Selección Española

No hay otra idea

Cuando mañana nos alineemos contra los rusos, bueno será recordar que hace diez años jugamos precisamente uno de los mejores partidos de una Eurocopa que vieron los siglos

Uno de los mejores partidos en la historia de la Selección fue contra Rusia. En la semifinal de la Eurocopa de 2008 / Efe
Uno de los mejores partidos en la historia de la Selección fue contra Rusia. En la semifinal de la Eurocopa de 2008 / Efelarazon

Cuando mañana nos alineemos contra los rusos, bueno será recordar que hace diez años jugamos precisamente uno de los mejores partidos de una Eurocopa que vieron los siglos.

La tarde del gol de Fernando Torres estábamos en Queens. En casa de un amigo un poco marciano que, bueno, no entendía las razones del éxtasis. Cuesta explicárselo a quien no sufrió contigo, en casa de tus abuelos, aquellos cuartos de final contra Bélgica y aquel balón de Míchel que tras golpear el larguero entró y el árbitro no quiso verlo. Imposible que compartiera tus locos gritos si antes no había visto la debacle de Arconada en París, la pelota como una culebra bajo la panza, o la decepción del Mundial 82, cuando alineaba a mis amigos en la parcela vestido con mi zamarra de Quini y soñábamos que ni siquiera Alemania era obstáculo.

Hoy Alemania no está, y mucho menos tenemos a Villa, Xavi, Casillas, Puyol, Senna... ni al propio Torres. Pero sigue una idea. O seguía hasta el ataque de cuernos de la Federación y la debacle de Lopetegui. Siguen, ahí no hay duda, un puñado de supervivientes de la era supersónica. Empezando por Iniesta y siguiendo por Ramos, Busquets, Silva o Piqué. Más las incorporaciones de quienes luego contribuyeron a la gloria. Como Jordi Alba. Más jóvenes consagradísimos, tipo Thiago, Carvajal o Isco.

Cuando mañana nos alineemos contra los rusos bueno será recordar que hace diez años jugamos precisamente uno de los mejores partidos de una Eurocopa que vieron los siglos. El atronador 4 a 1 fue mucho más tremendo si viste las evoluciones del equipo que había ideado Aragonés. Un ballet equipado para patinar sobre fuego. Al igual que Mohamed Ali en Zaire flotaba como una mariposa y picaba como avispa. Los rusos no sabían ni por dónde llegaban los golpes. Mi apelación al partido fantástico, o a la final contra los alemanes, no tiene nada de invocación nostálgica. Se trata más bien de asumir que en cuestiones de triunfos jamás hubo más atajo que el de la perseverancia y la idea. Quizá otros triunfaron en chanclas, como los griegos que ponían el autobús o los daneses a los que llamaron mientras sorbían daiquiris en la piscina. Ciertamente hay equipos que hicieron de la pierna de acero un emblema de éxito. Pienso en Uruguay. A nosotros las décadas de furia sólo nos sirvieron para acrisolar un imbatible currículum de eternos cutres. Un traje de perdedor. Una espantosa grisura de equipos incapaces de ganar y jugar. Acaso porque el segundo verbo, en una cultura futbolística tan rica como la nuestra, de equipos campeones como el Madrid, el Barcelona o el Atleti, rara vez podrá conjugarse a partir de la pura medianía. Quienes insisten en que incineremos al estilo que dio eurocopas y mundiales olvidan añadir que su propuesta, la del músculo, la canción del sudor y la furia, fructificó en... nada. Después de una clasificación rutilante en la que destrozamos a Italia, España no necesita transformarse en Irlanda del Norte o Escocia. Bastaría con recuperar el ADN e, imagino, alguna corrección por parte de Hierro. ¿Sería mucho pedir, acaso insensible o pirómano, que siente a un David de Gea transformado en estatua de sal e incapaz de avanzar un palmo más allá del área pequeña?