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Simeone, 28 meses después

Simeone, 28 meses después
Simeone, 28 meses despuéslarazon

El día de Navidad de 2011 anunciaba Enrique Cerezo, presidente del Atlético de Madrid, la contratación de Diego Pablo Simeone como entrenador rojiblanco. La eliminación en la Copa del Rey, a manos del Albacete, un equipo de Segunda B, precipitó la destitución de Gregorio Manzano y el aterrizaje en el Calderón del ex jugador, al que siempre le afición veneró por su espíritu combativo, su capacidad de lucha y su liderazgo. Estaba claro que el Atlético y el Cholo estaban condenados a entenderse.

Y 28 meses después del debut en Málaga de Simeone, el Atlético se codea con la élite mundial del fútbol. El cambio ha sido brutal, inesperado para muchos por la rapidez en la que se ha llevado la transformación del equipo e, incluso, de la entidad. Porque el técnico tiene voz y voto en las decisiones que se toman en la zona noble del Calderón. Cada uno tiene su espacio, pero Miguel Ángel Gil, Cerezo y los responsables de la parcela deportiva, Caminero y Andrea Berta, escuchan y respaldan las opiniones de Simeone.

El Atlético se ha convertido en un equipo de autor, en donde la personalidad y el sello del entrenador es clave. Porque del día de la debacle en Albacete hay ocho jugadores que ahora tienen peso en la plantilla: Juanfran, Miranda, Godín, Filipe Luis, Gabi, Koke, Diego Ribas y Adrián fueron titulares aquella noche aciaga. Con Asenjo, Assunçao y Falcao completando un equipo al que Manzano, buen técnico, no acertó a sacar partido.

Al contrario que Simeone, que ya unos meses después de su llegada tocaba el cielo por primera vez al imponerse al Athletic en la final de la Europa Liga. El éxito era fruto del trabajo colectivo, del convencimiento de que el día a día, transformado luego en el «partido a partido» iba a ser el santo y seña del Atlético, de un técnico que afrontó la temporada siguiente con la misma filosofía. Con un sistema de juego basado en la capacidad defensiva, en el esfuerzo en el centro del campo y en la definición. Falcao era el que resolvía los problemas, el depredador del área y el que culminaba el trabajo de unos jugadores que fueron creciendo en sus prestaciones. Desde Courtois, en la actualidad uno de los mejores porteros del mundo, hasta Raúl García, pasando por los Miranda, Godín, Filipe, Gabi y Koke. Éste último se ha ganado la internacionalidad y una plaza en la lista de Del Bosque para Brasil. Arda, Diego Ribas, Mario y Tiago, entre otros, aportaron también mucho al bloque.

Y pese a que el equipo no pudo aguantar el tirón del Barcelona y el Real Madrid –en la jornada 26 se cayó y perdió todas sus opciones–, Simeone lo tuvo muy claro y pensó que la Copa era una competición en donde podían reivindicarse. Y la final en el Bernabéu fue la culminación. Otra vez la gloria. Tocar el cielo en la casa del eterno rival es una satisfacción plena. Y allí estaba Diego Costa, que había estado en un tris de marcharse tras volver del Rayo Vallecano, como jugador revelación, aunque los goles y los honores fueron para Falcao, que se marchó al Monaco. Después llegó la Supercopa de Europa ante el Chelsea (4-1) en una exhibición inesperada.

Simeone no cambia de idea. El Atlético sabe siempre a lo que juega, es muy competitivo. Puede que a veces su juego no sea exquisito, carezca de la pausa y la precisión necesarias, pero demuestra su capacidad para amoldarse las circunstancias de los partidos y a las características del rival. Se maneja muy bien en los espacios y es martillo pilón cuando la concentración y la intensidad responden a lo que el técnico exige.

Bajó ese prisma afrontó este curso. Los incrédulos –y yo confieso mi «mea culpa»– pensaron que el equipo se iba a caer. Que la plantilla no estaba en condiciones de aguantar a los dos poderosos, que le triplican en presupuesto. Sin embargo, el Atlético, Simeone y Diego Costa están a seis puntos de proclamarse campeones de Liga y se han metido en la final de la «Champions» frente al vecino. A los jugadores los parieron con los «huevos muy gordos». ¿Y al técnico? Simeone, nacido para ganar y para devolver la ilusión a los aficionados rojiblancos. Una afición que le venera, que le idolatra y que le tiene como máximo referente del nuevo Atlético.