Automovilismo

Carlitos el gafe

Carlitos el gafe
Carlitos el gafelarazon

El manual básico del envidioso se puede resumir en tres frases: el triunfador, cuando cae, es un fracasado. El que está abajo no vale para nada. Y el que alguna vez tiene mala suerte es un gafe. Aquí encajaría Carlos Sainz, el tipo que acaba de ganar el Dakar, por segunda vez, con 55 años. A Carlos, sí, algunos lo recuerdan más por ser el que atropelló a una oveja en una carrera que por su condición de doble campeón del mundo de Rallys y del Dakar. Es así y poco se puede hacer, parece que rajar del personaje célebre da puntos. Pero no confundamos esta reflexión con la legítima crítica deportiva, que ya veo venir a algunos. Una cosa es pisotear porque sí y otra ser un pelota profesional y romperse las manos con cualquier cosa que haga determinado deportista. Como casi siempre, en el medio está la virtud. Cuando se hace bien, se cuenta; cuando se hace mal, también. En este caso, toca aplaudir (y mucho) a Carlos Sainz.

El padre

Carlos es un deportista español de éxito desde los tiempos de Arancha Sánchez Vicario, Emilio Butragueño o Fermín Cacho, por poner en contexto que este señor siga ganando trofeos a estas alturas. Y la experiencia ha sido clave en este triunfo. Sainz ha pisado el acelerador lo justo y necesario, sin volverse loco como en otras ocasiones, dejando que los demás fallen en un Dakar durísimo. Le ha salido perfecto.

El hijo

Y en la distancia, pero cerca, su hijo. Cuenta en una carta abierta que la constancia, minuciosidad y talento de su padre son la base de su éxito. Y afirma que es su referente como persona y como deportista. También lanza un mensajito: «Pocos esperaban volverte a ver celebrando una victoria». Seguro que padre e hijo habrán recordado con una sonrisa a esos que le llaman gafe. A él, que forma parte de los grandes de nuestro deporte. ¡País!