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Pepe Carvalho, que estás en los cielos

Las candidaturas a las elecciones del Barça son más herederas de Macià y Companys que del legado de Ramallets o Cruyff

El candidato Joan Laporta, en una visita a la peña barcelonista malagueña de Casabermeja
El candidato Joan Laporta, en una visita a la peña barcelonista malagueña de CasabermejaCarlos DíazEFE

Jordi Farré, Joan Laporta, Agustí Benedito, Antoni Freixa, Víctor Font, Pere Riera, Lluís Fernández Alà, Xavi Vilajoana y Emili Rousaud. La alineación de los precandidatos a la presidencia del Barça presenta un rasgo de preocupante monolitismo: en una sociedad bilingüe y para gobernar una entidad con vocación universal, todos los aspirantes han adoptado la versión vernácula de sus nombres de pila, como si llamarse Juan, Agustín, Pedro, Javier o Luis supusiese una tara inhabilitante. A lo peor, por esa obsesión aldeana frente a la pujanza del idioma de Cervantes empieza a explicarse el empequeñecimiento del club en el último decenio.

Aplastado por el influjo del clan Messi, diríase que el Barça padece una deriva argentina en su proceso electoral, igual que cuando allí se elige para habitar la Casa Rosada entre una miríada de candidatos amparados cada uno por su familia y todos adscritos al peronismo. Nadie que concurra a estos comicios con esperanza de triunfo puede (ni quiere) sustraerse al cumplimiento de los preceptos del nacionalismo duro: el anhelo de autodeterminación e independencia es común a todas las candidaturas, todas deudoras de la herencia de Macià y Companys en mayor medida que del legado de Ramallets o Cruyff.

Ha adquirido pleno sentido la profecía de Vázquez Montalbán –un culé cabal que fue Manuel y no Manel–, quien definió al Barcelona como «el ejército desarmado de Cataluña» en ese contexto relajado en el que los literatos pronuncian sus frases lapidarias sin imaginarse que, andando la Historia, llegará el momento en el que un zote, o un batallón de ellos, eleve a rango de dogma lo que era una boutade. Pues aquí estamos, sin embargo, en la época en la que a Pepe Carvalho lo habrían mirado mal por cagarse en los muertos del árbitro, en perfecto español de Lugo, desde su localidad del Camp Nou.