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Baloncesto para sacar de las calles a las niñas palestinas en Líbano

La periodista Txell Feixas cuenta en «Aliadas» la historia del primer equipo femenino de basket en territorio libanés

Txell Feixas, autora de «Aliadas»
Txell Feixas, autora de «Aliadas»Capitán Swing

«Fue una de las primeras crónicas que hice como corresponsal en Oriente Medio. Me llegó, no recuerdo cómo, que había un equipo de baloncesto de niñas, que era el primero femenino no de Shatila ni de Beirut, sino del Líbano, y me explotó la cabeza. Cómo esto ha pasado en un sitio que a mí me resuena sólo por el genocidio de Sabra y Shatila en el 82. En un sitio aparentemente tan hostil y patriarcal, ¿cómo ha nacido esto aquí, esta revolución feminista?», se preguntaba la periodista Txell Feixas, que cuenta la historia de este equipo en el libro «Aliadas», publicado por Capitán Swing.

Feixas cuenta la historia de Majdi, uno de los palestinos refugiados en Shatila, que un día encontró en el baloncesto la vía para sacar a las niñas de las calles. Pensaba en Razan, su hija, pero con su idea ha salvado ya a varias generaciones de niñas.

Al principio tenía que ir casa por casa, puerta a puerta, preguntando a los padres si dejaban que sus hijas jugaran al baloncesto. «El primer día que vi a ese grupo de niñas no aprendían a jugar a baloncesto, aprendían a ser niñas. Veía chiquillas que no sabían hacer de niñas, se descubrían por primera vez en colectivo, incentivadas por un silbato y una pelota, enloquecían, gritaban, lloraban, reían, se tiraban haciendo la croqueta por el suelo, se tiraban de los pelos. Y a partir de ahí, también soñaban con las mujeres en las que querían convertirse. Y ahora las que empiezan, tienen unas referentes que las originales no tenían», cuenta Txell.

El feminismo, aunque fuera inconsciente, tuvo que entrar en la pequeña Palestina que es este asentamiento de refugiados de un kilómetro cuadrado pensado para 300 personas y que ahora acoge a 30.000 impulsado por un hombre, Majdi. «Quien enciende la mecha del proyecto, y creo que es porque solo él puede hacerlo, porque es un hombre, es Majdi. Él no tiene ningún manual de feminismo, pero tiene sentido común, y no quiere para su hija ni para las amigas de Razan, lo que ve en otras chicas de esas edades, que las casen con nueve, diez, once años, que se embaracen, que mueran durante el proceso en el parto, que entren en las drogas para estar desconectadas de la rutina diaria, o que acaben como esclavas domésticas dejando la escuela», asegura Feixas.

«Quien enciende la mecha del proyecto y solo él puede hacerlo porque es un hombre, es Majdi»

Ella pensaba cómo sería un proyecto parecido liderado por una mujer y lo encontró unas manzanas más allá en un equipo de críquet con Kadria como guía. «Ahí las niñas se curaban y expresar su dolor se convertía en bálsamo, era terapéutico, ellas se empoderaban narrando las violencias que habían sufrido, no tenías que pedírselo. Tenían ganas de sacarlo todo también para gestionarlo», cuenta. Y allí encontró historias como la de una niña que recibía una paliza de su padre antes de irse a entrenar. «Yo prefiero que me metan una paliza antes de quedarme encerrada en mis cuatro paredes y si me matan, yo habré hecho mi servicio para las nuevas generaciones», le contaba a Txell.

Portada de «Aliadas»
Portada de «Aliadas»Capitán Swing

Ahora esas niñas pioneras de Majdi han crecido. «Es muy bonito ver cómo Rola, que era la capitana, se casó hace unas semanas, pero con 20 y pico, enamorada y escogiendo a su marido. O Amena, pues gracias al equipo descubrió la fisioterapia, estudió y ahora practica y entrena a las pequeñas. Marwa, el otro día colgaba en Instagram un storie con un birrete y le dije a Marwa, ¿te has vuelto a graduar? Y me dijo, ‘‘no, es de hace tiempo, pero es un momento tan importante en mi vida que quiero volver a colgarlo’’. Y ahora todas estas pequeñitas de 7, 8, 10 años, quieren ser Rola, quieren ser Amena, quieren ser Marwa. Ellas no tuvieron estos referentes en los que se han convertido», dice la autora.

«No quiere para su hija que la casen con 9 o 10 años, que caiga en la droga o que sea esclava doméstica»

«Ahora son las pequeñas las que se le plantan a Majdi en la quinta planta diciendo “queremos jugar”. En las que empezaron ves que sus caminos han ido de forma muy distinta a las chicas de su edad que no formaban parte de este proyecto. Majdi vinculaba el entreno a la educación y eso también es una forma muy inteligente de forzar a que estas niñas cogieran los libros, porque si hay pocas salidas en el campo, si no estás formada, se cierran casi todas. La generación que empezó ha abierto muchas puertas», relata Feixas. Y los cambios se notan también en las familias. «Los padres ahora van con ellas a la cancha, a animarlas, a acompañarlas», añade. Y aquel proyecto de cancha de baloncesto que nació en una quinta planta se extiende. «Unas calles más arriba había el equipo de críquet, pero otras calles más arriba Rima y otras viudas tejen compresas de tela». Y el proyecto crece con Ali, «un hombre que va por los campos de refugiados como padre convenciendo a otros padres que por favor frenen, cancelen o suspendan los matrimonios. Y te dice, ‘‘yo quería casar a mi niña porque le quería poner un guardián para que no me la violaran cada día por las calles del campo y al final me di cuenta de que yo estaba permitiendo que legalmente la violara el marido que yo había escogido para ella’’. Por eso es el título, «Aliadas», es un tejido de alianzas, era muy emocionante ver cómo esa red de resistencia existía, pero era clandestina, de alguna manera, tenías que querer verla y querer contarla», explica.