Waterpolo

El oro de Perth, un Mundial para abrir una gran serie

La selección española de waterpolo destrozó el techo de cristal del deporte nacional al coronarse en Perth en 1998

Los jugadores de la selección española de waterpolo celebran el oro en del Mundial de Perth, en el año 1998
Los jugadores de la selección española de waterpolo celebran el oro en del Mundial de Perth, en el año 1998La RazónLa Razón

Estaban aquellos entorchados de hockey sobre patines que más bien eran campeonatos ibéricos a los que, de vez en cuando, se sumaban Italia o Argentina, sí, pero al deporte español le faltaba un título mundial en un gran deporte colectivo de los que levantan pasiones en los cinco continentes: fútbol, baloncesto, voleibol, balonmano, hockey hierba y waterpolo, que figuran en el programa olímpico, a los que acaso podría sumarse el rugby. Pese al plan ADO que relanzó al deporte nacional con vistas a 1992, España terminaba el siglo XX como una potencia de segundo rango que apenas había disputado dos finales, ambas en hockey perdidas ante Pakistán (1971) y Holanda (1994).

El waterpolo era una de las disciplinas que más prometían en las vísperas de los Juegos de Barcelona. El equipo nacional, sustentado por una superestrella como Manel Estiarte, había sido subcampeón del mundo y de Europa en 1991. Por eso, la organización programó la finalísima el día de la clausura, con la piscina Picornell incendiada por un ambiente volcánico en el que ni los Reyes, Juan Carlos y Sofía, se sustraían a animar como hooligans desde el palco de autoridades. Fue una final legendaria… que España perdió por 9-8 con el «settebello» de Italia, otro equipo legendario (Gandolfi, Ferretti, Campagna…) que llevó al «pallanuoto» a la cima del olimpo.

Los fastos del 92 dieron lugar a la resaca, crisis económica incluida, de 1993 y el deporte nacional lo pagó con una olimpiada de vacas flacas culminada con unos Juegos de Atlanta bastante deprimentes, en el que los trece oros de Barcelona se redujeron a cinco. La vela, siempre al quite, aportó dos; un Miguel Indurain al borde de la retirada firmó en la contrarreloj su última gran hazaña y el conjunto de gimnasia rítmica, Las Niñas de Oro, halló recompensa al trabajo estajanovista impuesto por la entrenadora búlgara Emilia Boneva. Una cosecha decepcionante a la que confirió brillo el equipo de waterpolo, que se desquitó de su decepción barcelonesa al ganarle a Croacia en la final (7-5).

Dos años después, en Perth, el favoritismo de los campeones olímpicos no era una evidencia, ni siquiera por haber sido la capital del occidente australiano donde España disputó su primera final mundialista, en 1991 frente a Yugoslavia. En verano del 97, Sevilla acogió un Europeo de natación en el que los waterpolistas eran la gran esperanza española y el fiasco fue de impresión: tres victorias en seis partidos para una deshonrosa sexta plaza en medio de un ambiente enrarecido tanto en el vestuario como entre los jugadores y los dirigentes federativos. En los pasillos de la vieja piscina de San Pablo, aún retumban los gritos airados de aquel corral con demasiados gallos.

Los chicos de Joan Jané llegaron pues a Perth zarandeados por la crítica y entre sospechas de que el oro de Atlanta había sido el canto del cisne –varios partidos decisivos saldados en el cara o cruz de un gol de ventaja– de la generación de Estiarte. No existe mayor estímulo para unos guerreros: ocho triunfos en otros tantos encuentros, todos ellos por al menos dos goles de renta y una sensación de superioridad que rindió a las grandes potencias del momento: Serbia en la semifinal (5-3) y Hungría (6-4) en el partido que coronaba a España campeona del mundo de un gran deporte colectivo por primera vez en la historia.

«El comer y el rascar, todo es empezar», se dice, y lo mismo podría afirmarse del ganar. A la vuelta del milenio, este país de gentecilla menuda y cabreada comenzó a coleccionar triunfos en las disciplinas más practicadas: el waterpolo, con Estiarte retirado, repitió título en 2001 en Fukuoka (Japón) y donde la selección de baloncesto ganó un Mundial en 2006, logro que repitió en 2019 sin salir de Asia, en China. El continente africano dio suerte a los futbolistas en Sudáfrica 2010 y en Túnez 2005, al balonmano, que logró un segundo entorchado universal como local en 2013. Pero los primeros fueron ellos.