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Los Manolos y el Dream Team

Santana y Orantes no impidieron que Australia cerrase su reinado en la Copa Davis con la conquista de su décimo quinta Ensaladera de Plata en 18 años

Manolo Santana, en la final de la Davis de 1967 ante Australia
Manolo Santana, en la final de la Davis de 1967 ante AustraliaEFEEFE

Harry Hopman, el venerado técnico, era el capitán de un equipo que contó con los mejores tenistas de la época: Roy Emerson, John Newcombe, Tony Roche, Ken Rosewall, Fred Stolle, Neale Fraser o Rod Laver, entre otros nombres legendarios que convirtieron a Australia en una selección casi imbatible en la Copa Davis entre 1950 y 1967, periodo en el que había copado todos los títulos menos los tres que le arrebató Estados Unidos en 1954, 58 y 63. El formato, es cierto, favorecía estas dinastía porque el campeón se clasificaba automáticamente para la siguiente final, que jugaba en su país frente a un retador salido de las eliminatorias intercontinentales. La tarea para España, por tanto, se antojaba compleja.

En 1965, Santana ya había liderado al equipo español en la misión imposible de destronar a Australia en la final de Sidney. «Supermanolo», que formaba equipo con Joan Gisbert y Lis Arilla, ganó el único punto para España y vendió su piel carísima, en cinco apretados sets, en su otro individual y el doble. Dos años después, el capitán Jaime Batrolí contaba con una nueva baza, el granadino Orantes, campeón júnior de Wimbledon y ganador de la Orange Bowl en 1966, un Manolo adolescente al que ya había alineado en la final de aspirantes, frente a Sudáfrica en Johannesburgo. El obstáculo, sin embargo, era demasiado alto en la hierba de Milton Courts, el estadio de Brisbane que acogió el duelo por la Ensaladera.

Una tempestad de los mares del Sur asoló a la nave española desde el primer día, cuando Santana sólo pudo tomarle seis juegos a Emerson (6-4, 6-1 y 6-1) antes de que Orantes apenas si mejorarse contra Newcombe (6-3, 6-3, y 6-2). El sábado, Batrolí decidió alinear a sus dos individualistas para intentar jugar la baza de la motivación, pero Newcombe, primer especialista mundial en el juego por parejas, y el veterano Roche no les dieron opción: un triple 6-4 que sellaba una derrota en nueve sets corridos y sólo dejaba a Santana la opción de salvar la honrilla con su victoria dominical.

Aquella eliminatoria fue el canto del cisne de la generación australiana que sumaba su decimoquinta corona en dieciocho ediciones y sus integrantes decidieron, todos a la vez, abandonar el equipo. Un año después, en Adelaida, los Estados Unidos de Arthur Ashe, que habían apartado a España de la lucha de candidatos, se llevaron una victoria sencilla (1-4) frente a Bill Bowrey, John Alexander y Ray Ruffels, unos representantes locales que ni en diez vidas habrían acopiado la mitad del palmarés de sus ilustres antecesores. En el medio siglo largo transcurrido, los tenistas australianos han sumado seis títulos más de la Davis, el último en 2003. Pocas veces se habrá podido hablar con más propiedad de una «generación irrepetible».

Para España, la espera de la mítica Ensaladera de plata duró 33 años más. En 2000, hace ahora veinte años, Australia se presentó en la tierra batida del Palau Sant Jordi barcelonés con un doble campeón del Grand Slam, Patrick Rafter, y Lleyton Hewitt, futuro número uno mundial. Después de decenios en el que el equipo de Copa Davis español se pudría en medio de una irrespirable lucha de egos, todos los clanes se unieron en torno a una capitanía colegiada y un cuarteto de jugadores preñado de talento, en el que un crack como Carlos Moyá cedía su plaza al desconocido Joan Balcells para que conformase, junto a Álex Corretja, un equipo de dobles capaz de competir con la temible pareja visitante. Juan Carlos Ferrero fue el héroe al ganar sus dos puntos, pero el trofeo lo levantó todo un país.