Opinión

Nadal y el Open de Australia: diga 21

Rafa presente una diábolica efectividad en finales de Grandes, pero el ruso es el líder de una generación que reinará... esperemos que en unos años

Nadal, en su comparecencia posterior a la victoria ante Berrettini
Nadal, en su comparecencia posterior a la victoria ante BerrettiniVince CaligiuriAgencia AP

Después de que los últimos meses, incluso días, de 2021 llevasen a pensar que la continuidad de la carrera de Rafa Nadal estaba comprometida, 2022 ha comenzado de la mejor manera posible y puede despedir enero colocándolo en solitario en la cúspide de títulos del Grand Slam. La suerte no es adversa ni favorable, en general, sino que se trata de un cúmulo de circunstancias con los que un deportista de élite debe lidiar en su camino. Hacerse pequeñito cuando vienen mal dadas, con esa operación terrible en el pie y aquella inoportuna infección de covid-19 al volver de Abu Dabi, y agarrar las oportunidades con las dos manos cuando los hados te las ponen por delante.

Nadal, que ha sufrido mil lesiones, no tiene la culpa de que el cuarentón Roger Federer sienta de golpe todo el desgaste de sus dos décadas de alta competición ni de que Novak Djokovic se haya (lo hayan) embarcado en una absurda espiral acientífica que lo ha terminado atropellando, al final, por las miserias de la política. Sus dos vecinos del Big Three no han competido en Melbourne como él se perdió muchos torneos importantes desde aquel Roland Garros de 2004 que iba a ser el de su debut hasta que sufrió una fractura por estrés en Estoril. Y, al cabo, lo que queda es una semifinal impecablemente jugada contra Berrettini, al que sólo concedió dos pelotas de break en cuatro sets.

El italiano, último finalista de Wimbledon, merodea la gloria que conocieron en anteriores generaciones Nicola Pietrangeli, el amigo del alma de Manolo Santana, y Adriano Panatta, romano como él y acreditado rompecorazones, pero su derecha de mamut no consiguió hacer mella en el servicio de Nadal, preciso en los efectos y variado a falta de potencia, más una puesta en juego taimada para impedir el ataque con el resto. Los encadenamientos de saque-volea en la zona de la ventaja martirizaron a Berrettini, que se iba hasta la grada para devolver el primer tiro cortado del zurdo y casi nunca llegó a por el segundo, un toque sutil de revés apenas depositado en su mitad de campo.

El tenista mallorquín presenta una diabólica efectividad en las finales de Grand Slam. Su veintena de títulos están acompañados por ocho subcampeonatos, frente a los once de Federer y Djokovic. El serbio le ganó cuatro veces el partido decisivo, en tres ocasiones lo batió el suizo y una más su compatriota Stanislas Wawrinka, en el Abierto de Australia de 2014, una derrota de la que fue menos responsable el ginebrino que el bloqueo de la espalda que le impidió plantarle cara. En la Rod Laver Arena, sin embargo, Nadal pierde efectividad: sólo ha ganado una de las cinco finales que ha jugado y aún está fresca en la memoria la paliza que le infligió Nole hace tres años (6-3, 6-2 y 6-3).

Daniil Medvedev se yergue como un obstáculo enorme para la conquista del vigésimo primer Grand Slam y del récord de todos los tiempos. El ruso ya le impidió a Djokovic destacarse en solitario en la última final de Nueva York. Fuimos los acérrimos partidarios en septiembre y seremos mañana los encarnizados adversarios de un tenista que se destapó en la final del US Open perdida ante Nadal en 2019, se consagró con su triunfo de 2020 en el Torneo de Maestros y se instaló definitivamente en la élite el año pasado, que empezó cediendo la final de Melbourne frente al serbio y terminó echándole el aliento como números dos del mundo con la victoria en el US Open. Es el líder de la nueva generación, la que reinará… esperemos que dentro de unos años.