manifiesta de muchas maneras. También en el análisis técnico o periodístico. «Nadie quiere un negro lento. ¿Cuántos jugadores blancos lentos hay en Primera División? Pero lentos que hay que moverlos con grúa. Un negro no se puede permitir eso. Imagínate un negro como Busquets. Hablan de potencia física, pero no hablan de velocidad. A mí me han dicho en un equipo “eres el negro menos cachas que he visto nunca”», cuenta Jacinto Elá. Aunque a veces hay un reverso positivo. El mismo Jacinto fue elegido mejor jugador de la Copa Nike, en categoría sub’19, cuando según él no era ni el mejor jugador de su equipo, el Espanyol. «Creo que mi imagen vendía más a nivel internacional», dice.

El combate, a veces, es también contra los que deberían ser los suyos. Son muchos los jugadores negros que conviven con grupos ultras, racistas y xenófobos, entre sus aficionados. Jacinto Elá se formó en la cantera del Espanyol y tenía que jugar derbis contra el Barcelona B. «Han insultado a Babangida y cuando lo han sustituido yo lo he acompañado, casi abrazados. Que sepan que yo voy con él. El jugador negro que vive esa situación sigue pensando más o menos como yo, “ahora celebráis mi gol, pero antes me insultabais”», explica. «En mi caso era inexistente la relación con los ultras de mi equipo. No quería saber nada de ellos, mis goles no eran para ellos, me sabía mal que los celebraran, podían ser seguidores de mi mismo equipo, pero conmigo no tenían nada en común. Nada nos unía. Si yo estoy jugando un partido y mis aficionados están insultando al negro del otro equipo yo voy con el negro del otro equipo», asegura.

El racismo ha encontrado, de repente, un altavoz político que antes no tenía. «Hay un partido político, como Vox, que incita al odio y a la xenofobia. No nos podemos creer ese mensaje de odio, el miedo al diferente. Por una parte toda la sociedad ha evolucionado muchísimo y por otra parte está el discurso de ese partido que hay gente a la que le cala, le llega y se lo cree. No lo entiendo», dice Edipo. «Espero que sea sólo una moda», añade. «Hay gente que ha encontrado sus ideas reflejadas en un partido porque las de otros se le quedaban cortas, pero siempre han estado ahí. Yo he crecido con esta gente que ahora vota a Vox. Alguno me ha perseguido cuando eran skin heads. Sabíamos que no se habían muerto, que eran adultos y que iban a tener su momento», asegura Elá.

«Las nuevas generaciones que han crecido en el colegio con niños de otras nacionalidades no tienen esos prejuicios», dice Jacinto, que ahora trabaja en un colegio. La sensación en la calle no es la de la impunidad que disfruta el racismo en el fútbol.

«Parece que cuando la gente entra al estadio tiene derecho a hacer lo que quiera con nosotros», explica Lubanzadio. «En baloncesto no vemos que un chico escuche gritos racistas desde la grada», añade. Pero reconoce que nunca ha pasado miedo. Tuve otro episodio de pequeño, que fue desde la grada, me llamaron “puto mono” y no sentí miedo. Fue más rabia».