Cargando...
Deportes

Real Madrid

Zidane, segundas partes nunca fueron buenas

Dar la espantada una vez es comprensible. Dos, no. No entiendo cómo ha manchado de esta manera su ejemplar hoja de servicios en el Real Madrid

Zidane, en el último partido que dirigió al Real Madrid Bernat ArmangueAP

Me cae maravillosamente bien Zidane. Siempre fue impecable conmigo y cuando no le había visto en el partido tal o en la presentación cual, porque se formaba el lógico tumulto a su alrededor, venía para espetarme un tímido «¿cómo estás?». Creo que la última entrevista de verdad concedida en España por el francoargelino fue a un servidor hace algo más de diez años cuando ni estaba ni se le esperaba como entrenador. No era un simple ex porque lo había sido y lo había ganado todo, pero ya no estaba tan de moda como en 2006, cuando esa lógica explosión de rabia que fue el cabezazo a Materazzi privó a Francia de su segundo Mundial. La liturgia preentrevista es perfecto epítome de lo que es el personaje: hasta 45 minutos antes de su celebración no supe dónde era y, cuando me lo comunicaron, aluciné. Me citó en un despacho perdido de una oficina vacía de un amigo suyo en la capitalina calle de Orense. Apareció con Véronique, su mujer, y la verdad es que el cara a cara fue una delicia para alguien que, como un servidor, le admiraba desde los tiempos del Girondins. Lo conocía de tres años atrás porque le había entregado el Marca Leyenda. Ya por aquel entonces me chivaron que su timidez enfermiza, rayana con la glosofobia, provocaba que cada vez que tenía que protagonizar una rueda de prensa no se le comunicase hasta media hora antes. Si se incumplía el protocolo, no pegaba ojo en toda la noche. Y, aunque parezca mentira, ése ha sido uno de los motivos que le han llevado nuevamente a largarse antes de tiempo. No soporta tener que dar tres ruedas de prensa por semana. Lo pasa fatal.

Pero el gran problema de Zidane es el de todas las obras maestras: que segundas partes nunca fueron buenas. No tenía ninguna necesidad. Puede vivir de las rentas y es una máquina de generar dinero año tras año y van ya 15 desde que colgó las botas. Especialmente en esa Francia en la que es más famoso y querido que el presidente de la República. Tiene un contrato vitalicio con Adidas, también es la cara y los ojos de Canal Plus Francia, durante años representó a Carrefour y últimamente Visa, Mango, Danone y Ooredoo lo habían fichado como imagen.

Lo que no entiendo es por qué en mayo de 2018 llegó a la conclusión de que su etapa blanca estaba finiquitada, entre otros motivos porque no podía con un vestuario endiosado, y apenas 11 meses después volvió a la silla eléctrica del Bernabéu. Sabiendo, además, que uno de los dos grandes culpables del éxito de aquel combinado tetracampeón de Europa ya no estaba. Me refiero a un Cristiano que cometió el error de su vida yéndose a Turín. El otro fue, sobra apostillarlo, Sergio Ramos. Al final se ha ido por las injustísimas críticas recibidas este invierno tras los traspiés en Copa de Europa, puñaladas que olvidaban que estamos ante el mejor míster de nuestro tiempo.

El 5 de febrero adiviné que estábamos cerca del final cuando jubiló por unos momentos su eterna sonrisa para espetar a los periodistas: «¡Decidme a la cara que me queréis cambiar, no sólo por detrás!». Hay que ser muy osado, muy tonto o muy vurro –sí, en este caso con v– para hacer de menos a un tipo que ha ganado más Champions que nadie: tres en tres años que se dice pronto. El único que se le aproxima es Ancelloti que ostenta las mismas Orejonas, pero en 11. Las desaforadas críticas y el tener que estar casi a diario delante de un micro, han podido con él. Circunstancias que, unidas a la congelada renovación de un Ramos en el que confía ciegamente y a su negativa a hacer una limpia en profundidad, han sido fundamentales en su salida. Pero nuevamente se ha equivocado en las formas. Dar la espantada una vez es comprensible en cualquier ser humano. Dos, no. No entiendo cómo ha manchado de esta manera su ejemplar hoja de servicios. A pesar de todos los pesares, el madridismo se quedará con lo bueno: sus tres Copas de Europa y sus dos Ligas en poco más de cuatro años, algo que no logró ni el superlativo Miguel Muñoz. ¡Ah!, y con la inmejorable imagen que transmitía, algo complicadísimo en el equipo más envidiado de la historia. La conclusión del tardozidanismo es que nadie es perfecto. Ni siquiera él.

Cargando...