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Gómez Noya, Mario Mola y Fernando Alarza, lejos de las medallas

Fue una prueba durísima por la temperatura que ganó Kristian Blummenfelt: superó la meta y se puso a vomitar. Mola terminó décimo, Alarza duodécimo y Noya, vigésimo quinto

Mario Mola y Javier Gómez Noya, en la transición de la natación a la bicicleta en el triatlón de los Juegos Olímpicos de Tokio
Mario Mola y Javier Gómez Noya, en la transición de la natación a la bicicleta en el triatlón de los Juegos Olímpicos de TokioEnric FontcubertaEFE

Las condiciones eran tan salvajes que en la carrera a pie, cada paso por el avituallamiento eran botellas y botellas para beber y combatir el calor. Incluso entre los propios rivales se la pasaban, un poco de compadreo en medio de la feroz batalla. España tenía tres balas, todas muy serias: Javier Gómez Noya, Mario Mola y Fernando Alarza. Experto el primero a sus 38 años, cinco veces campeón del mundo y plata en Londres 2012; tres veces campeón del mundo el segundo y habitual en podios en pruebas de Copas del Mundo el tercero. Podían ser medalla, pero la prueba empezó del revés y nunca se enderezó. Siempre a remolque, desde que salieron del agua, los españoles pagaron el esfuerzo que tuvieron que hacer para conectar con la cabeza en el tramo de bici y nunca estuvieron en la pelea por el podio. Lo intentó Mario Mola, tratando de remontar en los 10 kilómetros a pie, apretando los dientes, pero no le dio. Terminó décimo. Por detrás llegó Fernando Alarza (12) y un poco más rezagado, Noya (25). Por delante: el noruego Kristian Blummenfelt fue oro con un apretón en la última vuelta, pese a correr algo deslavazado y con cara de agotamiento, como no podía ser de otra manera. Entre la emoción y el esfuerzo, pasó la meta agarró el cartel, se tiró al suelo, no se lo creía, y se puso de rodillas y vomitó. Una imagen espectacular. El británico Alex Yee se colgó la plata y el neozelandés Hayden bronce.

El sonido atronador de tambores y platillos retumbaba en la salida del Parque Marítimo de Odaiba de Tokio. Eran las 6:30 de la mañana en la capital de Japón, donde amanece a las cuatro. Todo eso también era un factor a tener en cuenta porque había que acostumbrarse al horario, de ahí que, por ejemplo, nada de ir a la ceremonia inaugural el 23 de julio, que a las 8 había que estar durmiendo para madrugar. Los triatletas se hidrataban porque las condiciones iban a ser durísimas, empezando por los 30 grados del agua, un jacuzzi que obligó a llevar petos especiales, muy finos. Pero esa temperatura se multiplicaba fuera, y luego está la humedad y la sensación de agobio. Ante todo eso ha ido poniendo cada deportistas las medidas que creía, y si Fernando Alarza se fue a Alicante o Mario Mola entrenó en altura en Font Romeu, Gómez Noya se ha pasado el último mes en la isla mexicana de Cozumel, donde las condiciones son similares.

Hubo problemas desde el principio. Una barca impidió a la mitad de los triatletas lanzarse al agua, de ahí que la salida fue nula. Los que si se pusieron ya en remojo, entre los que estaba Mario Mola, tuvieron que volver. Y a la segunda, sí, todo en orden, empezó la prueba con unos minutos de retraso. Las dificultades no habían hecho más que empezar. En el tramo de 1.500 metros a nado no se gana el triatlón, pero sí se puede perder. Los tres españoles salieron con mucho retraso de esa fase. Más de 40 segundos mientras se quitaban el gorro y las gafas en la transición para subirse a la bicicleta. La situación era peligrosa. En Río, hace cinco años, Mario Mola se quedó detrás, en los 40 kilómetros de bici no pudo contactar con la cabeza y así es imposible ganar en el tramo a pie por muy fuerte que se esté. Comenzó una auténtica persecución de tres grupos. El primero era muy peligroso con el francés Vincent Luis, doble campeón del mundo, o el británico Jonathan Brownlee, que fue plata en Río y bronce en Londres 2012, citas ambas que ganó su hermano Alistair, que finalmente se quedó fuera de Tokio. Noya, Mola y Alarza estaban en el tercer grupo y la persecución obligó a un esfuerzo extra, pero si el tren se iba, adiós. A falta de tres vueltas y media de las ocho que conformaba el tramo de bicicleta (para un total de 40 kilómetros), llegó la unión de todos para formar un pelotón de 40 hombres. Fue un alivio. La carrera volví a empezar. Hubo algún intento de escapada en solitario como la del suizo Salvisberg, pero era más un brindis al sol que otra cosa. En los 18 kilómetros que quedaban sobre dos ruedas lo importante era no caerse, como sucedió. Se trataba de un circuito sin mucho desnivel, pero con la dificultad de las curvas que hay que tomar con cuidado. Presidiéndolo, un enorme robot tipo “transformer”, como para recordar que se estaba en Japón. Todo se decidiría en la carrera a pie con mucha gente junta. Serían las fuerzas, la resistencia a la temperatura, la que decidiría al campeón olímpico de triatlón.

Las bicicletas a su sitio, fuera los cascos, a ponerse las zapatillas y a correr, no sin antes seguir con la hidratación: un poco de agua por dentro y mucha por fuera, por encima, para bajar un poco la temperatura corporal. Comenzaron un poco rezagados los españoles en un grupo tan numeroso, con unos metros desventaja mientras el británico Yee marcaba el ritmo delante. Mola, Noya y Alarza iban juntos en el comienzo de esos últimos 10 kilómetros intentando conectar con los 12 que tenían delante, pero pronto que se vio que no. No iba a ser posible.